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31. Cuba, 1958
Оглавление¿Cómo era Cuba cuando Fidel tomó el poder? Hay versiones para todos los gustos, pero una cosa es segura: él hablaba con convicción pero escaso conocimiento. Por otra parte, le interesaba agudizar los conflictos; era un redentor, no un científico social. Exageraba las carencias inflando datos: sobre el analfabetismo, la influencia económica de los Estados Unidos y mucho más. Pero juraba no mentir jamás: su mentira predilecta, repetida al infinito. Habrá sido su formación católica, quién sabe: mentir era pecado, no cuadraba con la imagen de sí mismo, por lo tanto mentía pero lo negaba. El perfil que Fidel pintaba de Cuba era el de un país hundido en las tinieblas: un artificio de todas las revoluciones, que se yerguen así como un pasaje de la oscuridad a la luz, de un antes a un después de Cristo. El 40% de los cubanos es analfabeto, dijo; el 90%, semianalfabeto; los desocupados más de un millón: imágenes dantescas.113
Cuba no era un cuadro en blanco y negro sino en colores; no era el paraíso ni tampoco el infierno; no era estática sino en fermentación. Tenía una tradición reformista favorable a reducir la dependencia del azúcar y de los Estados Unidos; aspiraba a una estructura productiva más adecuada a distribuir mejor la riqueza. Había signos alentadores: el sector no azucarero avanzaba a ritmos sostenidos y su propiedad era en gran parte cubana. El país importaba menos bienes de consumo y más bienes de capital que en otros tiempos. La campaña seguía siendo Cenicienta, pero también allí había inversiones. ¿Quién sabe si Cuba estaba por dar el salto? El hecho es que se registraba un despegue de las inversiones, escasa inflación, activo comercial, difusión de los medios de comunicación, reducidas tasas de mortalidad, creciente rol del Estado y el capital humano: una vasta clase media bien instruida.114
En 1958, un estudio ubicó a Cuba en el trigésimo primer lugar en el mundo por su desarrollo; en América Latina estaba en los vértices. Su rédito medio era igual al italiano, superior al japonés, el doble que el español. El peso cubano estaba estable desde hacía veinte años. Mayor productor de azúcar del mundo, era el más productivo por hectárea y la mecanización progresaba. El 4% del producto era para la educación; tenía más camas de hospital y construía más casas por habitante que en cualquier otra época; la mortalidad infantil era inferior a aquella de varios países europeos: el 32,5 por mil, no el 80 como afirmaba Fidel. Cuba era el cuarto país del mundo en televisores pro capite, redes radiofónicas y entradas de cine vendidas.115
También en el frente político el panorama era movido. Batista era detestado por los cubanos, pero sus preferencias eran heterogéneas. Buena parte de las clases medias urbanas nutría nostalgia de los años de libertades civiles, de la prensa y el Parlamento libres. ¿Había habido gobiernos decepcionantes? Verdad. Pero la democracia permitía cambiarlos. De allí su lucha contra la dictadura. En la Cuba rural y oriental, sin embargo, la democracia era un ritual extraño y con frecuencia vacuo. Era un mundo embebido de religiosidad africana e hispánica, sensible a la llegada de un Mesías que lo redimiera de los sufrimientos.116
El problema era el abismo entre la ciudad y el campo, occidente y oriente, capital y provincias. Baste un dato: los analfabetas eran el 11,6% en la ciudad, el 41,8% en el campo. Los médicos, numerosos en la ciudad, faltaban en muchas zonas rurales, donde hambre y parásitos eran frecuentes. Luego había lastres estructurales: la industria azucarera era tan potente que frenaba la diferenciación económica. De ello, la bomba de tiempo del trabajo estacional; la desocupación superaba el 20% cuando no era época de zafra. Lo que tornaba explosiva la situación no eran el atraso y la pobreza evocados por Fidel, sino el delicado tránsito en acto: parte de Cuba estaba en rápida modernización, la otra completamente detenida. Las redes sociales del pasado se erosionaban, las nuevas no eran aún lo bastante incluyentes. ¿Cuba marchaba en la dirección justa? Quizá. La revolución no le dio tiempo.117
Como oriental, Fidel generalizaba las taras de la Cuba rural creando una imagen distorsionada del país; como religioso, no las veía como residuos nocivos para enmendar, sino como pecados sociales para redimir con la espada. Típico el caso del latifundismo: tanto insistió que impuso como verdad aquello que lo era sólo a medias; Cuba era un enorme latifundio, repetía. Transponía a todo el país su experiencia: si bien la propiedad de la tierra estaba concentrada, su explotación mucho menos; los productores de caña eran en su mayoría colonos o arrendatarios, que serán penalizados por su reforma agraria. Los temas sociales no eran el corazón de su mensaje: como en toda otra cosa, pasaban por el filtro de su ansia de redención moral. La potencia de su relato estaba en el imaginario religioso que evocaba; en el llamado a la salvación ética de la esclavitud para el pueblo elegido, de los humildes respecto a los potentes, de los puros respecto a los pecadores.118