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20. Mito y realidad

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Con los hombres enviados por País, tomó forma un ejército. El futuro general Colomé Ibarra, llegado a la Sierra en marzo de 1957, vio soldados “sucios, hambrientos, descalzos”; se combatía poco, se marchaba mucho. La comida escaseaba, Fidel estaba irritado, pero todo iba por el camino correcto: el mito levitaba, Batista estaba aislado, los políticos impotentes. Tras el fallido asalto al Palacio, la sangre corrió a raudales y los partidos invocaron elecciones: la última playa. El M26 no quería saber nada e intensificó las acciones armadas. Trabajando al hierro caliente, Fidel recibió a otros periodistas; soy anticomunista, juró a la CBS; suspendí la guerra para seguir a los yankees en la radio. Uno de ellos se convirtió y creó un comité del cual luego de arrepintió: Fair Play for Cuba; a él adhirió Lee Oswald, el asesino de Kennedy. Alfredo Sánchez Bella, diplomático español, lo advirtió: el mito que están creando se volverá contra ustedes; de hispánicos católicos sabía algo.76

Para obligar a Batista a reconocer que él era el enemigo, urgía atacar: en marzo de 1957 los rebeldes atacaron el cuartel de El Uvero. Fue una escaramuza con aspectos cómicos: por poco los disparos de Fidel no cayeron sobre sus compañeros, que gritaron asustados. Así alertados, los asediados reaccionaron y mataron a seis rebeldes. En términos militares había sido un fiasco: lo admitió. Pero fue el habitual éxito moral: dio el golpe, turbó los sueños de Batista, convenció a los dirigentes políticos a buscar un entendimiento con él. Tenía doscientos hombres, pero las redes de la partida política en sus manos.77

¿La prueba? Hasta él subieron entonces Raúl Chibás y Felipe Pazos y todos juntos firmaron el Manifiesto de la Sierra Maestra: el primero era presidente ortodoxo, el segundo un economista reconocido. El llamado a la unidad de acción certificó la confiabilidad de Fidel. Aspiraban a restaurar la democracia y creían en la economía de mercado: no se les cruzó por la cabeza que su anfitrión tuviera otra cosa en la mente. Aquel Manifiesto se volvió la Biblia de los revolucionarios urbanos. Quien le creaba problemas a Fidel era Frank País, que le envió una carta que le desagradó: le informaba que había confiado a unos intelectuales la tarea de escribir el programa de la revolución. Es fácil imaginar que Fidel se puso furioso: ¡lo tenía él, el programa! ¿Habrían chocado? Quién sabe: la policía mató a País, víctima de un soplón. De un solo golpe Fidel se liberó de un problema y logró un mártir, obtuvo tantas ventajas que alguno sospechó que él lo había vendido. Desde entonces, ordenó, dinero, hombres y armas eran todos para la Sierra. Me avergüenzo, decía, de estar en los montes mientras en la ciudad los militantes arriesgan el pellejo; pero él tenía que derrocar a Batista: sólo así mañana habría tenido todo el poder. Por eso no apoyó a los insurrectos de la base de Cienfuegos, que fueron exterminados. Algún aliado comenzó a temer su caudillismo, pero él los tranquilizó: no aspiro a cargos.78

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