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TOMA 11

Con el Turco y el Pocho Álvarez se denominaban “los tres mosqueteros”. Se encontraban en Barrancas de Belgrano. Ahí se tomaban el tren hasta el Tigre y después seguían en una lancha hasta la isla. El viejo Abdo tenía una casita de fin de semana, la usaba de bulín y parece que también organizaba fiestas negras con los amigotes del Once. Si había algo que sobraba en la isla era el whisky.

El Turco le decía que iba con los muchachos a pescar. Cada uno traía su fierrito. En el bolso con las zapatillas y alguna remera, había aprendido a esconder el bufo y la cajita de balas.

Después de comer algo, se entonaban con el alpiste y empezaban a tirar. Una caja de veinte cada uno. Ni una más ni una menos. Ponían una madera con un blanco dibujado con tizas y el que hacía más puntos no pagaba la vuelta. En esto, el Turco era imbatible. Ya cuando tomaban el tren en Belgrano, el Turco era el único que sacaba solo de ida.

Eran muy pibes, al tercer vaso ya estaban del otro lado. Gritaban cuando algún tiro pegaba en el centro, se empujaban y no paraban de putear al supuesto cipayo que esperaba el plomo desde el blanco.

El Turco y el Pocho fueron los dos únicos amigos que recordaba haber tenido. Los únicos tipos a los que fue a despedir, ya en un cajón y reventados a balazos calibre 11,25 por la cana, diez años después.

Habían jurado dar la vida por Perón y ahí se iban, con la bandera pintarrajeada “Montoneros Patria o Muerte”, en el local de la calle La Plata.

El viejo Abdo tenía las dos manos aferradas al ataúd del Turco y la mirada perdida. Estaba devastado.

Se fue del local sin animarse a saludarlo.

La sombra del General

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