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4. Armas y política
ОглавлениеFidel luchaba en dos frentes: contra Batista, que se consolidaba alternando represión y promesas de elecciones. Y contra los partidos en busca de soluciones políticas, divididos por las aperturas del régimen. Tenía ideas claras acerca de cómo erosionar los planes de ambos: llevando la violencia a las calles, polarizando el clima. A Batista eso no le disgustaba y lo aprovechó para sustraerse a las elecciones prometidas. Fidel y Batista se usaban uno al otro contra la vieja política.13
Por lo tanto, cuanto más Cuba se polarizaba, tanto más Fidel se aproximaba al centro de la escena; si luego había algún muerto, nadie como él sabía aprovechar del mártir: sucedió y él guio la procesión al cementerio. La prensa fue megáfono, en particular Bohemia: el semanario de Miguel Ángel Quevedo le abrió las puertas de una inmensa platea. Fidel escribía bien, tenía gran olfato para los símbolos y las emociones. Crucificó a Batista por el asalto al atelier de un escultor. ¿La razón? Habían sido destruidos unos bustos de Martí y de la Virgen de la Caridad, símbolos de la patria. ¿Lo había urdido él mismo? Así se dijo. ¿El mensaje? Batista era antipatriótico.14
A mediados de 1953, Fidel se convenció de que urgía actuar: los partidos tradicionales habían dado pasos hacia un frente único. Dijeron no a las elecciones de Batista, pero también a la violencia para abatirlo. Si hubieran tenido éxito, la lucha armada hubiera acabado en una vía muerta. ¿Cómo hacerlos descarrilar? Tomando la Bastilla, el Moncada, confió a Naty: imponiendo a todos las armas.15
¿Quiénes eran los apóstoles reclutados para asaltar el Moncada? Reunió unos mil doscientos, refirió. Jóvenes trabajadores, él era el único revolucionario profesional: lo mantenían. Muchos gallegos, notó. Pocos afrocubanos, a diferencia de los soldados conscriptos que estaban en el cuartel. Venían de la juventud ortodoxa, nacionalistas católicos atraídos por el comunismo. Los dividió en un comité civil y otro militar del cual ocupaba el vértice. Sobre lo que debían hacer, reinaba el secreto.16
Hacia Fidel nutrían la fidelidad del creyente. Les enseñó la biografía de Marx: como si fuera la vida de un santo, sabía el impacto que tenían esas vidas sobre los jóvenes. Fue fácil convertirlos al marxismo, explicó, convencerlos que era coherente con los valores cristianos. Impuso costumbres puritanas y austeras, la regla militar y conventual que bien conocía. Melba Hernández, una militante, lo definió como una experiencia religiosa. ¿Es sano?, preguntaba Fidel de cada uno. Entendía: puro, sin vicios: quería “inculcarles normas de conducta”. Tan devotos eran que, cuando los reunió la noche anterior al Moncada, sólo cinco se rehusaron; sin embargo sabían que podían morir.17