Читать книгу Tagherot - Mateo Fernández Pacheco Martín - Страница 24
ОглавлениеParece ser que en el año de 1527 apareció en el cielo un cometa del color de la sangre de forma alargada, y de la punta sobresalía un brazo con una larga espada. Por lo menos eso dijo Simón Goulard, que era astrónomo; más allá de la espada se veían tres estrellas, de las que una era la más brillante. Este cometa fue contemplado por miles de personas, que además vieron en el cielo puñales, hachas y cabezas cortadas; naturalmente tenían los cabellos de punta.
Otro cometa tenebroso es citado por Ambrose Paré, y la noche del asesinato del rey Enrique IV una multitud de parisinos vio manchas de sangre en la luna blanca.
Se puede llamar a esto visiones. De otro tipo es la que tuvo aquella señora citada por Richet, que vio en Menton a su perrito Judy correr por la sala en el mismo momento en que este moría en Inglaterra. Otra señora, de apellido Telechoff, acompañada de cinco niños y un perro (otro) vieron aparecerse a un muchacho vecino suyo que se paseó por la habitación cuando al parecer acababa de morir en su casa.
Tal vez todo se deba a estados anímicos determinados, a ambientes enfermizos, a consumo de narcóticos y drogas. Tuvieron visiones, que se sepa, Sócrates, Bruto, Mahoma, Lutero y Saint Germain. En una enciclopedia bastante espesa se dice que el caso de Mahoma es normal pues era epiléptico por vía materna, y Lutero, como todo el mundo sabe, sufría manía persecutoria. Entiende también que Sócrates tuviera alguna visión, «pues a pesar de su innegable genio, parece que fue homosexual». De ahí a tener visiones hay un paso.
Robespierre, que no era un feligrés asiduo, creyó en un visionario mentiroso, Dom Gerle, y en Catalina Theot que inventaron un disparatado culto esperando la llegada del nuevo Mesías; otros visionarios como Kulmann acabaron en la horca.
Muchas brujas tenían visiones; para tener una buena, debe ayunarse al menos quince días y tomar luego libaciones de adormideras, especias y cáñamo. Más tarde se pasa la modorra en una habitación llena de humo de incienso, alcanfor, aloes y estoraque. Al despertar, una bruja hermosa y sensual que se precie se untará por todo el cuerpo desnudo ungüentos de beleño y estramonio. Así, en el aquelarre será inevitable entregarse a los mayores excesos con parejas o grupos ocasionales.
Alguien que producía visiones que no podían distinguirse de la realidad era el Viejo de la Montaña, Seik al Yebel, que desterrado de El Cairo recorrió Persia predicando la doctrina sectaria de una rama de los ismaelitas hasta apoderarse del castillo o fortaleza de Alamut, que significa «Nido de Buitres», en las montañas entre Irak y el Dilem.
Según la leyenda repetida, este gran malvado, que en realidad se llamaba Hassan-ben-Sabbah, sembró unos perfumados jardines entre pabellones recónditos y ocultos entre arrayanes, y allí trasladaba a los aspirantes (lazsida) a integrarse en la sociedad secreta en la que él era el Sumo Sacerdote. Drogados con haschisch disfrutaban de «todos los placeres que la más voluptuosa imaginación puede soñar». Más tarde y tras ser de nuevo drogados, salían al mundo, es decir a la guarida del jefe, y este les contaba que habían disfrutado de las dulzuras del paraíso y para regresar al edén debían matar a quien él ordenara o bien matarse por él. Estos fueron llamados fedauris, y por el haschisch, haschichins, asesinos. A mí lo que me interesa es lo que vieron e hicieron en el paraíso, y algo menos los crímenes que cometieron.
Con el Viejo de la Montaña y las visiones de sus seguidores no se acabó en un momento; mataron a traición a los cruzados Raimundo de Trípoli y Conrado de Monferrato y a los príncipes de Asia Orkan y Nizá-Molmuk el Valiente. Se cuenta que a órdenes de Hassan y para impresionar a los embajadores de sus enemigos, centinelas se arrojaban desde lo alto de la torre o bien se degollaban en el acto. Después del Viejo reinaron su hijo Kia Buzurgumid y su nieto Kia-Mohamed I. Más tarde Rokn-ed-Din mandó decapitar a su padre Alá-ed-Din en 1237. Así estaban las cosas.
Por fin los mongoles arrasaron cuarenta castillos de la secta y quemaron sus libros en Alamut; no sabemos qué ocurrió con los jardines del paraíso, que viene del persa faradaiça, ni dónde se encuentran sus restos.
Desde luego en el paraíso que disfrutaron aquellos fanáticos enardecidos vivían las huríes o bien hur, que es plural de hawra, femenino de ahwar, que significa «las blancas», las vírgenes de ojos negros. Miran tan solo un momento a su marido o a su amante, y son semejantes al jacinto y al coral, y han sido criadas entre azafrán, almizcle, ámbar y alcanfor. Son tan hermosas y tienen tanta luz que a través de setenta pliegues de seda aún se pueden vislumbrar sus muslos.
Al entrar un creyente en este paraíso, muchas a un tiempo se ponen a su disposición, y el afortunado puede gozar de ellas tantas veces como días ayunó en el Ramadán o llevó a cabo buenas obras. No se sabe por qué, pero todas las huríes tienen treinta y tres años y, por raro que parezca, todas conservan la virginidad.
Entre el ruido del agua de los jardines umbríos no sabemos ahora si hay «blancas» esperándonos, seguramente no, todo eso ha terminado.