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Vicky

Sin palabras. Sin palabras me ha dejado Junior al pedirme que me case con él. Toda una vida esperando a que lo hiciera y cuando al fin lo hace, yo me quedo muda. «Muy bien, Vicky. Muy bien», me recrimino mientras me aplaudo mentalmente de manera irónica.

Sus manos siguen enmarcando mi cara, sus ojos fijos en los míos en espera de una respuesta, las lágrimas me ruedan por las mejillas, mi boca continúa sellada formando una fina línea y, además, no soy capaz de pronunciar una sola palabra. Hago varios intentos de emitir algún sonido, pero el gong de la campana, esa maldita campana, no me deja responderle.

No me deja decirle que sí.

Que sí quiero.

Que sí quiero casarme con él.

Que sí quiero pasar el resto de mi vida a su lado.

Que sí…, que sí, a todo.

Porque yo lo quiero todo con él. Lo quiero todo con Junior. Todo.

Junior besa mis labios una vez más. Me acaricia las mejillas con sus pulgares, para limpiarme las lágrimas, y sube al ring.

Paso la lengua por mis labios para guardarme el sabor de su beso y me siento junto a Vega para ver el combate. Vega es la hermana pequeña de Junior y, además, mi mejor amiga.

—Todo saldrá bien —me dice ella cogiendo mi mano y apretándola fuerte. Respondo a su gesto de la misma manera.

Me encojo con todos y cada uno de los golpes que Junior recibe por parte de su contrincante, mientras me aferro a la mano de Vega cada vez con más fuerza.

Observo a mi padre, está nervioso, lo sé porque no deja de pasarse las manos por el pelo. Deshace y rehace su coleta una y otra vez, y ese gesto es muy característico en él cuando los nervios le pueden. Y si mi padre está inquieto, yo lo estoy más.

No puedo con esto, de verdad que no puedo. Yo solo quiero que suene de nuevo la campana. Yo solo quiero que suene ese gong que anuncia el final definitivo del combate. Correr hasta los brazos de Junior, saltar sobre él, enroscar mis piernas alrededor de su cintura y decirle que sí, que sí voy a casarme con él, pegando después mis labios a los suyos.

La campana suena, para avisar que el penúltimo asalto ha terminado. Mi padre se acerca hasta las cuerdas para hablar con Aris y Junior. Aunque mi padre también ejerce de entrenador con él, siempre es Aris quien está en la esquina del ring para darle las indicaciones oportunas durante el combate.

Sigo con la mirada a mi padre, dejo de hacerlo para detenerme en el rostro de Junior. Un rostro hinchado y bastante desfigurado, por los golpes que ha recibido y lleno de sangre por un corte que tiene en la ceja. Un nudo se forma en mi estómago y sube hasta llegar a mi garganta, la barbilla me tiembla y las lágrimas amenazan con salir en cascada por mis ojos. Cojo aire, aprieto los labios y me obligo a no llorar.

Junior mueve su cabeza de un lado a otro con movimientos repetitivos y cortos, esos movimientos que se suelen hacer para despejarse. Fija su mirada en la mía y me guiña un ojo, se lo devuelvo, le sonrío y le susurro un «te quiero».

—Creo que no está bien. Tiene la mirada perdida —le digo a Vega al oído ahogando un sollozo.

—Tranquila —es lo único que me dice mientras aprieta mi mano, con más fuerza, para darme confianza. Una confianza que yo no tengo y creo que ella, en estos momentos, tampoco, pero que aun así intenta transmitirme.

El combate para Junior no pinta demasiado bien, está como ausente y recibe más golpes de los que da, aun así se mantiene en pie y parece que tiene ganas de pelear por ese título con el que cerrará su carrera como boxeador profesional.

La campana suena de nuevo para avisar de que el último asalto está a punto de empezar. Me estremezco al escucharlo. Lanzo un suspiro, mi cuerpo se tensa un poco más y dirijo mi mirada hacia Elena, la madre de Junior y de Vega.

