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23. Fidelito
ОглавлениеDe su vida privada, sólo una sombra lo preocupaba: la de Fidelito. Saber que estaba en Miami con la madre y la familia de ella lo hacía enloquecer. Luego supo que ella había vuelto a casarse: fue todavía peor. Qué pesó más: ¿el afecto paterno o el deseo de venganza? El hecho es que cuando estaba en México, resolvió el problema su manera: secuestró al hijo y no lo restituyó tras una visita. Era obvio que no podía cuidarlo: lo dejó con las mujeres que tenía en torno. Antes de embarcar en el Granma hizo un testamento: dejaba a Fidelito con la pareja que había ayudado, ¡con tal que no volviera con la madre! En los otros hijos suyos, con otras mujeres, no pensó. No era cuestión privada, estaba de por medio la historia. De niño, Fidelito se había transformado en un símbolo: estableció que no debía volver a Cuba hasta que no fuera liberada. El problema no se planteó: Fidel no murió y Fidelito fue de nuevo secuestrado: por la familia de Mirta. El niño era una presa política.84
En la Sierra, su familia se redujo a Raúl y Celia. Era el destino: había desposado a la causa, no había espacio para afectos privados. El pueblo debía saber que sólo él existía en su corazón. La finca familiar fue, como otras, objetivo de los incendios del M26: la madre no lo agradeció. Los lazos familiares se volvieron políticos: Enma, la hermana favorita, recolectó fondos para él; un amigo del padre donó una gruesa suma rogándole que trajera la democracia a Cuba. Poco más.85