Читать книгу Instrumentos jurídicos para la lucha contra la despoblación rural - Luis Miguez Macho - Страница 11
6. EL TURISMO CULTURAL
ОглавлениеEn el movimiento turístico primigenio tuvo gran importancia el asociacionismo. La Asociación Catalana de Excursiones Científicas (1876) o el Centro Excursionista Catalán (1891) han llegado a formar verdaderas señas de identidad cultural. En el ámbito madrileño, la Institución Libre de Enseñanza formó la Sociedad para el Estudio del Guadarrama (1886), que pretendía unir la educación y la investigación científica con la colaboración de geólogos, zoólogos y botánicos; el guadarramismo, de raíces krausistas, concebía la excursión como una nueva forma de conocer la naturaleza, con el trasfondo de la preocupación moral por la renovación de la sociedad española. En otros lugares actuaron de manera similar las sociedades de turismo propiamente dichas, como el Sindicato de Iniciativa y Propaganda de Aragón (1925), que siempre ha manifestado un entendimiento cultural del turismo, siendo cuna de sociedades de montañeros o fotografía. Antecedentes estos que tienen amplias manifestaciones, como se pone de relieve en la literatura de viajes, y que podrían servir para proporcionar las bases éticas de un nuevo turismo.
Sin embargo, bajo el resplandor y la rentabilidad de los destinos turísticos, durante los largos y devastadores años del desarrollismo, la organización del turismo y su ordenamiento correspondiente tan apenas se fijaron en el viaje, en la ruta, en el itinerario. Lo importante era el destino, el paraíso terrenal ofrecido a módicos precios en forma de tumbona y jarra de sangría. El desarrollo turístico había sido una de las recetas del Plan de Estabilización de 1959, que llevó a primar sin reservas el crecimiento del sector y su influencia en la economía general del país. Ninguna cautela se opuso al auge desenfrenado del turismo, que llevó a amurallar las costas con líneas de apartamentos, a destrozar numerosos paisajes, a invadir ecosistemas frágiles con urbanizaciones, a adoptar soluciones poco meditadas para problemas graves como los relativos al abastecimiento y vertido de aguas o a los residuos. El binomio sol-playa constituía una fórmula con éxito en el plano estrictamente económico, de manera que no parecía necesario buscar otros atractivos turísticos.
La crisis de ese modelo turístico manifestada en torno al año 1990 sirvió para impulsar nuevas modalidades, que fueron recibiendo variadas denominaciones: turismo rural, deportivo, de negocios, sanitario, religioso, social. En ocasiones, estas categorías cobijan otras, de manera que el turismo rural puede llegar a ser verde o el turismo deportivo configurarse como de aventuras, incluso el turismo de negocios puede especializarse en los congresos, el turismo sanitario ceñirse a lo termal, el turismo religioso vincularse a lo mariano y el turismo social limitarse a la tercera edad. Añádanse las variantes de turismo cinegético, piscícola, fotográfico, científico, golfístico, gastronómico y otras.
El concepto jurídico de turismo permite todas esas especialidades. Así, ya en las recomendaciones de la ONU sobre el turismo internacional (Roma, 1963), se estableció que las finalidades del viaje del turista pueden ser de placer (“distracción, vacaciones, salud, instrucción, religión y deporte”) o de negocios (“familia, misiones y reuniones”). Sucede, en definitiva, que el viajero de otros tiempos recibe hoy la denominación de turista.
Las crisis del turismo son crisis económicas, no culturales y ni mucho menos éticas. Crisis derivadas particularmente del notable incremento de los destinos turísticos, de forma que, al disminuir estos de la mano de la inseguridad generada por los fundamentalismos religiosos y los conflictos nacionalistas y sociales, las crisis del turismo occidental y particularmente del español desaparecen o se atenúan, formando ciclos en constante proceso de transformación.
