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XIII.

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Un mes duró el viaje; al fin de él, una tarde, al trasmontar el sol los horizontes, divisaron los altos minaretes y las cúpulas de la mezquita de la Santa Ciudad: entraron en ella, y despues de haber hecho su ablucion en el pozo Zemzem, oraron en el mirab. Despues, en la puerta de la mezquita, dijo Abu-Kalek al príncipe, con las lágrimas en los ojos:

—Aben-al-Malek, vamos á separarnos; está escrito que peregrinarás sobre la tierra y pondrás á prueba tu corazon. Te dejo un inmenso tesoro y una lanza: no olvides nunca que el mejor objeto en que puedes invertir el primero, es en aliviar la miseria de tus hermanos, y la segunda en proteger al débil y combatir los infieles enemigos de Allah; huye de la indolencia y de la impureza, como de vicios fatales; y sé siempre generoso, valiente y fiel.

Abrazó al príncipe tras estos consejos, y montando en su asno, volvió triste y afligido á la gruta del Hedjaz.

Historia de los siete murciélagos, leyenda árabe

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