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13. Bogotá
ОглавлениеA fines de 1947, el balance de Fidel era deprimente. La FEU era un espejismo, Trujillo seguía en el poder y Grau también; sus estudios iban mal, no había dado exámenes y no se inscribió al tercer año: perdió el estatus de estudiante. Junto con la popularidad habían crecido los enemigos: mejor recuperar el aliento, volver a Birán. El padre estalló: ¿qué quería hacer cuando fuera grande?, ¿estudiar en Harvard? Lo habría ayudado en tanto se decidiera. Nada: Fidel regresó a La Habana donde 1948 comenzó con la explosión: fue asesinado Manolo Castro, el peor enemigo, y todos pensaron que había sido él. Parece que fue el autor intelectual y no material, pero ya que el muerto era un pescado grande, la fama de Fidel creció. Y con la fama los riesgos: los compañeros de Manolo querían vengarlo. Cuando se presentó la ocasión de abandonar el país, tomó la pelota al vuelo.37
Sin embargo, el viaje de Fidel a Bogotá no fue casual. Por La Habana había pasado un emisario del gobierno argentino con la maleta llena de promesas y de obsequios: su país quería formar un frente panlatino y católico contra los Estados Unidos liberales y protestantes. Fidel había hablado a la delegación argentina en nombre de la UIR, cuna de los católicos: tan vehemente fue su antiimperialismo que agradó a los comunistas. Dado que en abril de 1948 se fundaba en Colombia la Organización de los Estados Americanos, Juan Perón quería crear desorden. Contactó así a la FEU y la FEU a Fidel, a quien le pareció un sueño poder cruzar espadas con los Estados Unidos. Las ideas de Perón no eran un problema: católico, hispanista, antiliberal como él. Así se organizó, en paralelo al vértice, una protesta estudiantil. La pagó Perón.38
En Bogotá, Fidel se metió en problemas: lanzó volantes sobre las cabezas de las autoridades en un teatro. Propaganda panlatina, peronista. Lo arrestaron. Años después aún estaba indignado: arrojar volantes no es un crimen en ninguna parte; ¡en Cuba ya gobernaba él y guay a intentarlo! En ese momento estalló el Bogotazo. En Colombia brillaba el astro de Jorge Eliécer Gaitán: emulaba a Perón, tenía ideas afines a Fidel, era el hombre que habría de redimir a las masas desheredadas. Fidel se encontró con él y lo habría vuelto a encontrar si no lo hubieran matado en una esquina callejera. Una revuelta espontánea puso a la ciudad durante dos días a hierro y fuego. Una tragedia sobre cuyos culpables nunca se hizo luz. Salvo para Fidel, que siempre culpó a “la oligarquía colombiana”.39
Muchas veces volvió sobre lo que hizo en Bogotá: vi explotar la ciudad “y me enrolé con el pueblo”, dijo; su pueblo era todo el pueblo, el pueblo de Dios. Pero aquel pueblo no tenía un guía, “parecían hormigas” con heladeras o pianos sobre las espaldas, destruyeron todo. Era lógico deducir que el pueblo necesitaba de un líder y de fe, tal fue la enseñanza que extrajo. Por primera cosa me armé, contó. Luego combatí hasta el final. Traté de convencer a la policía local que respetara a los enemigos. Una duda lo aquejó: pensó en su familia, “habría muerto allí, ignoto”. Pero valía la pena: aquel pueblo era como el mío, su causa era justa; decidí “sacrificarme”; no busqué pretextos, me salvé “por pura casualidad”. Hasta que volvió la paz y todos aplaudieron al “cubano”, es decir, a él.40
Altruismo, desinterés, coraje, generosidad, desprecio de la muerte: así Fidel se retrataba, a costas de contradecirse más de una vez; quería elevarse a modelo de santidad cristiana: era el sacerdote que redimía al pueblo, el soldado que lo liberaba de la esclavitud. Había que acostumbrarse: la relación de Fidel con el pasado no es inocente. Deseaba una imagen coherente con sus preceptos morales, que la historia lo recordara por aquello que habría querido ser más que por lo que había sido. Pero sobre aquellos hechos existen versiones menos indulgentes: hay quien recuerda el ansia por ponerse en muestra, por incrementar la violencia, por guiar el asalto al palacio presidencial; hay quien ironiza sobre su coraje: se refugió en la embajada y fue salvado por funcionarios del Estado que denigraba. Alfredo Guevara nutría dudas: Fidel era un aventurero.41