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2. El fin de la juventud

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Con el orden constitucional, cayó también el matrimonio de Fidel. Mística revolucionaria y familia eran incompatibles. Lo encontramos en calzoncillos sobre el diván, leía un libro, refirió un amigo que pasó a encontrarlo. Pero Mirta les pidió un préstamo: la leche para el niño. Así no podía durar. Tanto más que Fidel no se resistía a las mujeres burguesas encandiladas por el rebelde: así fue con Naty Revuelta, mujer de un cirujano; desde 1953 la frecuentó asiduamente. Ella le dio las llaves de un apartamento para escapar de sus perseguidores.6

El golpe no ayudó: la familia de Mirta entró en el gobierno y Fidel la intimó a mantener lejos de casa a los familiares, eran enemigos. La actividad conspirativa lo absorbió y la familia se desmoronó: en la casa le cortaron la luz e incautaron muebles; ocurrió que tuviera dinero pero lo negara para las necesidades del hijo: era para la revolución. ¿Era una forma insana de narcisismo? No para él: se avocaba al bien de otros, decía.7

La devoción a la causa era totalitaria: devoraba afectos, los sentimientos eran debilidades. Fidel lo descubrió cuando un amigo informó a la policía de sus actividades: aprendí, dijo, que nunca hay que confiar en nadie; el revolucionario no tiene amigos. Verdaderos amigos, en efecto, no tuvo nunca. La familia devino un acodo de la causa: si hacía falta dinero estaba Ramón, el hermano mayor.8

Fidel Castro

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