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27. Huelga

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Surgido en el Oriente rural, cabalgado por los estudiantes, el movimiento de Fidel no era proletario; era, para emplear la terminología de la época, pequeñoburgués. Para Guevara, Fidel era un líder de la burguesía de izquierda. Los obreros desconfiaban de él; para algunos era una especie de fascista: tenían una tradición reformista y Batista los había atraído con una política generosa. La tasa de sindicalización era alta y la cuota de los salarios sobre el producto era la más alta de América Latina. La legislación laboral no era el infierno descripto por Fidel: despedir no era fácil, los tribunales del trabajo velaban, la estrategia de los gobiernos era cooptar a los obreros, no excluirlos. El salario real había crecido bastante desde los años 40 y la protección social se había extendido. El tremendo capitalismo que Fidel odiaba, en Cuba tenía los rasgos típicos del paternalismo cristiano. Por lo tanto los obreros cubanos no estaban ansiosos de hacer la revolución.96

El campo, en cambio, estaba en el corazón de Fidel. Para conquistar a los campesinos, introdujo una reforma agraria en la Sierra. Deseaban la propiedad de la tierra, él lo sabía, por lo que no hizo mención del socialismo: la reforma la escribió Sorí Marín, anticomunista radical. Se basó en el principio de distribuir la tierra a quien la trabajaba, sobre la extensión de la propiedad privada. ¿Ven?, se oyó. No hay motivo para temer a Fidel.97

Consciente de que tenía que lanzar la ofensiva, Fidel preparó la acción que debía poner de rodillas a la dictadura: la huelga general, premisa de la insurrección general. Recomendó comprometer a todos, incluidos los comunistas. Pero los dirigentes del frente urbano se negaron: para ellos el PSP era humo en los ojos. Fidel se encaminó así a la huelga de abril sin un aliado clave y en un terreno desfavorable. Se comprende la rabia: creen poder hacer lo que les parece, se lamentó. Fracasada la huelga, su monarquía devino absoluta.98

Durante la huelga, mientras despachaba hombres a cumplir peligrosas operaciones, él se quedó en el cuartel general en la Sierra. Celia lo había hecho confortable: vinos, coñac y tabaco esperaban a los pocos huéspedes a quienes era concedido entrar en aquel lugar legendario; tenía un cocinero que había llegado al propósito desde la ciudad. Para la ocasión, instruyó que se contactaran agencias de prensa, mundo económico y embajadas para que fueran donde Batista a pedirle que dimitiera: “como católico”, notó Fidel, era deber del dictador evitar el baño de sangre durante la Semana Santa, fecha elegida para la protesta.99

Iniciada la huelga, Fidel expresó que pronto habría entrado en La Habana. Pero anduvo mal: la adhesión fue escasa, la represión brutal, decenas los muertos. Un desastre. ¿Había un culpable? Ciertamente no él, sino los dirigentes urbanos. Enfurecido, los convocó a la Sierra: los sometió a críticas impiadosas, echó a tres de la dirección: la derrota era una vergüenza para expiar. Pero seguía siendo optimista: quien lo conoció en aquel entonces, recordó que con él “lo imposible se volvía posible”; era “un hombre superior”. Ni siquiera Huber Matos se le resistía. Fidel había creído en la huelga general pero luego lo renegó: firmé la convocatoria pero no era favorable, dijo al tiempo. Desde entonces, nadie más desafió su primacía.100

Pero Fidel sabía transformar los reveses en victorias. A los pocos días sus hombres tuvieron una conferencia de prensa clandestina para la NBC: nada grave había sucedido, la revolución era más fuerte que nunca fue el mensaje; un golpe de maestro, si bien debía mostrarse tan moderado que dejaba desconcertados a los militantes. Luego se preocupó de restablecer la moral en las tropas, hablándoles desde Radio Rebelde. “He marchado sin descanso días y noches” para “hablar al pueblo”, dijo evocando el via crucis. Lanzó un anzuelo a los militares: los nuestros son “fusiles idealistas”, “nunca hemos fusilado prisioneros”. Contó de un niño cuyas piernas habían sido arrancadas por una bomba: “sin llorar llamó a la abuelita” para decirle, mientras moría, que la había querido mucho. ¿Era verdad? ¿Era una historia creada a propósito? El niño sirvió para anunciar la erección de un monumento a los “inocentes caídos”. Pintado el mal, prometió la redención: era un Dios vengativo, maniqueo y barroco.101

Fidel Castro

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