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IX.

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Era la hora de alajá: la noche levantaba su oscura faz al Occidente; en el opuesto confin el sol se hundia tras azules montañas, entre celajes de fuego: el lucero de la tarde le seguia saludando con trémulos resplandores á la blanca lumbrera de la noche, y se iban extinguiendo lentamente los innumerables rumores que acompañan al dia.

El creyente oró y su espíritu subió hasta el Señor: un clarísimo resplandor iluminó la gruta, y perfumes suavísimos inundaron el ambiente; aquel resplandor emanaba del agujero habitado por el buho, y en el fondo de él se veia una placa de oro, en la cual al rededor de una cerradura se leia en caractéres azules: «¡Allah Akbar!» (¡Dios es grande!)

Abu-Kalek introdujo la llave de esmeralda en la cerradura de oro; la roca se rasgó dejando descubierta la entrada de una escalera de pórfido, con paredes de cristal y techumbres de ágata en forma de estalactitas.

Un genio horrible defendia la entrada; tenia cabeza de basilisco, alas de murciélago, cuerpo de leon y cola de serpiente; el genio exterminador puesto por Allah á las puertas del Edem; era la última prueba del morabhita Abu-Kalek.

Rayos lanzaban sus ojos; sus alas batian las paredes produciendo un chasquido aterrador; su cola azotaba el pórfido y sus garras se tendian ensangrentadas y amenazantes hácia Abu-Kalek que se precipitó sobre el genio gritando: «¡Allah Akbar!»

El genio desapareció rodando hasta el abismo y el morabhita se encontró en un alcázar como no lo han visto ojos humanos. Las puertas eran de diamante, el pavimento de rubíes, las paredes de perlas y los techos de sándalo; por los arcos afiligranados se despeñaban cascadas de aguas olorosas que iban á regar rosas siempre purpúreas y tulipanes inmarchitos; sobre todo esto un cielo azul como el zafiro, resplandecia con la luz de los ojos de Dios.

Cantaban las perís y danzaban las hadas en torno de una cuna de aloe sostenida por genios, donde sonreia un bellísimo infante velado por paños de púrpura: junto á él fijaba su mirada inefable de madre, una mujer hermosísima; su larga cabellera negra lanzaba reflejos azulados junto á las perlas que la entrelazaban, y rodeando un rostro de mejillas morenas, caia en bucles ondulantes sobre sus desnudos hombros velando un seno purísimo; su túnica azul era de seda superior á la de Persia; su breve talle estaba contenido en el cíngulo misterioso de Salomon; sus pequeños y desnudos piés se hundian en una alfombra cubierta de signos cabalísticos, y entre sus brazos reposaba un hombre que absorbia en sus ojos la intensa mirada de amor de los negros y radiantes ojos de la hermosa.

Esta era Rhadhyah, la más pura de las huríes, la reina de las prometidas á los creyentes por el Señor.

El hombre que reposaba entre los brazos de Rhadhyah era un hermoso mancebo; ceñia su frente una toca blanquísima, prendida por una garzota de piedras preciosas, y entre la cual aparecia una corona de rey; vestia una pesada loriga de combate y sobre ella se plegaba un caftan más blanco que la luz de la alborada; pero aquel caftan estaba manchado de sangre, y bajo él se veia una corva cimitarra damasquina roja hasta la empuñadura.

Aquel hombre era Mohhamed-Ben-A'bd-Allah-al-Zaquir-al-Zoghoibi (Boabdil), último rey moro de Granada.

Su semblante hermoso y tranquilo estaba pálido como el de un cadáver; una ancha herida partia su frente y sus ojos absorbian con una expresion melancólica la mirada de amor de Rhadhyah, junto á la cual reposaba sobre la alfombra.

Abu-Kalek se prosternó y unió su rostro al pavimento.

—¡Oh invencible Allah, exclamó, qué grandes é incomprensibles son tus decretos! ¿Es este aquel desdichado rey rebelado contra su padre, combatido por su pueblo y arrojado por los nazarenos de su trono? ¿Es este aquel real mancebo á quien yo ví morir y por cuya alma oro cuando el sol aparece y cuando la luna se levanta con la noche?

Boabdil se desprendió de los brazos de la hurí; sus labios descoloridos se contrajeron en una tristísima sonrisa, y su mirada diáfana se posó con una expresion de amor en Abu-Kalek.

—Levántate, muslin, exclamó, mi viejo amigo, Brazo de Dios, el más valiente de los guerreros de mi tribu, levántate y escucha.

Abu-Kalek se levantó.

