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La reconstrucción del Estado en América Latina
ОглавлениеEn América Latina, como respuesta a las crisis, se ha registrado un mayoritario regreso del Estado en áreas significativas del desarrollo económico y social.
El PBI según la CEPAL creció en promedio en la región a tasas superiores al 4 y 5 % en los años 2004 al 2013 con excepción de un decrecimiento del 1,9 % en 2009 y tasas del 3,1 % en 2012 y 2,6 % en el 2013. En ese mismo período el desempleo bajó del 10,3 % al 6,3%. Las reservas aumentaron de 225.752 a 832.061 millones de U$s y la deuda pública descendió del 51,2 al 31.4 como % del PIB.
Mucho de este crecimiento y mitigación de la desigualdad se debió a términos de intercambio favorables, pero también al desendeudamiento, a no seguir las recetas del FMI, a prestar atención a las críticas de Stiglitz y a desarrollar políticas neo-keynesianas y neo-intervencionistas. Muchas de ellas eran calificadas por economistas como Williamson de populistas.
Bresser Pereira califica esta etapa como del nuevo desarrollismo. Señala que no es una simple teoría económica, sino una estrategia nacional de desarrollo. Afirma que se diferencia del desarrollismo de los 50 en que no defiende amplias medidas para proteger a una industria infante y en que, si bien le otorga al Estado un papel central, cree que para llevar a cabo su tarea éste debe ser financieramente sólido y administrativamente eficiente. Por otro lado, a diferencia de la ortodoxia convencional, el nuevo desarrollismo no cree que el mercado pueda resolverlo todo, ni que las instituciones deban limitarse a garantizar la propiedad privada y el cumplimiento de los contratos. El nuevo desarrollismo es entonces un tercer discurso, un conjunto de propuestas útiles para que los países de desarrollo medio, como Brasil y Argentina, recuperen el tiempo perdido y logren ponerse a la par de las naciones más prósperas (69).
Afirma Bresser (70) que en los 40, 50 y 60, los desarrollistas y keynesianos dominaban el panorama económico de América Latina. A partir de los años 70, sin embargo, en el contexto de la gran ola neoliberal y conservadora, la teoría keynesiana, la teoría económica del desarrollo y el estructuralismo latinoamericano fueron desafiados por los economistas neoclásicos. Desde los 80, en el marco de la crisis de la deuda externa, estos economistas consiguieron aplicar su doctrina a los países en desarrollo. La ideología neoliberal se volvió hegemónica en América Latina. La estrategia nacional de desarrollo entró en crisis y fue sustituida por una estrategia impuesta a los países de la periferia por los países desarrollados. El nuevo desarrollismo es un tercer discurso que se ubica entre el discurso del desarrollismo clásico (y de las distorsiones populistas que sufrió, principalmente durante la crisis de la deuda de los 80) y el de la ortodoxia convencional. Es un conjunto de propuestas de reformas institucionales y de políticas económicas a través de las cuales las naciones de desarrollo medio buscan, al inicio del siglo XXI, alcanzar a los países desarrollados. Como el antiguo desarrollismo, no es solo una teoría económica: se basa principalmente en la macroeconomía keynesiana y en la teoría económica del desarrollo, pero es una estrategia nacional de desarrollo. Es la manera a través de la cual países de desarrollo medio pueden competir con éxito con los países ricos y alcanzarlos gradualmente. Es también una forma en que las naciones en desarrollo pueden rechazar las propuestas y presiones de los países ricos, como la apertura total de la cuenta de capitales y el crecimiento con ahorro externo, que representan una tentativa de neutralización neoimperialista de su desarrollo. El nuevo desarrollismo permite que los empresarios, técnicos de gobierno, trabajadores e intelectuales constituyan una Nación capaz de promover el desarrollo económico. El nuevo desarrollismo no es proteccionista, pero enfatiza la necesidad de un tipo de cambio competitivo. Es que, aunque los países de desarrollo medio ya superaron el estado de la industria infante, todavía deben resolver la enfermedad holandesa. Se hace entonces necesario administrar el tipo de cambio de forma tal que, aun manteniendo un régimen fluctuante, se neutralice esta grave falla de mercado. Por otro lado, a diferencia del desarrollismo clásico, que adoptó el pesimismo exportador de la teoría económica del desarrollo y enfatizó la sustitución de importaciones, con rápidos cuellos de botellas en materia de divisas; el nuevo desarrollismo no quiere basar su crecimiento en la exportación de productos primarios de bajo valor agregado, sino que apuesta a que los países en desarrollo exporten bienes manufacturados o productos primarios de alto valor agregado. Por otra parte, el nuevo desarrollismo rechaza las ideas equivocadas de crecimiento basado en la demanda y el déficit público. Ésta fue una de las distorsiones populistas más graves que sufrió el viejo desarrollismo, afirma Bresser Pereira. Keynes señaló la importancia de la demanda agregada y legitimó el recurso al déficit fiscal en momentos de recesión, pero no defendía los déficits públicos crónicos. Su supuesto era que una economía nacional equilibrada desde el punto de vista fiscal podía, por un periodo breve, salir del equilibrio para restablecer el nivel de empleo.
