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13. México

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Me quedaré “a pesar de los riesgos”, pondré el pecho “frente a la bala homicida”, había jurado. Pero cuando el aire se tornó pesado, Fidel dejó Cuba. ¿Cómo no pasar por vil? Exhibió desprecio moral: he oído esbirros insultar a las madres, ¡cuánta decadencia moral! No era él que dejaba Cuba, sino Cuba que no lo merecía. Aquí “ya no se puede vivir”: es hora “de partir o de morir”. Partió. Recibí amenazas, el teléfono está interceptado, explicó. “¡Si yo dijera al pueblo de Cuba lo que tuve que sufrir mientras estaba preso e indefenso!” Para el victimismo era imbatible. No visitó a su padre enfermo, ni volvió a verlo nunca más.49

Ahora que la represión arreciaba, Fidel pudo sostener haber sido obligado a “la vía subversiva” que ya había elegido. Se reunió con sus hombres en Ciudad de México, donde creó un cenáculo conventual: los círculos de estudio eran marxistas leninistas, pero entre los libros de texto estaba la Biblia. Predicaba, arengaba, persuadía; mantenía largos monólogos. Velaba sobre la vida de los compañeros: era padre, sacerdote, guía. Púdico y moralista, imponía reglas estrictas: compró un traje de baño enterizo a una joven que se bañó en bikini.50

En México organizó, reclutó, indoctrinó. Tenía claro qué hacer y cómo hacerlo: lo había planificado. Tras hablar toda una noche, Ernesto Guevara adhirió al M26: halló que Fidel era inteligente, corajudo, seguro de sí mismo. Encontró a Alberto Bayo, militar republicano español, hombre experto: no comprendía cómo Fidel quisiera crear un ejército sin hombres ni dinero, pero fue seducido y aceptó adiestrarlos. Dondequiera que hubiera exiliados cubanos, Fidel reclutó. Su misión era su obsesión. Incluso con las muchachas no hablaba de otra cosa. En tanto, en la isla crecía una red de apóstoles que divulgaba sus escritos.51

La disciplina era el primer mandamiento de su ejército, pocas decenas de hombres: la fe los unía. Fidel anotaba cada detalle de cada soldado. Había redactado un rígido reglamento; convento y cuartel. Agotado por los ejercicios, un recluta levantó bandera blanca. Los Castro lo condenaron a muerte; Bayo le salvó la vida y observó: ¡cuánto rigor fanático! Melba Hernández habló mal de Fidel: se salvó porque era mujer. A un compañero le fue peor.52

¿El objetivo? Liberar Cuba, la tierra prometida. En 1956 “seremos libres o mártires” prometió: era un voto, fruto de sus dotes proféticas. Redactó el primer Manifiesto a los cubanos; invocaba reformas nacionalistas como las de Cárdenas en México, una huelga general, improbables insurrecciones; a propósito del socialismo, ninguna mención. Su lenguaje era explícito: él, Cuba y el pueblo eran un solo haz.53

Obvio que la actividad de aquellos cubanos armados no pasó desapercibida a las autoridades mexicanas y que las autoridades cubanas intentaran ponerle fin. Fidel y los suyos tuvieron por lo tanto problemas: sufrieron atentados y pasaron un mes en la cárcel. ¿Son comunistas?, les preguntó la policía. Fidel negó, para “desinformar al enemigo”, explicó. Pero Cárdenas tenía olfato: reconoció en él al típico nacionalista latino y lo sacó de los problemas. Guevara estaba seguro: Fidel no era comunista. Cuando la prensa escribió que lo era, explotó: “Basta de mentiras”. Quien me conoce, se defendió, sabe cuán “absurda” es esa calumnia.54

Fidel Castro

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