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I.

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En las regiones de Occidente hay una tierra fértil, rica de fuentes y de verdor; ancha alfombra es de flores, entre las cuales se deslizan las claras ondas del Darro y del Genil, murmurando tristemente, cual si les apenara el alejarse de aquellas márgenes orladas de lirios y violetas.

Sabrosas son las frutas de aquella tierra, y doradas mieses crecen en torno de copudos olivos, á quienes agobia el peso de su negro fruto.

En sus montañas se eleva el cedro del Líbano y en sus llanuras cimbrea la palmera de África.

El fúnebre ciprés descuella sobre el mirto, y el tulipan de Oriente brota á la sombra del espino del desierto.

Rodeada está aquella tierra de montañas, como un huerto de su vallado, y reina entre todas se eleva una sierra siempre cubierta de nieve, y cuya altísima frente domina á las nubes, cuando vuelan en torno de ella impelidas por el viento de la tormenta, ó á las brumas trasparentes de la mañana, cuando, precediendo al dia, inunda los horizontes la diáfana luz de la alborada.

Tierra de bendicion es aquella: allí ostenta su luz más pura el sol, y la luna parece una lámpara de nácar suspendida de una bóveda de zafiros, donde brillan trémulos los luceros.

Historia de los siete murciélagos, leyenda árabe

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