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Introducción

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Fidel Castro quedará en la historia: no hay duda. Porque a su manera fue un personaje titánico. En el sentido que la impronta que deja es más profunda que aquella que permitía presagiar el lugar y la época en que vivió. Quedará en la historia, entonces, porque trasciende al tiempo y al espacio en que le tocó vivir. Es aquello que caracteriza a los Grandes, cualquiera sea el juicio. De ahí el enorme desafío de escribir la biografía: no se trata sólo de recorrer su larga y densa vida, sino de afrontar a través de ella los grandes nudos de la historia contemporánea, sin excluir ninguno. El emprendimiento hace temblar el pulso, pero para un historiador es fascinante.

Como si ello no bastara para tornar arduo el camino, otras dificultades lo obstaculizan. Dos, entre todas. La primera es que Castro no se limitó a vivirla, a su vida; la narró infinitas veces de mil modos: discursos, memorias, entrevistas, libros. Vivió la historia y vivió para la historia: fue por lo tanto el primer historiador de sí mismo. Y tan asiduo y persuasivo fue en dicha obra que todas las biografías terminan de una manera u otra por morder su anzuelo, por reproducir la imagen de sí que él creó. Como Ulises con el canto de las Sirenas, intentaré por lo tanto resistir; no olvidaré que es el objeto de mi estudio, no el ventrílocuo que habla a través de mí: cada uno en su lugar, a la debida distancia.

La segunda dificultad está en las fuentes: la materia prima del historiador. Parecen muchas, casi infinitas: bibliotecas enteras. Pero en realidad son pocas y a menudo, poco confiables. A través de los años se han acumulado fuentes diplomáticas, memorias, correspondencias, estudios de todo género. En apariencia no falta nada. Salvo la cosa más importante: el acceso a las fuentes cubanas, a las cartas de Fidel Castro, un tabú. Sólo de vez en cuando, cuando el gobierno cubano tiene motivos para confiar en el investigador y para creer que sus escritos lo pondrán en buena luz, sale algún documento de las salas secretas. Ello hace que el biógrafo de Castro se vea forzado a componer un inmenso puzzle uniendo infinitas piezas de materiales varios. El riesgo y la tentación es la de colmar los vacíos recurriendo a quien ya dijo y explicó todo: Castro. No es una casualidad. De hecho su imponente mole de palabras será la principal fuente de esta biografía: es justo y no hay modo de evitarlo.

Para complicar más las cosas hay un ulterior elemento: pocos personajes como Castro y pocos eventos como la Revolución cubana han creado y crean divisiones. Ello significa que cada singular evento de su vida fue objeto de luchas furibundas y que existan múltiples versiones de cada uno, por lo general contrapuestas. La vida de Castro, en breve, es un campo de batalla. Mejor por lo tanto ser claros: esta biografía no pretende desatar los muchos nudos irresueltos, o revelar secretos capaces de dirimir antiguas disputas. Un poco porque sería arbitrario, ya que faltan las fuentes para hacerlo, pero sobre todo porque no es lo que se ambiciona. Quien sueña scoop, no los encontrará aquí.

Y ya que se trata de ambiciones, hay otra a la cual renuncio gustoso: la objetividad, o la presunción de tal cosa. No porque no le tenga respeto y no intente cultivarla: mi empeño en tal sentido será riguroso. Pero porque por objetividad a menudo se entendió, en los escritos sobre Castro, un farisaico equilibrio entre lo que hizo de bueno y lo que hizo de malo, con dosis diferentes según los casos. Es un método que no me interesa. Lo que me interesa es comprender al personaje y su impronta en el conjunto: en suma, la naturaleza histórica del fenómeno. Será luego el lector, en base a sus gustos, valores y creencias, quien separará, si lo considerará necesario, bien y mal, justo y equivocado. Más que de objetividad, es cuestión de honestidad intelectual. A tal fin, no tengo dificultad en advertir al lector que no amo a la figura de Castro y que la amo aun menos tras haberle dedicado años de estudio. Pero atención: todo argumento es un espejeo y sé que si muchos encuentran en esta biografía óptimos motivos para serle hostiles, otros los hallarán para atizar la admiración. Al hacerlo, espero, ambos se verán forzados a considerar aspectos que antes no habían considerado respecto a lo que él representó. Este es, al menos, el auspicio.

¿Pero para qué sirve una nueva biografía de Fidel Castro que no revela aspectos secretos, alguien se preguntará a este punto? ¡Hay ya tantas! La respuesta está en el título: el último rey católico. No es una fórmula efectista para sorprender o entrampar, ni un spot comercial para vender: es la clave de lectura del libro, una clave de la cual garantizo la originalidad si bien de ella existan fragmentos dispersos en muchos escritos anteriores. Sé que muchos torcerán la nariz. Ya veo castristas enfurecidos: ¿cómo acoplar el ícono marxista-leninista a la herencia hispánica y católica? Y también anticastristas: hemos combatido toda la vida al comunismo de Castro y hételo ahora transfigurado en un monarca católico. No es serio.

