Читать книгу Tagherot - Mateo Fernández Pacheco Martín - Страница 23

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Hablé con mis padres: ellos estaban bien, mi hermana estaba bien, ahora salía con un compañero de trabajo, las amigas estaban contentas, Pepe Madero y Jacinta estaban en Dinamarca; Emiliano estaba bien, la primavera había sido muy lluviosa, ¿cuándo iba a volver con vacaciones? Todos me echaban de menos, ¿y qué tal Mudito? Mi padre estuvo bromeando conmigo, ¿por qué en todas las fotos de las playas aparecía con un bikini tan pequeño? Luego hablé con Marisol, y después mi madre me fue dando consejos. Quería hablar con ellos y también pensar en otras cosas, España parecía estar muy lejos. Al rato se cortó y me fui dando un largo paseo por el Malecón bajo la lluvia hasta el Hotel Deauville, más tarde por Galiano hasta San Rafael, pasé al lado del Capitolio que tenía la cúpula llena de andamios, crucé la calle hasta el cine Payret, que está abandonado, y me tomé un café cerca del museo de Bellas Artes y el edificio Bacardí. Sonaba Benny Moré.

Patricia era muy amiga mía y me contó su vida o más bien algunas cosas de su vida:

—Algunas veces estoy un poco harta; yo soy una persona normal, optimista, también soy sensible, ¿sabes?, nunca he sido torpe.

—¿Entonces? —le pregunté.

—Bueno, he tenido algunos problemas.

–¿Qué problemas?

—Tonterías. Bueno, no. Cuando era pequeña era disléxica y leía muy mal, y eso me ponía rabiosa. Luego, en la adolescencia, más bien cuando tenía veinte años, ¿a que no te imaginas una cosa?

—No sé.

—Me dio por robar cosas, cosas pequeñas, sin importancia, algunas veces con importancia, en muchos sitios.

—¿Cómo?, ¿robabas?

—Sí, en las tiendas, en muchos lugares, en casa de mis amigas, en cualquier sitio. Robé una cubertería de plata y la guardé en mi habitación, debajo de la cama; también un cuadro muy bonito que descolgué de un portal en el barrio de Salamanca, muy grande, no te rías. También dinero y una cámara de fotos y un ordenador portátil. Y así bastantes cosas.

—¿Y qué te pasó?

—Mira, Violeta, es muy raro, nunca me pillaron. Se lo conté a mi padre porque quise, porque estaba muy agobiada, y fuimos a una psicóloga por Cuatro Caminos, una mujer mayor. Nos dijo que yo era cleptómana o algo parecido, que tenía como un trastorno; después se lo contamos a mi madre. Fui muchas veces a ver a esta mujer. Luego ya no robé nada, ni ahora tampoco, no te preocupes. —Rio—. Pero poco después me encontré muy deprimida. Yo no soy un bicho raro, pero me pasaba de todo, me encontraba muy mal, no triste, sino desesperada, aburrida, apática. Esta vez volví a la psicóloga con mi madre, que estaba muy disgustada. Aquella época fue muy mala, Violeta, no te lo puedes imaginar. Y fíjate, ahora estoy muy contenta, antes de venir aquí ya lo estaba, como todo el mundo, creo que eso nunca volverá, ¿verdad que no?, ¿qué sentido tendría?, ¿no?

—No, claro que no.

Fuimos a una cafetería de la calle L y nos tomamos un daiquiri cada una, granizados, muy fríos. Se fue la luz, pero volvió enseguida.

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