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24. Gato y ratón
ОглавлениеEntre Fidel y los Estados Unidos se desarrolló un juego intrincado. Debía convencerlos de que era demócrata y anticomunista: para alejarlos de Batista. Pero debía también explicar a los militantes que la revolución era contra los yanquis. Sabíamos que Fidel era comunista, habíamos avisado a Washington, fue durante años el lamento de los funcionarios de Batista: ¡pero no movieron un dedo! Más que comunista, Fidel era un típico antiliberal latino, nacionalista y católico. Al punto que al crear un instituto cultural en América Latina, la CIA lo sumó a la lista de los políticos que había que sostener.86
La pagarán, escribió Fidel cuando las bombas de Batista fabricadas en los Estados Unidos cayeron sobre una casa de campesinos. Combatirlos se volvió entonces mi destino, explicó; fue entonces, glosaron los biógrafos, que se volvió contra ellos. Falso: el odio por los Estados Unidos tenía raíces más remotas que aquellas comunistas, era hijo natural del antiliberalismo católico. Lo había demostrado en los discursos para el M26 durante el exilio mexicano. El Departamento de Estado lo intuyó pero su problema era Batista, no Fidel: se estaba transformando en un aliado incómodo. Cuando desembarcó en Cuba, el embajador estadounidense tenía algunas ideas sobre él: era “fanático y peligroso”. ¿Recibía ayuda de los comunistas? Tal vez. Pero comunista no era. Un periodista que llegó a la Sierra refirió: es egocéntrico e irritable, no comunista. ¿Que temer? El M26 no tenía peso, la economía crecía, Batista era popular, notó el embajador.87
Bien pronto, sin embargo, en Washington comprendieron que el viento cambiaba: Batista, anotó la CIA en abril de 1957, “se ha debilitado”, el régimen está “en peligro”. Entre los enemigos, Fidel “es el principal”. ¿Pero quién era? Guiaba un movimiento “reformista” de rasgos “originales”, informó la CIA. No tenían la menor idea. Tomaron informaciones en Oriente: un cura lo recordaba bien, era un buen muchacho católico; los viejos docentes lo confirmaron. Si era católico, pensó la CIA, no podía ser comunista: con poca agudeza, visto que las asociaciones católicas estaban incubando racimos de comunistas. El embajador español tenía informaciones similares: Fidel era católico y católicos eran sus secuaces. Estando así las cosas, el nuevo embajador de Washington, Earl Smith, llegado en julio de 1957, fue poco tierno con Batista, en particular tras haber asistido a los funerales de País: una procesión religiosa devenida protesta política. En la duda, la CIA había tomado contactos con el M26. ¿Lo financió? Tal vez. Si lo hizo, ayudó precisamente a País, que era protestante y admirador de los Estados Unidos. Pero fue muerto.88
Sin embargo, Smith se convenció de que algo no cuadraba en Fidel. Había sabido que no sólo Guevara sino también Raúl Castro era comunista y admirador de Stalin. Ambos presionaban a Fidel para que se aliara con el PSP y atacara a Washington. Fidel frenaba, pero con los íntimos era claro: el momento más difícil vendrá después de la victoria, cuando enfrentaremos al enemigo más potente, los Estados Unidos. Desde la Sierra, Radio Rebelde lo dejaba entender: “Fidel, Fidel, qué tiene Fidel / que los americanos no pueden con él”, decía el refrán; ya era David contra Goliat.
Pero el disimulo era su pan y sobre su ideología reinaba el misterio: es un agente comunista, decían algunos; un buen jesuita, corregían otros. Todos tenían razón, pero sonaba raro. El cónsul en Santiago recogió noticias: radical, liberal, bueno para nada; todo y su contrario. Smith pidió elecciones libres, pero Batista seguía derecho por su camino. Aunque de una cosa se convenció pronto: Fidel nunca habría respetado los compromisos internacionales del país ni garantizado el Estado de derecho; con él, los Estados Unidos no iban a poder ir de acuerdo.89
Por consiguiente la Casa Blanca debía buscar una tercera vía entre Batista y Fidel. O que se lo propusiera, dado que nunca convenció al Congreso y a la prensa de que Fidel tenía un lado oscuro. ¿Había tiempo? ¿Espacio? Nada de ambas cosas. Empujado por la simpatía recogida en la patria y en el exterior, notó la diplomacia estadounidense, Fidel había puesto a Batista de espaldas al muro. Y él, reprimiendo, bloqueaba la vía a las soluciones políticas. Para Washington era tiempo de aligerar lastre: en marzo de 1958 impuso el embargo sobre la provisión de armas a Cuba. Es como ceder el país a Fidel, observó Smith.90