Quisiera tranquilizar a ambos: Castro fue un comunista, un marxista-leninista. Él se definió así y no hay motivo para cambiarle la identidad que eligió. Pero el historiador no se limita a referir la historia como la cuentan sus protagonistas: sería un cronista. Frente a una figura tan imponente que impuso a todos un movimiento de simpatía o rechazo, no puede sino preguntarse por qué. Si una figura histórica asume tales connotaciones es porque encarna, a menudo idealizado, un ideal universal con el cual muchos se identifican y que muchos otros desprecian. Se dirá que en Castro tal ideal es precisamente el comunismo. Pero ¿qué comunismo? ¿De qué materiales intelectuales y espirituales está hecho el comunismo de un hombre que creció inmerso en un mundo plasmado por la catolicidad hispánica? ¿Qué visión del mundo tendrá, qué sistema de valores, cuál será el horizonte al que aspira?

La historia no repite nunca igual a sí misma, pero tampoco es jamás del todo nueva: se hace con los ingredientes que deja en dote el pasado. ¿Por qué maravillarse de que el comunismo de Castro, su universo moral y su sistema social estén embebidos de aquel antiguo legado? No es extraño que el monarca comunista del siglo XX sea heredero ideal de los monarcas católicos del pasado: creció en una isla que fue España durante siglos, en un ambiente familiar y social hispánico y católico. Tampoco lo es su reacción despreciativa a la difusión, en Cuba y en América Latina, de los valores y las prácticas del liberalismo anglosajón y protestante: el nacionalismo católico, antiliberal y anticapitalista, es un trazo común de la entera tradición populista latinoamericana, en la cual Fidel se inscribe a pleno título.

Cierto: Fidel injertó tal herencia en el tronco del nacionalismo cubano de José Martí y tradujo sus principios adaptándolos a la doctrina marxista, doctrina que en una óptica cristiana resultaba natural entender como la parábola del pueblo elegido, redimido del pecado siguiendo al Mesías que lo conducía a la salvación. Pero los pilares éticos y materiales del antiliberalismo castrista son aquellos de la cristiandad hispánica. El primero es la fusión entre política y religión: tarea del Estado, para Fidel Castro, es convertir a los ciudadanos a la única verdadera fe, a la ideología del régimen, a través de una catequesis capilar; el Estado es el primer apóstol. El segundo pilar es la impermeabilidad al pluralismo: nación y pueblo son para él organismos vivientes, cuyo estado natural es la unanimidad y la armonía; incluyen a todos y a todos asignan funciones pero el disenso y el conflicto son patologías que los minan: hay por lo tanto que extirparlos. El tercer pilar es el corporativismo: la sociedad castrista, como aquella cristiana de la colonia, está formada por cuerpos, las organizaciones de masas en las cuales está encuadrado cada cubano; el individuo sólo tiene los derechos que le confiere la pertenencia a un cuerpo, de otro modo queda excluido. Es un orden social donde el individuo está sometido a la colectividad sobre la cual vela la Iglesia, o sea el partido, garante de la ortodoxia y la unidad de la fe. Y sobre ello el rey, Castro, investido de los poderes temporales y espirituales. Pero es inútil colocar al carro delante de los bueyes: esta propuesta tomará forma página tras página. El lector podrá hacerle caso si la considera adecuada, o bien podrá pasarla por alto y leer el libro por lo que es: la historia de una vida fuera de lo común.

Para terminar, aclaro algunas elecciones. La primera es la de privilegiar el Castro público sobre el privado. No pretendo negar relevancia a la vida familiar, que trataré en la medida en que servirá a comprender algunos nódulos de su vida y de su psique. Pero además de haber sido narrada muchas veces, para él fue secundaria respecto a la misión histórica de la que se consideraba investido. La segunda es tratar en modo balanceado las varias fases de la vida de Castro. No es tan sencillo ya que sobre la revolución y sobre la primera fase del castrismo existe una literatura inagotable. Y ya que aquellos eventos han alimentado el mito de Castro, los biógrafos han tendido a sobredimensionarlos respecto al resto. El panorama general lo sufrió y el conjunto fue distorsionado: en el fondo, la guerrilla en la Sierra Maestra duró apenas dos años contra los cuarenta y nueve en los que Castro gobernó Cuba. A cada cosa su justo peso, tal será la regla. Hay luego una cuestión de método: dado que no hay pasaje de la historia personal, cubana y mundial sobre la que Castro no haya dado su versión, será mi tarea evaluarla a la luz del tiempo transcurrido y de los hechos conocidos. Palabras y hechos: esta será la brújula que, en lo posible, utilizaré. Una advertencia: en el texto me referiré a Castro con su nombre de bautismo, Fidel. Es una cuestión práctica para no confundirlo con el hermano Raúl. Y otra: algunas palabras clave retornan a lo largo de todo el texto: no son repeticiones sino subrayados, boyas para orientarse en el viaje. Finalmente: aquí y allá el lector se encontrará con anotaciones cáusticas o veladas ironías: no lo tome a mal conmigo pero con Fidel, notará, es imposible resistir a la tentación.

Fidel Castro

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