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10. El honor de Mirta
ОглавлениеMientras estaba preso, el matrimonio de Fidel acabó con un estallido. Su corazón no palpitaba más por Mirta, lo hacía por Naty Revuelta, a quien lo unía la complicidad política. Es fácil imaginar la humillación de Mirta cuando recibió una carta destinada a Naty. Pero dejando de lado los paños de marido mujeriego, Fidel vistió en un instante aquellos de la víctima cuando oyó en la radio una noticia que lo dejó helado: Mirta había obtenido un salario estatal. El mundo se le cayó encima: ¡era lo que solía denunciar! Su fama de revolucionario integérrimo peligraba. Se sintió traicionado y ensuciado. Trató de aplacar los “odios mortales” que tenía en su pecho; meditó venganza contra el cuñado, a quien atribuía la conjura; por fortuna “tengo el corazón de acero”, escribió. Dudo que un hombre “haya sufrido como yo he sufrido en estos días”: tanto valía para él “el honor”. Debía “devolver la ofensa”.
Mirta sabía, dijeron algunos; no, era un obsequio del hermano, según otros; Fidel era responsable, pensaron muchos: no se había ocupado de ella; ¡alguien debía hacerlo! Mirta estaba destruida por la culpa y Fidel no le perdonó haber puesto en peligro su misión histórica. Los tribunales le habrían quitado a su hijo, pero pidió el divorcio: el “deber hacia la patria” importaba más que los sentimientos; seré el vencedor moral, escribió. Cuando salió de la cárcel se sacó las ganas o consumó la venganza: dejó embarazada a Naty primero y luego a María Laborde. La idea de que Fidelito creciera entre los odiados enemigos lo hacía enloquecer: lo habría recuperado.40