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4. Jesuita

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Desde entonces, la vida de Fidel fue escandida por los tiempos de la vida religiosa de aquellos jesuitas españoles. Convento y cuartel, disciplina militar y rigor moral: así era aquel mundo austero, severo, masculino. Se halló a su gusto: por tradición, espíritu y organización militar, notó, los jesuitas están en sintonía con el carácter español. Lo opuesto del mundo de sus compañeros: ricos, burgueses, refinados. Era suficiente. Siempre fue fiel a las virtudes del sacerdote-guerrero que aprendió de ellos, al culto de la cruz y la espada: espíritu de sacrificio, coraje, perseverancia, sentido del honor fueron brújulas de su vida. Eran fascistas, tronó más de una vez. Dejaron en él una marca indeleble: para él como para ellos, la historia era una cadena de pecado, culpa, castigo, expiación, renacimiento. Eran dogmáticos, dijo, pero estaba feliz de haber estudiado con los jesuitas; como ellos, erigirá en dogma su fe.12

La mente se me abrió, dice el Fidel de Fuentes, al descubrir el celo misionario de los jesuitas. “Dios existe por lo tanto obedezco”, decían: ¡él también era un buscador de lo absoluto! De ellos, el verdadero Fidel aprendió la potencia del martirio, la indiferencia hacia los bienes materiales. Los jesuitas eran modelos: el espíritu los guiaba, el desinterés era su misión educativa, todas virtudes que depositó en el revolucionario. No era un estudiante excelso, pero devoraba y memorizaba libros; no amaba lavarse ni se preocupaba por la estética: marcaba así la distancia respecto a los muchachos burgueses. Se construyó un halo hierático: nada de bromas ni frases audaces; era púdico, moralista. Raúl era su sombra. Una cosa impactó a todos: la escuela parecía suya, decidía, establecía, ordenaba. Había nacido para comandar y lo hacía él solo.13

En 1942, Fidel se transfirió al colegio de Belén en La Habana: jesuita y exclusivo como el Dolores. Su padre podía permitírselo. Era un jesuita en potencia, pero para todos seguía siendo un guajiro, un campesino oriental. Padre Llorente lo recordó raptado por el espíritu de la Compañía: la vez que cayó a un río, Fidel se zambulló para salvarlo y pretendió que todos agradecieran a Dios por el milagro. Se sentía un instrumento de la bondad de Dios y así continuó a sentirse: “Usted sabrá que hubo un Fidel santo antes que yo”, confiará. Estos rasgos no sustituyeron sino que se sumaron a aquellos de la infancia: los compañeros lo recordaban competitivo, dominante, violento; un líder más temido que amado, con una gang pero pocos amigos. Su rendimiento escolástico mejoró y cuando se diplomó en 1945, los religiosos lo alabaron: era un óptimo miembro de la congregación, escribieron. No erraba quien, años después, notó: Fidel es antes que nada jesuita, después revolucionario, finalmente marxista.14

Fidel Castro

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