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15. Patria

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En Cuba la vida continuaba. Mientras Fidel se marchaba, regresó Prío: decidido a batirse por la democracia, colmó de manifestantes una plaza. En la prensa crecían las críticas a Fidel. Violencia y fanatismo salieron a flote. Un político apuntó el dedo: “La patria no es de Fidel”; pretendía encarnar a la totalidad de los cubanos, observó; si hubiera llegado al poder habría querido ser Dios y César juntos. Fidel se enfureció y escribió réplicas cargadas de odio.58

Tenía cola de paja: vivía las críticas como afrentas personales; con las respuestas quería demoler al adversario. Era la víctima, ¿cómo osaban criticarlo? ¿Por qué la tienen conmigo? Por mi fe incorruptible: mi única lealtad es hacia “la verdad que predico y practico”; por lo tanto elijo el sacrificio. Sacerdote y guerrero, como siempre: los críticos “clavan el puñal en la espalda del combatiente”, son “enemigos disfrazados”, pagados por el enemigo. Querían “empujar a la juventud hacia la politiquería”, sustrayéndola de la heroica lucha. La Cuba poco antes descripta como un oasis de libertad era de pronto un país prostituido. ¿El resultado? “Con nosotros” quien quiere cambiarlo, “con la dictadura” quien no lo quiere; en el medio, nada. Los políticos eran el obstáculo para remover. Invocando un pueblo puro contra la élite inmoral, echaba sal en las heridas de la representación política para socavar la democracia representativa.

Como todos los populismos latinos, se inspiraba en el imaginario orgánico católico contra el liberal. Invocaba el Evangelio: “basta de mercaderes en el templo de la patria”; veía a Cuba como un cuerpo enfermo del cual “extirpar el cáncer”. Miseria, desocupación, emigración, todo era debido a la politiquería. Sin políticos, Cuba se habría redimido, sería “uno de los países más prósperos de América”: nada de emigrados, desocupados, hambrientos. ¿Cómo no agradar a la población embebida de religiosidad y extraña a la complejidad de la política? Finalmente el anuncio: suena ya la “campana del juicio universal”.59

El misticismo se casaba con el tacticismo: empíreo ideal y cocina política eran vasos comunicantes. Para que la vía armada triunfara, debía fallar la vía política. Su pesadilla devino la Sociedad de Amigos de la República. Creada por un grupo de notables, su plan de transición democrática encendió esperanzas. Olfateando el riesgo, Fidel desencadenó la violencia. Fingió serle extraño: no puedo justificarla; luego lo hizo. “Las muchedumbres son destructivas, pero altamente morales”, dijo citando a Gustave Le Bon. Bendijo así el asalto de los militantes a la dirigencia del Partido Ortodoxo. Compañeros míos, explicó, han caído en la empresa: otros mártires para exhibir. El mejor aliado de Fidel era la violencia del régimen. El M26 buscaba provocarla; no hacía falta: Batista no esperaba otra cosa. En 1956, entre voces de divisiones en el ejército y choques en las plazas, abusó. La vía política quedó moribunda.60

Fidel Castro

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