Читать книгу Tagherot - Mateo Fernández Pacheco Martín - Страница 15
ОглавлениеEn La Habana parece amanecer muy temprano y enseguida hay ruidos y gritos de niños que van a la escuela. También se oyen motos, carros petardeantes y carretillas. Los vecinos se llaman muy a menudo a voces. Aunque es pronto, ya hace calor. Desayuno en la cocina con Mudín mientras oigo las conversaciones de la calle, y luego salimos a dar una pequeña vuelta al parque, y regreso pronto, pues me voy enseguida a trabajar. Subo una cuadra y desde el borde de la acera hago la señal convenida hasta que alguno de los viejos carros de los años cincuenta se detiene y entonces pregunto al chófer si va en mi dirección. Dentro, aunque son las siete y media de la mañana ya la música es atronadora; cuatro personas muy serias, con cara de sueño, me dan los buenos días y nos vamos entre una nube de humo negro hacia Miramar.
El jardinero y custodio, que se llama Máximo, me recibe cada mañana barriendo el trozo de acera que está delante del edificio con un escobón tan viejo como él. Todo está lleno de hojas de los árboles, de papeles, de latas y algunos cartones. Patricia suele llegar un poco más tarde, así que mientras hago un poco de limpieza sobre la gran mesa del despacho rompiendo, apartando, clasificando y colocando documentos. Las cubanas dicen que me oyen tararear. Luego me tomo otro café de una cafetera que tenemos en la pequeña cocina con Taymí, que le añade al menos tres cucharadas de azúcar a la taza. ¿Para qué nos vamos a engañar?, Taymí es muy negra, está muy gorda, ríe mucho, yo la encuentro muy graciosa, muy cómica como dicen aquí. Habla mucho por teléfono con su madre, con sus hermanas, con su marido, y siempre se trata de resolver. A mí me llama Violetita, la flor de España.