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32. Colapso

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Entre trescientos aniquilamos a un ejército de diez mil hombres, amaba decir Fidel. ¿Posible? No. La principal causa de la caída de Batista fue el colapso del régimen: pieza por pieza fue perdiendo sus apoyos y los unió a todos en contra suyo. No sólo Fidel contribuyó a separarlos, sino que conquistó antes la confianza y luego la conducción: una obra maestra. Batista guiaba una dictadura, no un régimen totalitario; una dictadura sujeta a presiones de su potente aliado. Ello no la hacía menos opresiva, pero sí menos poderosa. Amnistió a Fidel y le permitió usar a la prensa; los magistrados conservaban cierta autonomía.119

La clase dirigente se ilusionó con que Fidel sacaría las castañas del fuego. La alta sociedad oriental lo apoyaba: era católico, hijo de un terrateniente. Muchas empresas estadounidenses contribuyeron con sus óbolos para el M26. La prensa independiente colaboró con entusiasmo. La Iglesia aun más. Los partidos se unieron al coro, cavándose la fosa: lo legitimaron y él se los sacó de encima en la primera ocasión, seducidos y abandonados. Finalmente se derrumbó el ejército: el golpe fatal fue el embargo de Washington sobre las armas.120

Fidel logró imponer su esquema ideal: hay dos Cubas, repetía; una que imita valores extraños a sus raíces, otra que los encarna pero es oprimida. El bien debía expulsar al mal, la nación al enemigo: la espada debía dirimir el conflicto. Vencida la guerra, su Cuba habría sido la única; libre de la hipoteca del protestantismo anglosajón, el patrimonio moral de la cristiandad hispánica habría vuelto a florecer. Tenían razón los jóvenes orientales: qué comunista, Fidel es cubano al cien por cien. De ahí tanta devoción. Pero si Cuba era una y era la suya, adiós democracia y pluralismo.121

El 31 de diciembre de 1959 la historia dio vuelta la página: mientras Batista huía, Fuentes coloca a su Fidel a la mesa. Mientras cena, oye unos disparos: un capitán bebió demasiado y festeja así la revolución. Justo aquello que no desea ver: ordena que lo arresten, mañana lo fusilará. Luego termina la cena. ¿Verdadero? ¿Verosímil? De escenas similares está llena la biografía de Fidel: pocos meses después cubrió de improperios al cadáver de un compañero destrozado por la hélice de un avión: ¡qué estúpido terminar así! ¡Cuánto tiempo perdido! ¿Era tan cínico el hombre que estaba por entrar en la historia? ¡La moral era su escudo y su lanza! ¿Entonces? El dilema es sólo aparente: tan elevados eran sus fines morales que para alcanzarlos consideraba lícitos los medios más inmorales; la nobleza de los primeros, en sus ojos ennoblecía a los segundos.122

Fidel Castro

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