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II. El revolucionario

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La Revolución cubana, se suele decir, comenzó el 26 de julio de 1953 con el asalto al Moncada, el cuartel de Santiago de Cuba. Pero si ello ocurrió, fue porque antes fue el golpe de Batista. Si no hubiera sucedido, Fidel habría tenido dificultades para socavar el orden en el que no creía, ya que habría sido un orden legítimo. O bien habría sido elegido un gobierno ortodoxo, contra el cual no habría podido invocar la insurrección: ¿quién lo habría seguido? No puede excluirse que su ansia redentora se estrellara contra el sistema democrático.1

O quizá no. De todos modos no importa: el golpe le preparó a Fidel la mesa tal como deseaba. Iniciaba la guerra entre el paladín de la justicia y el demonio usurpador. Ya no había en el campo mil voces, actores, instituciones. Rotos los diques del orden constitucional, no había motivo para dejarse encadenar por los rituales de la democracia: había llegado la hora de la sangre, su hora.

Fidel Castro

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