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20. Golpe

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Las elecciones presidenciales de 1952 se acercaban, las sombras sobre el futuro se hacían más densas: Prío no había logrado comprar la paz cooptando a las bandas; el pistolerismo arreciaba; la muerte de Chibás, la única alternativa popular y democrática, había abierto una vorágine; la ola democrática de posguerra en la región dejaba paso a la resaca autoritaria. Batista estaba ansioso: todo se movía a su favor.60

Para Fidel, las elecciones eran el primer paso: en el Parlamento habría luchado por un programa radical, dijo años después; “nadie habría podido impedirlo”. Pero el partido lo marginaba: corría voz de que era comunista. Su recuerdo calca el consabido esquema: idealista y puro, había comprendido que Batista tramaba el golpe; lo denunció al partido, el cual, sin embargo, vendido a las oligarquías, no lo escuchó. Profeta desoído, le tocaba a él salvar a Cuba. En realidad, el partido no lo consideraba confiable ni coherente con sus ideales. Logró de todos modos hacerse incluir en dos distritos electorales donde los ortodoxos eran débiles y su elección, improbable.61

Fue entonces, mientras el anillo se cerraba en torno a la democracia cubana, que Fidel fue junto con su cuñado Rafael a visitar a Batista: el primero era torpe, no dabas nada por él, recordó Alfredo J. Sadulé, que era el brazo derecho de Batista. Ignoraba que los había borrado de la historia. Suena absurdo, pero no lo es tanto: los ortodoxos lo mantenían en el margen, Batista lo cortejaba; los unía el sueño de voltear a Prío. Pero todo quedó en nada: ¿qué unía a un militar cínico y caráibico y a un redentor hispánico y moralista? Un testigo recuerda que Fidel husmeó en la biblioteca de Batista y preguntó: ¿cómo es posible que falte Malaparte?62

Corazón de la cruzada de Fidel contra Prío era la acusación de corrupción, extendida a toda la clase política. Se presentaba como huérfano de Chibás, en cuyas exequias hizo de todo para aparecer como su heredero. Desde la radio y en Alerta lanzaba vehementes acusaciones contra el gobierno. Ética y honor: sus caballos de batalla. Se improvisó investigador para revelar los tráficos del presidente: enriquecimiento, peculado, sobornos. Sentenció: “Acuso al Presidente Prío de traicionar los altos intereses de la nación”. Fueron truenos sobre el ya turbulento ambiente político. Más que política, su denuncia era moral: de un lado estaba la “corrupción y la miseria moral” del “régimen imperante”; del otro el pueblo inocente y vejado. ¿Tenía pruebas? Un poco sí, un poco no. Pero su técnica era poderosa. Era perentorio: lo que afirmo “es rigurosamente exacto”, escribía; ubicado el imputado en la defensiva, comenzaba la andanada de golpes: Prío ha “prostituido” su cargo, “vulnerado” las leyes y así. En fin, la estocada: “lo emplazo” a dar cuenta de los hechos; el honor de la prueba no era cosa suya en los tribunales, sino del acusado en público. Entre tanto, Fidel mostró el lujo en el que vivía Prío: Alerta publicó en primera plana las fotos tomadas por Fidel en su finca. ¿Había algo más inmoral que la riqueza? Condena moral y condena judicial eran una sola cosa: el Estado de derecho liberal era del todo extraño a Fidel.63

Fidel no soltó más a la presa. Prío comandaba “la peor tribu de malversadores”; reforzó la dosis: llevaba “el país a la ruina”. Si prueban que miento, “callaré por el resto de mi vida”: la carta del honor impresionaba a los cubanos. Seis días antes del golpe, lanzó la bomba más potente: envió un reporte al Tribunal de Cuentas, una denuncia moral más que penal; invocó la ley, pero también la sangre. El tono era apocalíptico: a los magistrados les pidió que pusieran fin a “ese chorro de oro que alimenta al chorro de sangre fratricida”. Evocada la sangre, descripta Cuba como “una tierra de Caínes feroces”, desenvainó la espada justiciera: para vengar a Chibás, hago morder el fango al régimen. No quedaba más que citar a Martí: “¡Para ti, patria, la sangre de las heridas de este mundo, y la sonrisa de los mártires al caer!”. ¿Llevaba agua al molino de los golpistas? Luego Fidel dijo que en esa época estaba volviéndose marxista, pero contenido y léxico evocaban los del nacionalismo católico.64

Fue exactamente entonces, el 10 de marzo de 1952, que un golpe derrocó a Prío y a la democracia cubana. Batista se escudó con los mismos temas de Fidel: corrupción, violencia, caos. Prometió orden y honestidad. Dos preguntas se imponen. ¿Contribuyó Fidel, con su campaña, a cavar la fosa de Prío? Seguro. El golpe, del que tenía noticias, ¿era lo que deseaba? Imposible demostrarlo, pero probable. Así fuera o no, el golpe le calzó como anillo al dedo: no sólo tuvo vía libre para desplegar su furia redentora sin los estorbos de la democracia, sino que pudo hacerlo invocando su defensa. En sentido estricto, la Revolución cubana comenzó entonces.65

Fidel Castro

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