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XIV.

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Cinco veces el viento del invierno habia arrebatado sus hojas á las higueras del valle, y cinco veces las brisas de la primavera habian murmurado entre el rico penacho de la vieja palmera, desde el dia en que Abu-Kalek habia abandonado á sí mismo al príncipe.

Era una de las primeras noches de la luna de Dilhagia; acababa Abu-Kalek de hacer su azalá de alajá, en que no habia olvidado su oracion particular por el príncipe, cuando sintió ruido entre la maleza y poco despues se presentó ante él un robusto mancebo: iba humildemente vestido; llevaba á la espalda una aljaba, un venablo en la diestra y una cimitarra pendiente de su costado. La luna alumbró su semblante y el morabhita lanzó un grito de alegría: era el príncipe Aben-al-Malek.

—¡Estaba escrito! gritó el morabhita arrojándose en los brazos del jóven; ¡bendito sea Allah!

El príncipe se sentó sobre la yerba, y contó sus aventuras á Abu-Kalek; estaban reducidas á lo siguiente: habia invertido su tesoro en los hospitales y en los pobres; habia viajado y hecho la guerra santa en los galeones muslimes sobre los mares de los nazarenos: volvia pobre, pero fuerte, como el brazo de Dios; hermoso como un cielo sin nubes, y tranquilo como el corazon del justo.

—Sin embargo, padre mio, añadió Aben-al-Malek prosiguiendo su relato; hay un sér que acompaña mis sueños, á quien veo despierto, por quien padezco ausente; es una mujer; tiene la tez blanca y los cabellos y los ojos negros: es hermosa como la felicidad y pura como el fuego; yo la tengo dentro de mi corazon; me parece haberla visto alguna vez y no recuerdo dónde: ahora mismo la veo: tiende hácia mí sus brazos; me llama: ¡oh padre mio, tú, que eres sábio, justo y bueno, dime dónde está el alma de mi alma!

Abu-Kalek reclinó la cabeza sobre su pecho y oró; el Señor iluminó el espíritu de Abu-Kalek y le dejó leer en el libro del porvenir, que abarca omnipotente los tiempos y los espacios. La mirada del Almorabhid era radiante y su voz profética.

—Príncipe, dijo á Aben-al-Malek, el sér á quien amas es una hurí.

El príncipe se prosternó.

—Pero esa hurí está sujeta á un espíritu rebelde, y duerme encantada hace más de ochocientos años. ¿Tienes valor para luchar por ella con los espíritus invisibles?

—Mi fortaleza está en Allah, contestó el príncipe.

—¿Vacilarás una vez aceptada la empresa?

—No.

—Pues bien, levántate y escucha: en las tierras de Occidente veo una altísima sierra, cuya cima toca á las nubes; al pié de esa sierra hay una ciudad tendida sobre tres montes: en el de en medio dominando á la ciudad, hay un fuerte castillo, y en el castillo una torre misteriosa: no hay guardas en sus almenas, ni en sus muros anidan aves, ni pié humano pasa sin temblar á su alrededor: en esta torre está encantada la querida de tu corazon; para llegar hasta ella, tendrás que pasar siete suelos; en cada uno de aquellos suelos hay un murciélago maldito: en cada uno de estos murciélagos vive encantado un espíritu condenado.

Para llegar hasta la amada de tu alma, tendrás que vencer siete terribles encantos; si los resistes con valor, alcanzarás la posesion de la hurí blanca de los ojos negros; si vacilas un solo momento, ella y tú quedareis sepultados en el fondo de la terrible torre en una noche sin fin.

—Acepto, dijo el jóven; Dios es grande y luchará conmigo.

Entonces Abu-Kalek asió al jóven, y le llevó al patio del estanque del alcázar; inmóvil como una estátua de mármol, erguido el cuello, las orejas enhiestas y los ojos centelleantes, el caballo de batalla de Boabdil estaba en el centro de una galería: Abu-Kalek se acercó á él, y tomó de sobre su espalda la loriga, el caftan, la toca y la corona del rey.

—Viste este traje, dijo el anciano á Aben-al-Malek, es el traje de guerra de un valiente.

El jóven se ciñó el traje en silencio.

—Ajusta tu cintura con este cíngulo; es el cíngulo de tu madre.

El príncipe besó con ternura el talisman y se le ciñó.

—Ahora toma este alfanje, esta jacerina y este broquel, y á caballo.

Aben-al-Malek cabalgó de un salto en el generoso bruto, que sacudió sus crines en un movimiento de alegría, y empezó á piafar impaciente.

El morabhita le asió de la rienda, y le sacó del alcázar; era la hora de azzohbi, la aurora tendia su blanca luz sobre los horizontes orientales, mientras al Occidente algunas estrellas tardías, acompañaban las últimas sombras de la noche: Abu-Kalek volvió el caballo al Occidente y miró por última vez al príncipe. Estaba hermosísimo; la profunda mirada de sus grandes ojos azules abarcaba la inmensidad, como si viese en ella un objeto fijo en su pensamiento. Firme sobre la silla; la adarga embrazada y la pica enhiesta, con la boca entreabierta en una ligera expresion de bravura, hubiera creido cualquiera aquel grupo compuesto de un caballero y un anciano, el genio de la guerra dominado por la prudencia.

Dos lágrimas rodaron por las secas mejillas del morabhita.

—¡Señor, dijo levantando su mano sobre el cuello del corcel, he cumplido mi mision! ¡cúmplase su destino!

La mano descarnada del viejo cayó sobre el cuello del bruto, que se estremeció de alegría, lanzó un relincho salvaje, se lanzó desde la montaña en el espacio, devoró los campos, pasó como una tempestad los montes, llegó á remotas playas, salvó las ondas y arribó á otras orillas; ave, bruto y pez, condujo al príncipe al pié de la torre misteriosa, que guardaba encantada á la querida de su corazon.

Historia de los siete murciélagos, leyenda árabe

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