Читать книгу Historia de los siete murciélagos, leyenda árabe - Manuel Fernández y González - Страница 11

VIII.

Оглавление

Índice

Vinieron años tras años, y pasaron ochocientos ochenta y siete sobre el lugar maldito, sin que hombre, fiera ó pájaro, pisase su suelo ni cruzase por su aire.

Habian llegado los últimos dias de la luna de Safer del año novecientos y uno de la Egira[10]: era la hora de adohar y el sol brillaba abrasador suspendido en la mitad de su carrera; la rana cantaba ronca y desapacible y de la laguna casi seca se levantaba un denso vapor, cuando un peregrino cansado y sediento llegó al valle maldito del Hedjaz.

Era Abu-Kalek, anciano guerrero de la raza de los Almoravides que se dirigia en peregrinacion á la Meca, cumpliendo la última voluntad del rey de Granada Mohhamed-Aben-A'bd-Allah-al-Zaquir-al-Zoghoibi[11], (Boabdil) muerto en los campos de Bakuba, defendiendo contra los rebeldes jerifes al emir Muley Ahmet-ben-Merini. El anciano Abu-Kalek habia emprendido su viaje desde el Moghreb, y al fin habia puesto su cansada planta en las vertientes de las montañas que rodean á la Santa ciudad del Profeta[12].

Pero estaba escrito que el Almorabhid no llegaria al mirab de la gran mezquita; sus dias estaban contados y su sepultura abierta en el valle maldito del Hedjaz; las huríes le esperaban, y el alma del justo era tan pura como el blanco color de su venerable barba.

¡Qué grande y poderoso es Allah! En el mismo sitio donde apagó su sed el réprobo Aben-Zohayr, apagó la suya Abu-Kalek: un impío habia traido la maldicion de Dios sobre el valle, y un justo habia sido concebido para purificarlo. Cuando el Almorabhid bebió, sintió como el árabe que su vista se dilataba y su corazon ardia; su sangre débil y helada corrió por sus venas como fuego ardiente, y volvió á su juventud y á su fuerza; su encorvada espalda se irguió, sus ojos centellearon y en su boca apareció una profunda expresion de dolor.

—¡Oh Señor! exclamó el viejo prosternándose contra la tierra, ¿por qué me vuelves mi juventud y dilatas mi vida? ¿He dejado un solo dia de elevar á tí mi espíritu, ó mis labios han mentido ó mi espada ha derramado sangre del débil ó del inocente? ¡Oh señor Allah! ¿qué quieres de tu siervo Abu-Kalek?

Pero nada contestó á la plegaria del Almorabhid: la rana siguió cantando y el sol tendiendo sus rayos inflamados sobre la tierra. Abu-Kalek quiso continuar su camino, pero fué en vano; por donde quiera que se dirigia encontraba una roca tajada, un abismo ó un torrente; las huellas se borraban tras de sus piés.

—¡Oh desdichado rey, exclamó el creyente, los espíritus invisibles me cierran el camino: yo moriré aquí como tú moriste en Bakuba! ¡Hágase la voluntad de Allah!

Abu-Kalek sintió hambre, pidió dátiles á la palmera, fruto á las higueras, peces á la laguna; pero la palmera y las higueras y la laguna eran estériles; en aquel momento una golondrina se cernió sobre el valle; Abu-Kalek, tomó una saeta de su aljaba y tendió el arco que le servia de apoyo en su marcha; la saeta hendió silbando los aires y cayó trayendo consigo á la avecilla, que se agitó en sus últimas convulsiones entre las manos del morabhita.

Sobre el pecho azul de la golondrina pendia una pequeña llave formada de una esmeralda, sujeta al cuello del pájaro por un collar de rubíes; el creyente tomó la llave y la golondrina espiró, diciendo en un débil gemido:

—¡Busca!

Abu-Kalek miró la llave y vió sobre ella escrito en pequeñísimos caractéres cúficos el mote: «¡La galib ille Allah!» (¡Solo Dios es vencedor!)

—¡Busca! murmuró el viento agitándose entre los árboles.

Abu-Kalek se dirigió al pié de la seca palmera.

—¡Busca! murmuró roncamente la rana en la laguna.

El morabhita llegó hasta su orilla.

—¡Busca! graznó el buho desde el fondo de la gruta.

Abu-Kalek se precipitó á través de las zarzas que cubrian la profunda grieta y buscó; el buho entre tanto batia las pardas alas graznando siempre:

—¡Busca! ¡busca! ¡busca!

En la parte más profunda y oscura de la gruta, en un lóbrego agujero, anidaba el buho, que huyó lanzándose al valle al acercarse á su nido el morabhita Abu-Kalek.

Historia de los siete murciélagos, leyenda árabe

Подняться наверх