—Hubo un tiempo, prosiguió Boabdil, en que morábamos en un gran pueblo; nuestro nombre llenaba la tierra y nuestros guerreros eran el terror de los infieles; la espada del muslim estaba siempre roja, y nuestras fronteras eran el cementerio de los nazarenos. Pero estaba escrito que el creyente seria desterrado; los alcaides de la tierra perdieron una á una las fuerzas y las villas del reino, y los infieles llegaron hasta nuestros muros. Mis guerreros se dividieron: mi tio asesinó á mi padre, y la maldicion de Dios cayó sobre Granada. Dia terrible fué aquel en que vimos la cruz clavada sobre nuestro alcázar, en que, desterrados, salimos por la parte del Genil con las lágrimas en los ojos y los piés descalzos. Abandonamos cobardemente nuestra ciudad y entregamos nuestros hermanos á la tiranía y las infamias del vencedor; nuestro corazon brotó llanto de sangre á los ojos que vieron por última vez la Alhambra desde el alto del Padul. La mitad de mi alma atravesó el espacio para ir á morar en ella envuelta en un suspiro, y la otra mitad quedó desesperada para amargar los últimos dias del rey vencido. Habiamos cometido un crímen, y debiamos expiarlo; habiamos manchado nuestros nombres como cobardes, y debiamos lavar nuestra infamia muriendo como mártires: mi lanza enmohecida con el abandono en Granada, se enrojeció en África; olvidé mis retretes de oro y habité la tienda de cuero del guerrero; ansiando la muerte lidié, me revolví entre millares de enemigos, y la muerte fué conmigo. ¡Allah tuvo compasion de mí! ¡Allah aceptó la expiacion de sangre que le ofrecia y me envió su paz con mi amor! ¡Me envió á Rhadhyah, la querida de mi alma, la madre de mi hijo!

Boabdil se detuvo y miró sonriendo en un éxtasis de inefable felicidad á la hurí y al niño que dormia.

—Estaba escrito, dijo Rhadhyah, con una voz más armoniosa que el murmurio de las auras al pasar entre las flores; cuatro veces el sicómoro ha entregado al viento sus marchitas hojas desde el dia en que impelida por los espíritus invisibles llegué hasta mi amado: «Ve Rhadhyah, me dijeron, busca á tu prometido; el que todo lo puede ha puesto su mano sobre tu nombre en el libro de diamante del Destino y te permite ser madre[13]. Ve, el creyente te espera.» Llegué y desperté á mi adorado que dormia: tres veces la golondrina ha visitado las tierras de Occidente desde que alienta el hijo del rey y de la hurí; y dos veces aún el sol ha recorrido su círculo de fuego desde que el alfanje enemigo abrió al alma de mi alma las puertas del Edem. El seno de la hurí ha alimentado al hijo de mi amado, pero está escrito que peregrine sobre la tierra, y su destino se cumplirá.

—¡Oh luz del cielo! repuso Abu-Kalek, deslumbrado por el resplandor que emanaba del semblante de Rhadhyah; manda, tu siervo está ante tí.

—Serás el maestro de mi hijo, exclamó Boabdil, y harás de él un príncipe perfecto, sábio, generoso y valiente; le tendrás contigo hasta que cumpla doce años, despues le abandonarás á su destino. Así está escrito. Si el príncipe cumple con los deberes de un buen muslim, la mano de Dios le protegerá y volverá trascurridos cinco años. Entonces le entregarás mi arnés, mi caballo de batalla, mi jacerina, mi alfanje y mi broquel; le harás cabalgar y volverás el caballo al Occidente; entonces darás una palmada en el cuello del bruto, y habrás terminado tu mision.

Boabdil extendió el brazo derecho hácia los genios, y dos de estos trajeron junto á él un caballo negro, encubertado con arreos de batalla; entre tanto se operaba en el rey una transformacion extraña; las manchas sangrientas de su caftan desaparecieron; la cicatriz que partia su frente se borró hasta quedar reducida á una sutilísima línea sonrosada, y sus ojos radiaron llenos de vida y de alegría; despojóse de la toca y de la corona que puso sobre el caparazon del caballo, y despues su caftan, su loriga y su alfanje. Rhadhyah se despojó del cíngulo, y al ponerlo sobre la espalda del bruto, dijo á Abu-Kalek:

—Cuando corran catorce años, lo entregarás á mi hijo. ¡Allah sea con él!

Entonces los genios y las hadas se agruparon sobre la alfombra: una neblina imperceptible se levantó en torno de ella, y lo envolvió todo; el alcázar mágico fué desapareciendo lentamente, y la niebla se condensó hasta envolver al morabhita en las más densas tinieblas; un caos pasó por su pensamiento; sintióse desfallecer, hizo un esfuerzo, y abrió los ojos en los que reflejó una claridad blanca y suave: estaba á la entrada de la gruta del Hedjaz, y la alborada pasaba volando sobre el valle.

Historia de los siete murciélagos, leyenda árabe

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