Читать книгу Tagherot - Mateo Fernández Pacheco Martín - Страница 16

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Ahora ya no hay dioses en los hogares, o tal vez sí, pero existieron los llamados lares, espíritus, así como los Manes, los Penates, los Genios y los Lémures. Naturalmente, vivían en Italia entre los latinos, los sabinos y los etruscos, y no hace tanto tiempo. En un principio eran protectores de los campos de labor, de los cultivos de la campiña, custodes agri, y vigilaban los cruces de caminos, hasta que además se trasladaron y se integraron como guardianes y benefactores de las familias en sus hogares.

El lar familiar custodiaba en depósito un tesoro oculto, hasta que llevado de su generosidad decidía revelar su existencia a quien lo merecía.

Lar también es hogar, llama, candela. Después de una vida nómada, el labriego volvía a su morada. En los campos, en las casas rústicas, los lares se hacían en madera, laudentes, bailarines. Al salir de viaje y al regresar, al partir a la guerra, los hombres se encomendaban a los lares agrestis, familiares de Silvano y de Príapo, cuyo emblema era el falo, el guardián de los campos. Al volver, el padre de familia, rodeado de sus hijos y servidores en las casas pudientes rezaba la oración de la mañana, sentados todos en largas bancas de madera, después del desayuno, consagrando la mesa y la sal. Los dioses se encontraban en el sacrarium, pintados en el muro o en forma de estatuas.

Los lares se representaban como adolescentes, con un cuerno de la abundancia en una mano y cimbreándose sobre las puntas de los pies. El soldado, tras las guerras crueles, colgaba sus armas frente al altar; el que había estado preso, su cadena; y las mujeres recién casadas, al entrar al hogar de su marido, colocaban una moneda, un as, sobre los lares y otra en el cómpito o altar de las encrucijadas, donde los campesinos al terminar las faenas del año acudían a ofrecer los yugos rotos. Allí se erigían las capillas, las edículas, en las separaciones naturales de las tierras de labor a las que acudían los trabajadores, cerca de las fuentes públicas, en los límites.

Hemos olvidado los manes, los penates, los genios y los lémures. Los primeros eran almas de muertos, benévolas, clementes. Creaban el rocío matutino y tenían que ver con los manantiales. Se les ofrecía vino, miel, leche, flores. Sus fiestas eran la Rosaria y la Violaria, por la rosa y la violeta. Estas almas benefactoras se dan a aparecer el día 24 de Agosto, el 5 de Octubre y el 8 de Noviembre.

Los penates son los verdaderos dioses del hogar, los que surten la despensa, los poderes invisibles, y se representan como dos jóvenes sentados. «Llevarse los penates» significa cambiar de domicilio.

Con la persona nacen los genios para preservar su existencia. Es la fuerza divina que engendra, que da vigor, la conservadora de la estirpe. Los genios presiden las bodas, las uniones nupciales y la fecundidad. En la Antigüedad a la unión de los dos sexos se la llamó genialis, abundancia, alegría, felicidad. Los romanos juraban por su genio, indulgere genio, ceder a la tentación, sobre todo a la bebida. Su símbolo es la serpiente.

Hay otros fantasmas de los muertos menos indulgentes y más molestos, los lémures. Son sombras, duendes, casi espectros. Se aparecen los días 9, 11 y 13 de Mayo, días nefastos en los que no debe uno casarse. Por la noche el padre de familia sale descalzo y a medio vestir de la casa, se lava las manos en una fuente y castañeteando los dedos para llamar a los fantasmas, vuelve la cabeza y arroja habas negras, repitiendo nueve veces: «Por estas habas me rescato yo y los míos», o también, «Por medio de estas habas nos comunicamos yo y los míos». Hace sonar un vaso de bronce y conmina: «Manes de la familia, salid, sombras de mis antepasados, marchaos».

Hay otros espíritus malvados, las larvas, pero hoy no hablaremos de ellas.

Vamos a colocar el altar con un lar en el centro entre dos penates, tres muchachos coronados de flores que levantan en una mano el ritón, el cuerno para beber, y en la otra mano una copa o pátera. Ahora les ofrecemos vino, incienso, guirnaldas.

¡Salud!

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