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18. Chibás

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La vía electoral no era para Fidel: los ortodoxos no lo postularon, en la universidad fue derrotado. Peor: triunfaron los auténticos. No creía en las elecciones y El 18 Brumario de Luis Bonaparte de Marx lo convenció aún más. Pero eran el trampolín mientras hubiera democracia, por lo tanto daba codazos para hacerse un lugar cerca de Chibás, cuya estrella estaba en ascenso. Mientras tanto soplaba sobre el fuego de la subversión: las urnas no debían ser la tumba de la redención. En Cienfuegos intentó guiar el asalto al palacio municipal y terminó arrestado. Puso así a prueba la fuerza del victimismo: en el proceso se defendió a sí mismo y se proclamó víctima del gobierno. No importaba que hubiera sido un fiasco, que los estudiantes no lo siguieran y que en su cuerpo no hubiera rastros de los golpes que denunció: intuía que las emociones pueden más que los hechos, las percepciones más que la realidad, que una derrota bien gestionada puede transmutarse en victoria. Para hacer triunfar a mi verdad, confió, estoy dispuesto a hacerme romper la cabeza. Le bastó con hacerse amigo del director de Alerta, el primer diario que le abrió las puertas junto con un par de radios.53

Por quién latía el corazón de Fidel, estaba claro: aplaudió a los “partisanos de la paz”, enemigos del Occidente liberal apreciados por Moscú y por tantos católicos; imputó a Washington la guerra de Corea. Pero intentaba no exponerse demasiado: el Partido Ortodoxo era anticomunista y si quería escalar la cima, ¡prudencia! Por eso no tomó bien la adhesión de Raúl al PSP. Hasta que el 5 de agosto de 1951 un golpe de escena sacudió a Cuba: Chibás, herido en su honor por no poder probar ciertas denuncias, se disparó y agonizó varios días. Para muchos, su muerte fue el inicio del fin: bloqueó el recambio constitucional, despejó el camino a Batista antes y luego, a la revolución. Entre él y Fidel había más desconfianza que intimidad. Pero, consciente de que Cuba estaba con el aliento en suspenso, Fidel no se separó del cabezal de su lecho y de los anotadores de los periodistas.54

En el funeral intentó usar el ataúd como ariete contra el gobierno: propuso dirigir a la masa hacia el palacio presidencial, declaró. Aquella era la vía correcta para tomar el poder. El sucesor de Chibás no quiso saber nada. Fidel había leído a Lenin y a Curzio Malaparte, cultor del primer fascismo, que había escrito un célebre texto sobre la técnica del golpe de Estado.55

Fidel Castro

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