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II.

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Una tarde, á la hora de alajá[1], cuando la luna se levantaba sobre los montes cercanos, un caballo cansado, cubierto de sangre y de sudor, montado por un árabe del Hedjaz, entró con toda la velocidad de su carrera en el valle, y cayó muerto de fatiga junto á la laguna. El dueño se levantó mal parado y fué á sentarse al pié de la palmera, donde permaneció inmóvil y silencioso, abismado en sus pensamientos. Aquel dia los habitantes de la llanura habian vencido á los pastores del Hedjaz y habian obligado á Aben-Zohayr, su caudillo, á salvarse en lo inaccesible de sus montañas.

Aben-Zohayr lloraba amargamente la pérdida de los suyos, su valor vencido y su orgullo humillado, cuando sintió agitarse la espesura, y al rayo de la luna vió dos jóvenes y alegres niñas que se adelantaban ligeras sin tocar casi con los pequeños piés las yerbecillas, y fuéron á sentarse á poca distancia de Aben-Zohayr, del cual sólo las separaba un bosquecillo de acacias.

Historia de los siete murciélagos, leyenda árabe

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