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1. OBSTÁCULOS OCULTOS A LA PLENA IGUALDAD ENTRE MUJERES Y HOMBRES. LA INFLUENCIA DEL GÉNERO EN EL ACCESO A LAS TITULACIONES UNIVERSITARIAS

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Existe un factor que pocas veces se visibiliza vinculado a la desigualdad de género: la dificultad de acceso y permanencia en las aulas que sufren los estudiantes con menores ingresos. Salvo que demuestren una excelencia académica que les permita optar a una beca de estudios u obtener la exención de tasas que llevan aparejadas las matrículas de honor, la práctica demuestra que, estadísticamente, existen altas posibilidades de que abandonen sus estudios sin haber obtenido el título académico que pretendían. Esta situación, los coloca en un perfil de baja cualificación en el mercado laboral y, por tanto, las hace difícil romper el círculo de pobreza familiar en el que se criaron, dando lugar, muchas veces, a lo que se conoce como pobreza intergeneracional1.

La incidencia que la situación económica de un hogar familiar puede llegar a desplegar sobre el proceso formativo de las personas que lo integran, ha demostrado ser un factor importantísimo en la vida académica. En concreto, la epidemia mundial de coronavirus, durante el año 2020 ha agravado notablemente la situación descrita: por una parte, no se puede negar que la grave situación de crisis social, sanitaria y económica que atraviesa el mundo a raíz de la nueva epidemia de COVID-19, de la que no escapa España, ha generado un incremento de las situaciones de pobreza; por otra, con la misma importancia, debe resaltarse el hecho de que, como es sabido, la citada situación sanitaria, obligó a todos los ciclos formativos, tanto universitarios como no universitarios, a adaptarse a fórmulas de enseñanza no presencial (o semipresencial), lo que ha demostrado que existen nuevas grietas en el sistema, antes desconocidas. Y es que, las nuevas necesidades tecnológicas que la docencia on line genera, van a resultar especialmente difíciles de atender en aquellos hogares a los que la situación sanitaria haya dejado particularmente empobrecidos.

No se puede negar que el confinamiento forzoso actuó como un detonante que ha incentivado de forma exponencial la utilización de nuevas fórmulas de comunicación no presencial que posibilitan las nuevas tecnologías en todas las áreas de la vida, tanto personales, como profesionales, y por supuesto académicas, intensificando al máximo el concepto de “sociedad digital” del que ya se venía hablando. Es en este contexto donde se descubre un nuevo reto social: acabar con la brecha tecnológica (o brecha digital) que, en esta nueva normalidad, aísla a los hogares con menos recursos.

En concreto, lo que antes se consideraba un mero complemento con fines de ocio, ha redimensionado su papel hasta convertirse en una herramienta de integración social esencial. Por este motivo, esta carencia de recursos desempeña un papel demoledor sobre el rendimiento académico de los estudiantes, que se ven imposibilitados de seguir con normalidad el desarrollo de las clases. Lo que muchas veces pasa desapercibido es que, esta brecha tecnológica, en la práctica, también se encuentra íntimamente conectada a cuestiones de género, situación que es imprescindible visibilizar, con el fin de poder erradicar las causas que la motivan.

Estadísticamente se ha comprobado que, gran parte de los hogares sin recursos suficientes para atender, con fines académicos, las necesidades digitales de los miembros que la integran son hogares monoparentales. Pero no solo eso. También los datos anuales de nuestro país permiten comprobar que, más del 90% de los hogares monoparentales españoles están a cargo de una mujer que, muchas veces a demás, será la que se ocupe del sustento económico de la familia en exclusiva2.

Pero la conexión que existe entre la brecha digital y la brecha de género no acaba ahí. Sin duda influye en esta desigualdad económica en la que tienen más riesgo de encontrarse los hogares en los que el único cabeza de familia es una mujer el hecho de que, mujeres y hombres, todavía no hayan encontrado una igualdad laboral plena. Desigualdad que se incrementa además cuando la mujer en cuestión se encuentra encuadrada dentro de uno de los colectivos que, a priori, presentan menos oportunidades de colocación3. Al ser las mujeres las más más afectadas por la elevada temporalidad y parcialidad de las que adolece nuestro mercado de trabajo4, su situación económica, al carecer de ahorros, suele quedar más afectada ante la pérdida de un puesto de trabajo. Al mismo tiempo hay que poner de manifiesto que el colectivo femenino es el que se dedica con más frecuencia a las tareas de atención y cuidado de la familia, lo que repercute en la continuidad, duración o dedicación diaria a su actividad profesional, con su consiguiente reflejo en su retribución mensual, provocando la ya conocida brecha de género en salarios y pensiones. De esta forma, la práctica demuestra que, las situaciones de pobreza extrema recaen con más frecuencia sobre hogares femeninos y, por lo tanto, sin ayudas públicas, sus convivientes no tendrán las mismas oportunidades de formación e integración social que al resto de familias, dando lugar así a que la pobreza intergeneracional se perpetúe.

Aunque nuestras Universidades públicas han puesto en marcha diver-sas herramientas para evitar que la desigualdad económica impida la continuación de los estudios de nuestros jóvenes (como la campaña “Ningún estudiante atrás” de la Universidad de Murcia), no está de más, concienciar a las nuevas generaciones de que los problemas de conciliación, la precariedad laboral y la diferencia salarial entre mujeres y hombres desencadenan efectos sociales mucho más graves de lo que a primera vista pudiera parecer.

Técnicas de innovación docente en Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social

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