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16. Causa y familia
Оглавление¿Hay espacio para la familia en la vida de un hombre devoto de una causa sagrada, convencido de tener una misión? ¿Tienen mujer e hijos los redentores? Los sacerdotes católicos no. Fidel cultivaba siempre menos a la familia. Era austero. Lo mantenía su padre. Eran preguntas que estaban en el aire cuando, en 1948, se casó con Mirta: en la iglesia, en Banes, feudo de los batistianos a los que estaba ligada la familia de ella. La fiesta fue en Club Americano, con la élite local. El viejo Ángel no concurrió, pero fue generoso: le dio un jugoso cheque. Quién sabe si Fidel no sentaría cabeza. ¡Acababan de imputarle otro homicidio! Los novios se fueron de luna de miel: en Miami compraron un Lincoln y remontaron la costa hasta Nueva York, donde se quedaron tres meses. Fidel pensó en quedarse a estudiar.46
De los Estados Unidos, recordó, le había impactado la segregación racial en Florida. Nada más. A un amigo le confió sin embargo también el shock cuando vio parejas que se besaban en los prados de Princeton: su sentido del pudor no lo toleraba. Por un lado los Estados Unidos le parecieron demasiado desiguales y por otro, demasiado libres. La verdad es que sobre ellos ya tenía una idea formada: no le importaba entenderlos, notó Mirta, sino juzgarlos. Estaba en el vientre del monstruo descripto por Martí: Cuba era la víctima. Siempre lo vio así: vio lo que ya pensaba. Al regreso parecía otro, en particular cuando nació Fidelito en octubre de 1949. Se lanzó a los estudios para concluir la carrera: inteligente y tenaz como era, lo logró en modo brillante; luego abrió un estudio legal con dos socios. Un redentor nato ¿podía entonces hacer una vida normal? ¿Mujer, hijo, trabajo? Duró poco, casi nada. La sirena política lo tentaba, el deber lo llamaba: “las cosas precipitaban”, había necesidad de él.47
La familia vivía en un pequeño departamento en alquiler. El mayor problema fue enseguida la peculiar relación de Fidel con el dinero: estaba tan acostumbrado a ser mantenido por su padre que no había madurado el sentido de su valor. Lo necesitaba como cualquiera, pero sentía por él desprecio moral. Podía permitírselo. Cuando el padre, irritado, cerraba la bolsa, lo pedía prestado. No siempre lo devolvía. El estudio legal nunca fue un verdadero trabajo ni produjo ningún rédito. Fue un instrumento al servicio de su misión. Pronto Mirta constató que Fidel no podía renunciar a la vocación: a la vida, prefería la historia; a las personas, el pueblo; a la familia, la humanidad. De ahí los litigios: debía candidatearse por el Partido Ortodoxo, un día habría tenido el poder, repetía. Acabó teniendo más tiempo y dinero para la causa que para su mujer e hijo. Peor: dado que Mirta venía del mundo al que combatía, le prohibía pedir la ayuda que él no le aseguraba. ¿Qué habría sido de su honor de revolucionario?48
La armonía de la pareja se quebró: Mirta tenía dificultad para alimentar a Fidelito, Fidel tenía otras cosas que hacer, sus hermanas suplían. Tuvo un hijo fuera del matrimonio: el primero de una serie, con los profilácticos tenía problemas. Lo reconoció, luego pidió a las mujeres de la familia que se ocuparan de él. Años más tarde contó que ya no dependía más de su padre: estaba casado y no habría sido admisible. Pero ajustaba el pasado para hacerlo coherente con su universo moral. Más sincero, admitió que habría podido obtener una beca y tener así un rédito, pero la historia lo llamaba. Mirta recordó el trajinar de personas, incluidos militantes comunistas, que llenaban su departamento.49