Читать книгу Fidel Castro - Loris Zanatta - Страница 40
12. Amnistía
ОглавлениеAprobada la amnistía, el 15 de mayo de 1955 Fidel dejó la cárcel. Quien pensara que se había amansado, se ilusionaba. “Reforzado por el sacrificio” se sentía más fuerte que nunca. Ahora, anunció, “podré predicar con el ejemplo”: “soy pobre”, no aspiro a nada, estoy desarmado, soy incapaz de odiar. Martí, cuyo pensamiento me guía, predicaba el amor, como Cristo. Derramaba retórica, actuaba como pastor de almas, sus secuaces percibían en él algo de místico.44
Era tiempo de organizar su ejército clandestino: el Movimiento 26 de Julio, M26, así se llamaba, debía devenir un “haz indestructible”. ¿Las claves? Tres: ideología, disciplina, guía; se inspiraba en Napoleón; Perón decía lo mismo. Fundó un poderoso aparato de propaganda. A quien hubiera creado facciones, lo habría “destruido en modo implacable”. Moncada, mártires, prisión: su mito brillaba, muchos jóvenes estaban prontos a seguirlo: sabotajes, incendios y atentados se volvieron pan cotidiano.45
¿Era pensable que Fidel respetara los compromisos con los ortodoxos y aquellos que se habían batido por su liberación? En lo sucesivo los borró de la historia: fui liberado por la “presión del pueblo”, dijo. Se aprestaba a poner en acto los planes para tomar el poder elaborados en la cárcel. Volvió a bombardear desde las páginas de la prensa. ¿El coronel Chaviano, carnicero del Moncada, lo definía como un criminal? Él era como Nerón, rebatió: había justificado la masacre de los cristianos acusándolos del incendio de Roma.46
No obstante, pronto tuvo que hacer cuentas con la realidad: Batista quería su cabeza, y tenía cierto consenso: cuando vio una manifestación que vitoreaba al dictador se salió de las casillas: ¡no podía ser el pueblo! Muchos opositores, además, apostaban a las urnas, no a las armas. Se hizo el duro y desafió a Batista: no temo por mi vida, tronó. Pero ya pensaba marcharse de Cuba.47
La escena política estaba atestada. Los partidos todavía tenían sus cosas para decir y otros jóvenes amenazaban oscurecer su estrella: José Antonio Echeverría, fundador del DR, el Directorio Revolucionario, era el más carismático. Fidel corría el riesgo de ser una voz entre muchas. Debía imponer su esquema: yo o Batista, para eso servía la violencia. ¿El régimen reprimía? Mejor. Se irguió en paladín de la prensa libre y de los obreros en huelga: “Estaremos siempre con los pobres de este mundo”, dijo evocando al Evangelio. Se hizo la víctima: el gobierno me impide dirigirme al pueblo. Mientras fuera él quien conducía el baile: si el que ponía bombas o hacía atentados era el DR, católico y anticomunista, expresaba “repulsa del terrorismo”. Pero el M26 no era para menos.48