Ni ella ni yo deberíamos estar aquí. Las dos sufrimos demasiado viendo a Junior sobre un ring y ninguna de las dos deberíamos estar presenciando este combate. Yo normalmente no suelo hacerlo, como ya os he contado es demasiado difícil para mí ver como Junior recibe golpes; por lo general, suelo ver sus combates en diferido, una vez que ya han pasado y, aun así, sufro con cada uno de los golpes que recibe. Pero el campeonato de hoy es importante para Junior, puede proclamarse campeón de España en su categoría y, además, es su último combate como profesional, me ha prometido que hoy es la última vez que se subía a un ring y me ha pedido que le acompañe. He venido expresamente desde Londres para ello y si he de ser sincera desde que he cruzado la puerta del recinto me estoy arrepintiendo.

Elena tiene la cabeza escondida entre el hombro y el cuello de mi madre, y ella le acaricia la espalda de arriba abajo con una de sus manos; verla hacer eso parece que también me tranquiliza a mí. Mi madre es mucho más fuerte en este aspecto, aunque ella también sufrió lo suyo cuando mi padre se vio inmerso en una serie de peleas ilegales por culpa de su hermano Olaf.

Un golpe. Un golpe seco. Un golpe que hace que todo el recinto se quede en silencio.

¿Qué ha sido eso? Joder.

Giro mi cabeza buscando la procedencia de ese golpe y allí está él, Junior. Ahí está él, cayendo sobre la lona del ring, buscando con sus ojos entrecerrados los míos.

Nuestras miradas se encuentran y, tras hacerlo, sus ojos se cierran, y un grito desgarrador diciendo su nombre sale por mí boca.

—¡¡¡JUNIOR!!!

Suelto la mano de Vega. Escucho gritar a Elena. Veo como Aris pasa por debajo de las cuerdas para llegar hasta su hijo. Mi padre corre hacia el ring. Y yo, casi por inercia, lo imito y corro tras él, después de zafarme del agarre de Vega, que ha intentado sujetarme sin éxito.

—Déjame —protesto.

Tengo que verle, tengo que llegar hasta él y asegurarme de que está bien.

Corro abriéndome paso entre el tumulto de fotógrafos y curiosos que se han arremolinado alrededor de las cuerdas, dejando a Junior en el centro del cuadrilátero, sigue tumbado en el suelo y con los ojos cerrados, parece que ha perdido el conocimiento.

—Dejadme pasar. Dejadme pasar —grito al tiempo que me limpio a manotazos las lágrimas que ruedan por mis mejillas y apenas me dejan ver por dónde voy.

Salto al ring sacando fuerzas de donde no las hay, me tiemblan tanto las piernas que me pregunto cómo he conseguido llegar hasta aquí, sin caerme al suelo ni una sola vez.

Consigo llegar hasta él. Mi Junior. Mi chico. Mi amor. Mi vida. Mi mundo. Mi todo.

Me dejo caer de rodillas a su lado y agarro su cara con mis manos temblorosas. Una cara desfigurada por los golpes. Una cara irreconocible.

—Sí quiero, Junior. Sí quiero —le digo entre lágrimas e hipidos, acercándome a su boca, con la esperanza de que él reaccione al escuchar mi voz y al sentir mi aliento sobre su rostro.

—Sí, quiero —repito desesperada mientras lo zarandeo varias veces, hasta que alguien tira de mí para separarme de él. Intento liberarme de esa mano que quiere apartarme de Junior y me giro hacia atrás con la frente y los labios arrugados en señal de enfado para comprobar quien es. Es Aris.

—Vicky, cariño, deja pasar a los médicos —su agarre se suaviza convirtiéndose en una caricia.

—¿A los médicos? ¿A los médicos, por qué? —pregunto incrédula, girándome de nuevo hacia Junior y así acercar mis labios hasta los suyos para besarlo. Para darle un beso dulce. Un beso con sabor a moras negras. Un beso con sabor a nosotros.

Ese beso. Ese sabor. Se convierten en mi última esperanza. Una esperanza que me ha ido abandonando poco a poco y que se desvanece cuando veo como lo suben a una camilla y se lo llevan para alejarlo de mí. Para arrebatármelo.

—¡¡¡JUNIOOOORRRR!!! —grito una vez más con la voz desgarrada, arrodillada sobre la lona y observando cómo se lo llevan sin que yo pueda hacer nada para impedirlo.

—Quédate conmigo. No te vayas —le suplico bajito.

La vida me debe una vida contigo

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