Por último, señala Bresser, el nuevo desarrollismo defiende el equilibrio fiscal, no por ortodoxo, sino porque cree que el Estado es el instrumento de acción colectiva por excelencia. Si el Estado es tan estratégico, debe ser fuerte, sólido y con suficiente capacidad de acción. Por ello mismo, sus finanzas necesitan estar equilibradas y su deuda debe ser reducida y con plazos largos. Lo peor que le puede pasar a un Estado es quedar en manos de sus acreedores. Los acreedores externos son peligrosos porque en cualquier momento pueden retirar sus capitales del país, mientras que los internos, transformados en rentistas y apoyados en el sistema financiero, pueden imponer al país políticas económicas desastrosas. La última diferencia entre el viejo y el nuevo desarrollismo es el papel atribuido al Estado en la infraestructura. Ambas corrientes le reconocen un papel económico fundamental como garante del buen funcionamiento del mercado y de las condiciones generales de la acumulación de capital: educación, salud, infraestructura de transportes, comunicaciones y energía. Para el desarrollismo de los 50, el Estado jugaba un rol clave en la promoción del ahorro forzado, contribuyendo de esta forma a que los países completaran su proceso de acumulación primitiva. En aquella época también se consideraba que el Estado debía invertir en las áreas de infraestructura e industria pesada, que requerían muchos recursos para los cuales el ahorro privado no era suficiente. Para el nuevo desarrollismo, el Estado puede promover el ahorro forzado e invertir en ciertos sectores estratégicos. La diferencia es que hoy el sector privado nacional tiene los recursos y la capacidad empresarial suficientes para llevar adelante estas tareas. El nuevo desarrollismo rechaza la tesis neoliberal de que el Estado ya no tiene recursos, porque esto depende de la forma en que se administren las finanzas públicas. Pero entiende que, en aquellos sectores en que hay una competencia razonable, el Estado no debe ser inversor, sino ocuparse de garantizar la competencia. El nuevo desarrollismo, por lo tanto, concibe el mercado como una institución eficiente y capaz de coordinar el sistema económico, pero sin la fe irracional de la ortodoxia convencional.
Llegados a este punto, retomemos los interrogantes de Schweinheim (71) en un libro anterior: ¿En qué medida los estados latinoamericanos y sus grados de estatalidad están relacionados con una mayor o menor democratización de sus regímenes políticos? ¿Cuál es la relación entre el grado de democratización y la efectiva vigencia de derechos civiles, políticos y sociales para los pueblos latinoamericanos, en particular para los sectores más desfavorecidos? ¿En qué medida las políticas públicas están relacionadas con una mayor vigencia de los derechos ciudadanos o están basados en derechos? ¿En qué medida, las formas institucionales y organizacionales de las administraciones públicas de América Latina afectan un retraso o expansión de los derechos ciudadanos?
Al respecto, señala Schweinheim: “El regreso del Estado en el campo de la ciencia política y la economía aparece como un interesantísimo esfuerzo en estos dos campos disciplinarios por lo que podríamos denominar un ‘regreso al proyecto de la modernidad’. El Estado reaparece como institución íntimamente asociada a realidades y valores de la sociedad moderna: la democracia, la ciudadanía ampliada, los derechos civiles, políticos y sociales, el crecimiento económico, el desarrollo, el bienestar” (72).
Schweinheim (73) continúa argumentando en el referido libro que, en primer lugar, que el “estado neoliberal dependiente latinoamericano construyó la relación Estado-Sociedad a través de procesos de privatización, delegación, descentralización y transferencia de responsabilidades a actores locales y sociales, configurando la matriz social latinoamericana de desestructuración y reconfiguración de actores y movimientos sociales. En segundo lugar, que a partir del 2000 nos encontramos frente a un Estado en tensión entre una reconfiguración neodesarrollista, por un lado, y neocomunitarista, por el otro, en sus modos de relación con la Sociedad, cuya definitiva construcción todavía está lejos de poder ser vislumbrada”.
Schweinheim (74) se interroga si estás tendencias están o no inaugurando un “neodesarrollismo”. No solo para aquellos países que aún mantienen una fuerte matriz neoliberal en su relación Estado-Sociedad, sino para aquellos que, con distintas estrategias, han intentado transformar dicha estructura. Para que ello sucediera, debería alumbrar una nueva o segunda generación de políticas para el desarrollo entre 2010 y 2020.
En cuanto al neo-comunitarismo, tiene que ver con el resurgimiento de lo local frente a lo global y la incorporación de las etnias pre-coloniales con sus instituciones, primero en los países andinos como Bolivia, Ecuador, pero también aquellos con fuerte presencia de etnias y tradición indigenista como México y el Yucatán, Paraguay, y por referencia otros países como Chile y Argentina; en todos ellos, los pueblos originarios reclaman por sus derechos e instituciones que fueron conculcados por la conquista hace quinientos años, pero que con mayor o menor intensidad siguen presentes en las culturas de dichos pueblos.
También se trata de reconstruir el tejido social que las dictaduras, el liberalismo y las reformas de los 90 y las sucesivas crisis del capitalismo dejó tan dañado con sus secuelas de marginación, narcotráfico y violencia.