En todo caso, haya o no crisis turística, los planteamientos éticos voluntaristamente unidos al turismo en los períodos de las crisis persisten. La idea de que es posible un turismo cultural se ha generalizado, hasta el punto de depositar en esa variante viajera nada menos que esperanzas de equilibrio territorial. “A la redención del agro por el turismo rural y cultural”, parece ser el eslogan de la moderna ideología turística. No podía ser otra la consecuencia de haber puesto en relación un concepto tan amplio como el de turismo con algo tan impreciso como la cultura.
En la práctica, las manifestaciones del turismo rural son muy diferentes. Agrupan minúsculas actividades de tipo complementario, junto con pequeñas empresas familiares y también ensayos de mayor fuste como la formación de redes en torno a itinerarios culturales. Modernamente, la ruta ha pasado a conformar una nueva especialidad que recupera planteamientos primigenios. Al principio el foro de atención de este sector fueron antiguos trayectos como el canal de Castilla, la Cañada Real, el sendero pirenaico, la Ruta de la Plata y el camino por excelencia, el de Santiago. Ya entonces resultaba difícil encontrar elementos jurídicos comunes a tan variados supuestos: un canal, una vía pecuaria, un camino rural, una línea férrea... Paulatinamente el panorama conceptual se ha complicado notablemente con la aparición de los itinerarios culturales imaginados en la cartografía, que cuentan con amplias manifestaciones internacionales, nacionales, regionales y locales.
Desde 1987, el Consejo de Europa promueve programas de itinerarios culturales transnacionales con fines educativos y culturales que permitan comprender y respetar los valores comunes de los europeos. Ha establecido para ello el certificado de Itinerario Cultural del Consejo de Europa que acredita el respeto de los criterios establecidos. Además, el Instituto Europeo de Itinerarios Culturales presta ayuda para el desarrollo, ejecución, evaluación y promoción de los proyectos de redes, el desarrollo de investigaciones históricas, la adopción de fórmulas de turismo sostenible y todo tipo de estrategias de promoción y financiación.
Aunque el modelo habría de ser el Camino de Santiago y sobre el papel se insiste sobre todo en los valores inmateriales, cabe apreciar que la exigencia y búsqueda de entornos agradables y atractivos va determinando que no siempre nos encontremos con elementos auténticos u originales. En efecto, empiezan a abundar las recreaciones y, en general, la cultura digerible propia del turismo de masas. Una cierta disneylandización se advierte en los mismos relatos que acompañan a la identificación de las más variadas rutas imaginadas: itinerarios de civilizaciones, que pueden, a su vez, ser de tipo bélico como la de los vikingos, de sesgo comercial como la de los fenicios, de ocupación territorial como la de los andalusíes o reflejando la huida y persecución de pueblos como la de los judíos; itinerarios religiosos con especialidades en los monasterios, el románico o los cementerios; itinerarios comerciales y económicos que van desde la producción de hierro al olivar y la vid; itinerarios artísticos de la prehistoria, la cerámica, el megalistismo o el Art Nouveau; itinerarios históricos también, referidos a la trayectoria de personajes como el emperador Carlos o Napoleón. Suelen ir acompañados de actividades que buscan animar a los visitantes como mercados populares y rurales, ferias, fiestas, representación de batallas, festivales y otros eventos. Grandes decorados, en definitiva, que quizá ayuden a hacer digerible el pasado europeo y a promover cierto desarrollo económico que se supone sostenible.
La medida en la que tan variadas experiencias se insertan en el medio rural y lo potencian resulta muy desigual. En ocasiones cabe incluso apreciar que el éxito empresarial de algunas iniciativas autóctonas termina acentuando la despoblación. No es, en efecto, infrecuente que inversores de fuera adquieran explotaciones turísticamente rentables imponiendo una gestión de la actividad alejada del lugar e incentivando el cambio de residencia a zonas urbanas de los triunfadores locales. En definitiva, los intereses ambientales y culturales del turismo, tan ligados a los ámbitos rurales tradicionales, pueden ser un tanto coyunturales, una especie de tabla de salvación empleada mientras se recuperan los resultados económicos de las grandes cifras que proporciona el turismo de masas.