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9. Grau

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En 1944 los cubanos eligieron presidente a Ramón Grau San Martín: pertenecía al Partido Auténtico, reformista, popular entre la clase media, promotor de la Constitución democrática de 1940. Fidel fue lapidario: era el peor, sólo le interesaba robar. Las credenciales revolucionarias de Grau, jefe de la revolución nacionalista de 1933, “confundían” a los cubanos. Fidel lo combatió de inmediato. Con sincera indignación pero involuntaria ironía, muchos decenios después le imputó no haber respetado el Estado de derecho.26

Fidel se encontró con Grau una vez, junto a otros estudiantes. Enardecido, quería tirarlo por el balcón y proclamar la revolución. Estás loco, le dijeron. Tiempo antes había propuesto asaltar un palco colmado de autoridades; tiempo después, disparar al presidente desde las ventanas de una casa. Estaba obsesionado por la violencia redentora. Era un socialista utópico, confió: hambriento de poder, pobre de conciencia. Yo creía saber lo que había que hacer y quería hacerlo. Estos rasgos no los perdió nunca.27

Su nombre llegó a los diarios: guiaba protestas siempre más violentas; acusó de corrupción al candidato a alcalde; imputó a Grau el plan de perpetuarse en el poder: cómico, con el sino del después; encerró a un ministro en un aula. Tenía veinte años, estaba volviéndose famoso. Intuía que los medios de prensa eran la clave del éxito. Pero en el plano político falló: hizo de todo para conquistar la FEU y no lo logró: un bello revés para quien sólo sabía vencer. Desahogó la rabia hablando como jesuita: los dirigentes de la FEU eran “mercaderes” que por apoltronarse traicionaban la sangre de los mártires. Desde entonces se volvió más radical y violento. Si bien solía invocar a la muerte por la causa, buscó protección para evitarla: se la garantizó la UIR, colmada de estudiantes católicos.28

Fidel Castro

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