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V.

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Era la torre triste y solitaria; ni un ajimez se abria en sus muros, ni un guarda vagaba en sus almenas; entre estas se elevaba una cúpula dorada, y sobre ella una veleta de hierro rechinaba al embate de las auras.

Ni un aduar, ni una aldea se veian á lo léjos de los extensos horizontes; era la torre como una palmera solitaria en el desierto; como una nave abandonada en la inmensidad de los mares.

Tras la pequeña puerta de herradura que habia dado paso á la gacela y á Al-Hhamar, se extendia una galería con cupulinos matizados de colores y sostenidos por delgadas columnas de jaspe; esta galería daba paso á una sala embaldosada de alabastro y terminada por la cúpula cuya techumbre se veia en el exterior.

Aquella cúpula estaba rodeada por hermosos trasparentes, á través de los cuales pasaba una luz ténue y pálida, que daba un misterioso prestigio á los versos del Koran, escritos en los muros con caractéres de oro, sobre fondos azules y rojos.

En medio de la sala habia un braserillo con fuego, y sentado junto á él, sobre almohadones de seda, estaba un anciano de semblante severo y barba blanquísima, envuelto en una larga túnica; tenia junto á sí un gran libro y en la diestra una vara mágica.

La gacela pasó como un relámpago por delante del anciano, y desapareció por otra puerta, que se cerró con estruendo tras ella; Al-Hhamar se detuvo no atreviéndose á allanar la morada ajena.

—Allah te guarde, anciano, dijo dirigiéndose al hombre de la barba blanca; Allah te guarde y su paz sea contigo. ¿Qué tierra es esta adonde se llega por un camino tenebroso como la tumba, á quien defiende un abismo, y donde se eleva un alcázar solitario como mi alma y triste como mi pensamiento?

El anciano se levantó dejando conocer su aventajada estatura, y su ancho ropaje flotó como agitado por un impulso invisible.

—¡Creyente! exclamó con una voz vibrante y sonora como la de una trompeta de guerra: tu corazon es fuerte y tu pensamiento noble; tu brazo ha levantado la espada de Dios sobre la cabeza de los infieles, y dias de ventura han sido para la raza de Ismael, aquellos que han corrido desde el dia que tus ojos se abrieron á la luz; la misericordia de Allah te ha hecho grande entre los poderosos, y el genio de las mil lenguas ha extendido tu nombre sobre la haz de la tierra: has sido justiciero con el malvado, consolador con el triste y generoso con el vencido. Los pueblos acatan tus virtudes, y los hombres se inclinan ante tí: y á pesar de tu grandeza, ¿por qué pides su paz á Allah, y encuentras en tu alma una tristeza profunda que hace tus dias sombríos y tus noches sin sueño?

—¡Poderoso genio! contestó prosternándose Al-Hhamar, porque el corazon del hombre es insaciable, y sus ojos están ciegos. Yo he peregrinado sobre la tierra pisando siempre un camino de espinas, y no me ha abandonado la fe; he buscado un amigo entre esos hombres á quienes he tratado como hermanos, y no le he encontrado; he codiciado una mujer para dilatar mi espíritu en su amor, he visto mi alma solitaria y sedienta, en medio de mi harem habitado por las mujeres más hermosas del mundo, y en todas he hallado la impureza y la falsía. ¡Dichoso el creyente á quien Dios concede una mirada de paz, mientras duerme en su tienda de cuero, junto á una mujer alma de su alma!

El hermoso semblante de Al-Hhamar se contristó, y de su corazon, seco y árido, brotó una ardiente lágrima.

—¡Al-Hhamar! dijo la pujante voz del viejo, has llegado hasta mí, siguiendo á la gacela fugitiva de tu esperanza, y has recorrido sin temblar el oscuro camino de la muerte; el puente Sirat no se ha roto bajo tu planta, y estás en la última region donde la luz no alcanza fin; el alcázar eterno se ha abierto para tí, y Allah te permite leer en tu destino. Yo soy el que será; soy el genio del Porvenir.

—¡Allah Akbar! exclamó el rey uniendo su rostro al pavimento, ¿ha llegado el dia en que mi espíritu venga á morar entre los séres incorpóreos?

—Aún no, repuso el viejo; mas lo que ha de suceder sucederá.

Entonces tomó el libro y le abrió; sobre una de sus páginas se veia escrito el nombre de Al-Hhamar con caractéres de fuego, el genio rompió la hoja de pergamino que le contenia, y la arrojó al braserillo; bien pronto se alzó una llama azulada á la que sucedió un humo blanco y denso.

El anciano puso su vara en contacto con el humo que se dilató.

—¿Tienes valor para sufrir tu última prueba? preguntó el anciano al rey.

—¡Dios es fuerte! contestó Al-Hhamar, sea con él mi espíritu.

—Cúmplase lo que está escrito, dijo el genio.

Entonces tomó formas y vida la neblina producida por el humo, y Al-Hhamar vió levantarse ante él las montañas, la vega, y en fin, Granada tendida á lo léjos sobre las distantes colinas; el sol, cercano al ocaso, la iluminaba con sus rayos horizontales, y espesas nubes se columpiaban en los aires presagiando una tormenta.

Un hombre, cabalgando en un caballo negro, corria al galope sobre el camino que atraviesa el alto del Padul[21] en direccion á la ciudad. Su alquicel flotaba al viento, y el sol reflejaba en el bonete de acero, que rodeado de un turbante blanco, ceñia su cabeza; su fisonomía, en que se notaba el paso de sesenta inviernos, tenia una expresion semejante por lo feroz á la del lobo y por lo astuta á la de la zorra; aquel hombre iba sin duda impulsado por un grave motivo, puesto que espoleaba al bruto blasfemando, y blandiendo una larga lanza que empuñaba fuertemente en su diestra.

—¿Conoces á ese hombre? preguntó el genio á Al-Hhamar.

—Es Abu-Yshac, el más valiente de mis walis; una de las columnas del Islam, y el bravo entre mis guerreros. Mas ¿por qué abandona la alcaidía de mi castillo de Comares, mientras los nazarenos recorren la frontera, ansiando sorprendernos como el tigre africano que vaga en derredor de los fuegos de una caravana, cuando despliega sus tiendas de reposo en el desierto?

—Mira: dijo el genio extendiendo su vara mágica sobre la vision; ante tu vista va á pasar el porvenir; tú mismo te verás entre tus gentes, y mi poder te descubrirá los arcanos más profundos.

La vista de Al-Hhamar adquirió un alcance maravilloso y vió pasar ante él lo siguiente.

Historia de los siete murciélagos, leyenda árabe

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