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30. Jaque mate

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La ofensiva fracasó: los rebeldes resistían, los soldados desertaban, el gobierno estaba aislado. ¿Para qué morir por Batista? Fidel meditaba el asalto final, reinaba aire de victoria: la Sierra se llenó de curiosos, las cajas de los rebeldes de dinero. Olfateando el riesgo de caer junto con Batista, varios oficiales abandonaron la nave. También Fidel olfateaba un riesgo, el último: un militar respetado, apreciado por Washington, capaz de guiar la transición política. ¡Le habría quitado la presa de las manos! Por eso temía la eventual liberación de Ramón Barquín, héroe del intento de golpe de 1956.108

La mítica batalla de Santa Clara fotografió la desbandada del ejército: los oficiales al mando de un tren con trescientos soldados se dejaron comprar por los rebeldes tras unos pocos disparos. M26 y PSP ahora luchaban juntos, si bien entre ellos reinaba la tensión. Divergían incluso sobre la oportunidad de asaltar bancos para aprovisionarse; no es el caso, dijo Fidel, pero por razones prácticas: los cubanos tienen mentalidad burguesa y lo tomarían a mal. Obvio que las elecciones presidenciales convocadas en noviembre se realizaron en un clima de fin de reinado: en Oriente, el M26 las impidió casi en todas partes. A pesar de todo votó el 39% de los que tenían derecho: no pocos, considerando que Fidel ordenó matar a los candidatos y quemar las urnas. Sucedió de todo: los castristas incluso secuestraron un avión que se estrelló: “los sabotajes son así, le toca a quien le toca”, dijo Fidel. ¿Había margen para una solución electoral? Improbable. De todos modos Batista arrastró consigo al abismo al entero país al reclamar la victoria de su candidato: el último regalo para Fidel.109

La meta estaba próxima, pero la última parte del camino era insidiosa. ¿Qué habrías hecho, le preguntaron a Fidel, si una junta militar hubiera tomado el poder? Habría usado las armas: las pidió a Praga; Moscú dio su aprobación, señal de la aproximación en curso. Pero fue en el plano político que conjuró el riesgo: el 7 de diciembre convocó a Urrutia y le hizo formar gobierno; era el único legítimo, guay en discutirlo. Su autonomía era nula: Fidel acogió a los delegados sobre un catre desfondado, estaban sentados en círculo a su alrededor. Primero lanzó invectivas contra los críticos, luego presentó uno a uno a los ministros de Urrutia. Se produjo algún disenso, pero lo acalló. Explicó su rol: yo estaré en las calles, juzgaré al gobierno con el pueblo; tomaba el poder pero mantenía libres sus manos; Urrutia era prisionero. A los compañeros explicó, divertido: tranquilos, no hicimos la revolución para dársela a Urrutia.110

Cuba estaba en fibrilación. Pensar en frenar el tren de la revolución, lanzado a toda velocidad, con un golpe de Estado era una alucinación. No quedaba más que dejar caer el telón sobre Batista. Había que convencer al ejército que lo hiciera: Fidel llamó al general Cantillo, la guerra estaba perdida. Director del encuentro fue un jesuita. El acuerdo fue que Cantillo detuviera la guerra e impidiera a Batista la fuga; ¡ojo con encontrarse con Smith! Si hubiera violado el acuerdo, Fidel habría atacado a Santiago. Luego fue con sus hombres al santuario de la Virgen del Cobre, la patrona de Cuba.111

En La Habana, en tanto, Smith fue a ver a Batista. Quería convencerlo de que dimitiera; quién sabe si no se podía todavía detener a Fidel. Fue puesto en la puerta: no tolero semejantes injerencias, dijo el dictador. Nunca había amado a los Estados Unidos. Cuando volvió a pensarlo, poco después, Smith fue lacónico: es tarde. No tenía más dudas sobre Fidel: los comunistas estaban por tomar Cuba. Cantillo llegó a la capital y violó los acuerdos: dejó huir a Batista y se encontró con Smith. Fidel se enfureció pero no tuvo que asaltar Santiago: el ejército se rindió sin disparar, el clero salió como garante. Predicó a la tropa: ¡uniremos los ejércitos, eliminaremos el latifundio, nos volveremos una potencia industrial! ¿Cómo disentir? Iniciaba 1959: los rebeldes estaban entrando en La Habana entre festejantes muchedumbres.112

Fidel Castro

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