Читать книгу Tagherot - Mateo Fernández Pacheco Martín - Страница 5

Оглавление

Capitulo 2

Me puse un poco nerviosa; llevaba mucha ilusión y también temor. Vivir sola en otro país, en La Habana, en Cuba, me llamaba la atención, pero cuando subí al avión en Madrid, no estaba muy contenta. Me gusta controlarlo casi todo, bueno, no soy una maniática, aunque no creo que pueda decirse que sea muy espontánea; el desorden no me gusta. Tardamos diez horas, aunque nunca se hacía de noche. Los pasajeros eran españoles, de vacaciones, y también muchos cubanos. A mi lado se sentó una mujer negra que pesaría al menos ciento veinte kilos y antes de despegar se durmió. Tuvimos algunas turbulencias en las Azores, o eso dijo el comandante; yo no tengo miedo, pero me aburren tantas horas sin hacer nada, solo pensar o dormitar, hay personas que no paran quietas un momento.

Aterrizamos en el aeropuerto José Martí, y algunos aplaudieron, casi todos. A mí me dolían los oídos. Las maletas tardaron en salir casi una hora. En la terminal hacía mucho calor, estaba oscuro y todo parecía un poco roto o mojado. Mi primera sensación fue de extrañeza: las chicas de aduanas con la minifalda y las medias y los tacones, las matronas obesas, los niños llorosos y el tremendo desorden del vestíbulo, abarrotado, formando las familias y amigos o conocidos que esperaban una uve grande que se cruzaba hasta que apenas si había espacio para el carro, entre gritos, llantos, maletas, paquetes y taxistas con carteles: «Mr. White», «Señor Durán», «Porfirio Secundino», «Amalia», «Congreso Médico de Cardiología».

Un taxista casi mudo me llevó a La Habana Vieja por treinta euros por unas carreteras mojadas, llenas de charcos; estaba atardeciendo y había mucha gente en las paradas de los autobuses formando aglomeraciones. Nunca había estado en América ni en Cuba, claro; venía del frío de Enero de Madrid al calor del trópico. Entramos a la ciudad, era domingo y no parecía haber mucha gente por la calle. Subí a tirones hasta un tercer piso las dos maletas, en una casa particular, un hostal que había buscado por una agencia, Casa Adelita. Ella no estaba (no se encontraba), pero sí su hija y el que pensé que era un novio suyo, un chico muy serio con gafas oscuras. La habitación era muy grande, de techos muy altos, antigua, acogedora y tenía un balcón desde el que se veía el Malecón, aunque olía un poco a cerrado. Estuvimos hablando un rato sobre cambio de moneda, horarios, restaurantes; parecían aburridos, cansados. El chico me preparó dos sándwiches un poco secos de jamón y queso que me comí en la habitación. Luego me desnudé, me metí en la cama con el balcón abierto de par en par, pero no me dormí.

La verdad es que había llegado a La Habana un poco pronto; quiero decir que no era ese lunes, cuando me levanté de la cama a las ocho, cuando debía empezar a trabajar, sino el lunes siguiente. Había pensado que de esta manera me aclimataría, me acostumbraría a mi nueva vida, tal vez una semana es poco tiempo o mucho. Después de desayunar fruta y café que sirvió el chico de las gafas oscuras, salí a cambiar dinero y me dieron por mis euros unos billetes que nunca había visto con un valor aproximado. Lo primero que compré fue una tableta de chocolate en la calle Lamparilla o en la calle Mercaderes. La Habana Vieja me causó una gran impresión, aunque no sé decir cuál. Procuré comportarme como me han enseñado, o es que forma parte de mi carácter: desenvuelta, prudente, confiada y extranjera, como una turista más. En muy poco rato me dijeron algunos cubanos: «caramelo», «bombón», «bella», «bonita», «cielo», «mi amor» y «mi querer». Lo peor es detenerse desorientada en alguna esquina sin saber qué calle tomar, todas son parecidas.

Es muy hermosa la parte que está cerca del puerto, la más antigua, que está restaurada, la que recorren los turistas. Al interior, hacia Prado y el Capitolio, los edificios están en muy mal estado, sucios, las calles están llenas de basura y de escombros y de aguas sucias. El turista forma parte del decorado; decidí no querer nada, no comprar nada, no interesarme por nada. Los que quieren algo contigo te preguntan primero por tu país y si es España, de qué parte. En realidad les da lo mismo, es una forma de entablar conversación.

Me tomé un café en una plaza, creo que era la Plaza Vieja, aquí también había charcos, en todas las calles los hay.

Me gustó mucho La Habana, me llenó de entusiasmo, no sé por qué. Estuve toda la mañana andando y luego me fui por el Malecón adelante, temía perderme. Un chico negro, muy guapo, me acompañó a un restaurante que estaba al lado y allí comí pescado y verduras, o viandas como ellos dicen. Todo estaba muy bien, aunque había un poco de ruido, el aire acondicionado salía helado y no fue muy barato. No podía seguir andando toda la tarde, así que volví a la casa consultando el mapa. Adelita era una mujer guapa, bajita, con unos pechos muy grandes. No parecía haber nadie más en la casa, pero más tarde oí a algunas chicas hablando en inglés. También se oía una novela en la televisión, al fondo de un pasillo muy largo. Estuve en mi habitación, adormilada, hojeando la guía. Me sentía muy tranquila, muy a gusto.

Tagherot

Подняться наверх