Читать книгу Fidel Castro - Loris Zanatta - Страница 16

10. Cayo Confites

Оглавление

El de 1947 fue el año de Cayo Confites. En ese islote se reunieron doce mil voluntarios decididos a liberar a Santo Domingo de la tiranía de Rafael Trujillo: ¿podía faltar Fidel? La ocasión era excelente: para dejar La Habana donde corría peligro; combatir una guerra de verdad; además era una óptima vitrina para ganarse fama de revolucionario. ¿Cómo fue? Castro repitió su versión tantas veces que creó un mito: idealista y altruista, vio su pureza destrozada contra el cinismo de los enemigos, de los que se sustrajo desafiando a la muerte. Yo era el benjamín de la tropa, refirió, pero el gobierno nos traicionó y bloqueó la expedición. Para evitar la humillante rendición, él se arrojó al agua en la noche y alcanzó la orilla nadando entre los tiburones. Al fin regresó a La Habana: “resucité”, dijo, “resucité muchas veces”.29

Pero Fidel dice y omite, explica y distorsiona. No dice que la expedición era financiada por el ministro al que más acusaba de corrupción, ni que el gobierno la canceló para prevenir la guerra con el país vecino: ya todos estaban al corriente. Él mismo extrajo la lección de que el secreto y la disciplina eran claves de toda insurrección. Sobre el coraje hizo bordado: quería morir como héroe pero pactó su seguridad con Masferrer; debía hacerlo para salvarse la vida, callarlo para proteger su fama. Acerca de la intrépida nadada entre los tiburones ofreció varias versiones. Para los amigos de la época fue un show; huyó en una chalupa y apenas desembarcó hizo que su padre le enviara caballos.30

Como sea, Fidel guio la carga contra Grau. En los choques, la policía mató a un estudiante. Tuvo así el primer mártir con el cual caldear corazones y agitar plazas. Pomposa pero potente, su retórica fue una fusilada: nosotros velamos a los muertos, en el Palacio beben champagne. Muchos estudiantes lo siguieron mientras guiaba el funeral: asesino, le gritó a Grau. Fue entonces, en noviembre de 1947, que su foto llegó a Bohemia: la consagración. Había convencido a algunos compañeros a llevar a La Habana la Demajagua, reliquia de las guerras de independencia. El sentido era claro: custodios de esa sagrada campana, los estudiantes eran los herederos de los padres de la patria; no el gobierno de Grau, que había que derrocar. Poco importaba que fuera el presidente electo: para Fidel no había gobiernos constitucionales o no sino gobiernos morales o inmorales y de la moralidad, él era el juez. En la foto, Fidel arengaba a la muchedumbre desde un automóvil descubierto sobre el cual destacaba la campana. Tenía innata sensibilidad por el poder de las imágenes y de los gestos: en el tren hacia la capital, los compañeros se pasaban la campana que él, con modestia, no reclamó jamás. Fue cuando encontraron prensa y muchedumbre esperándolos que la pretendió y ¿quién podía negársela a ese punto?31

Fidel Castro

Подняться наверх