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V.

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No bien habia tendido sobre él sus alas el genio de los sueños, cuando vió un jardin como no lo han visto ojos humanos, y se creyó tendido sobre el césped en un bosquecillo de oloroso sándalo; oíase el cantar de las aves á quien el poderoso Allah ha concedido dulces gorgeos, y parecíale que comprendia su lenguaje; se decian amores: asimismo las fuentes murmurando, las hojas de los árboles y de las flores agitándose, las auras que las movian suspirando, tenian voces para él, y leia palabras encantadas en las nubecillas, que parecian caractéres de nácar y azul; y las aves, y las fuentes, y los árboles, y las flores, y las auras, y las nubes decian: «Fayzuly es la hermosa de las hermosas, la hurí de los amores, la alegría de Salomon (¡Dios sea con él!), la doncella blanca de los ojos negros». Y volvian á repetir aquel nombre que llenaba el corazon de Aben-Zohayr y le dilataba, como el rocío al cáliz del tulipan y los céfiros de la alborada á las vírgenes siemprevivas.

Aben-Zohayr despertó á la hora de la azalá de azohbi[5], se levantó, purificó su cuerpo con la ablucion y oró. Despues se tendió desesperado en el mismo sitio donde habian estado sentadas las dos huríes.

Eblis,[6] el espíritu rebelde maldecido por Dios, el genio del mal que nunca duerme y que habia inspirado sueños tentadores á Aben-Zohayr, batió junto á él sus negras alas y el espíritu del árabe se entristeció; quiso recurrir á la oracion, pero entre él y Dios se habia colocado Eblis, y sólo le dejaba ver á Fayzuly, hermosa y desnuda, con todos los incentivos del amor. Aben-Zohayr era un espíritu débil, y pasó la hora de adoha, de adohar, de alazar, de almagrib, y llegó la de alajá sin que hiciese la azalá; Aben-Zohayr, que habia olvidado su derrota por Fayzuly, olvidaba por ella al vencedor, al grande, al poderoso Allah; Zohayr era el esclavo de Eblis: la mano del que todo lo puede se habia levantado sobre su cabeza, y si entonces su alma hubiese tenido que pasar el terrible puente Sirat[7], se hubiese precipitado en el fuego eterno.

—¡Oh Allah, poderoso Allah, murmuró el impío, dame el amor de la doncella de los ojos negros, dámelo y yo sacrificaré doscientos corderos blancos en tu mirab de Medina-Yastreb en la fiesta del Ayd-al-korban!

Y como esperase en vano despues de la salida de la luna la venida de Fayzuly, blasfemó:

—No hay Dios, dijo el réprobo revolviéndose sobre la yerba; Mahhomed-ben-A'bd-Allah[8] era un impostor, el Koran la obra de un loco. El hombre está solo sobre la tierra abandonado á su destino, como un camello sin guia, y más allá del último crepúsculo no hay más que sombra. Eblis, Eblis, ¡dame la doncella de las trenzas negras y te adoraré! ¡dame su amor y te levantaré un mirab[9], y te sacrificaré cien camellos!

Historia de los siete murciélagos, leyenda árabe

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