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VII.

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Mientras Aben-Zohayr dormia, un genio horroroso se habia levantado sobre las aguas del lago; tenia cabeza de basilisco, alas de murciélago, cuerpo de leon y cola de serpiente; llevaba en la mano un cráneo de cocodrilo en forma de copa, lleno de un licor negro y flameante. El cielo se nubló, mugió el semoum, callaron las aves aterradas, y sólo se escuchó el canto de una rana, el grito de un buho y el zumbido del ramaje de las higueras y de la palmera. El genio vertió tres veces en la laguna parte del licor que contenia el cráneo hasta acabarlo, y dijo con una voz hueca y horrible, como el sonido de una losa al caer sobre una tumba.

—Perezca todo lo que existe en este valle; pero vive, tú, fuente, y tú, laguna, y tú, rana, y tú, buho é higueras y palmera; pero estériles como las lágrimas del impío. Vivid para cantar á Allah, el Santo, el Grande, el Justo.

Cuando Aben-Zohayr despertó, el genio del exterminio habia desaparecido y la luna brillaba á través de un ambiente despejado, pero triste, sin brisas, ni perfumes; los árboles se mecian sordamente sin que el más ligero céfiro los impulsase, y se oia el murmurar de la fuente, el canto de la rana y el grito del buho; Aben-Zohayr estaba pálido como un cadáver y sus ojos se habian hundido de una manera horrible: su frente se abrasaba y su garganta seca hacia producir un sonido ronco á su aliento; sintió sed y se arrojó á beber á la laguna. Entonces sintió que su corazon se ensanchaba, que una luz inmensa iluminaba su espíritu, que sus miembros se endurecian y crecia todo su sér; misterios impenetrables se abrian ante su inteligencia y todo aquel aumento de vida pesaba sobre él más que pesa la tierra de la fosa sobre el cadáver del justo. Su vista abarcó la inmensidad; vió sus hermanos los árabes del Hedjaz muertos sobre el campo de sangre devorados por las hienas y los buitres, y en su aduar delante de su tienda su cadáver cubierto con su arnés de guerra, y al lado su lanza y su espada. Aben-Zohayr no se estremeció; quiso hacer la prueba de su poder, y se acercó á su caballo que aún permanecia yerto junto á la laguna.

—Levántate Rhadjih, le dijo.

El valiente corcel se levantó, dió un relincho de alegría al conocer á su amo, pero en el mismo momento lanzó otro relincho de espanto y de dolor, y quedó inmóvil, cual si se hubiera convertido en una roca. Aben-Zohayr cogió agua de la laguna en el hueco de la mano y la aplicó á las narices del bruto; el sortilegio produjo un efecto terrible: Rhadjih se encabritó y quiso resistir á su ginete; pero Aben-Zohayr saltó sobre él y le sujetó.

Reinaba un silencio profundo: el impío evocó á Fayzuly, y una sombra blanquísima apareció en los aires y se posó inmóvil y aterrada junto al caballero maldito; era Fayzuly; llevaba en vez de túnica un sudario y sobre sus negros cabellos una corona de siemprevivas nacidas en el jardin de Hiram y regadas por genios con agua del pozo Zemzem; Aben-Zohayr quiso apoderarse de ella, pero Fayzuly huyó con la velocidad de una flecha, seguida siempre á corta distancia por Rhadjih que volaba dejando tras de sus cascos un rastro de fuego. Fayzuly, el caballero y el corcel, desaparecieron perdiéndose entre la niebla de la mañana en las revueltas de las montañas del Hedjaz.

Hé ahí por qué en el valle maldito no se oia otro ruido que el canto de la rana, el grito del buho, el columpiarse de las higueras silvestres, el gemido de la palma estéril y del arroyo solitario. Hé ahí por qué no venian á beber las aguas de la laguna la errante gacela y el sediento leon.

Historia de los siete murciélagos, leyenda árabe

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