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Junior

Termino de cenar y voy hasta mi habitación para buscar una sudadera, quiero salir a dar un pequeño paseo por el jardín de la clínica antes de irme a la cama, estamos en primavera y las noches todavía son frescas.

El teléfono vibra en el bolsillo de mi pantalón.

—¡¡¡¡Vega!!!! —respondo entusiasmado. Escuchar la voz de mi hermana siempre me supone una gran alegría, es tan divertida, tan alocada, tan imprevisible. Tan… Vega.

—¿Te puedes creer que me ha colgado el teléfono? —me pregunta ella. Ni siquiera empieza por un «hola Junior ¿qué tal estás?». No. Ella va directa al grano.

—¿Quién ha osado a hacerle eso a mi hermana? —le digo entre risas.

—Vicky —responde con un tono de voz que no consigo identificar.

Y al escuchar su nombre, yo noto como mi corazón se salta al menos un par de latidos, para después latir desbocado hasta mi garganta. La sola mención de su nombre sigue teniendo ese efecto en mí.

Trago saliva y al hacerlo deseo con todas mis fuerzas que esa saliva arrastre el nudo que acaba de formarse en mi garganta.

—Algo le habrás dicho para que haga algo así —consigo responder con un tono de voz bastante neutral.

He vivido con mi hermana lo suficiente como para saber que sin duda ella ha sido el detonante para que Vicky le cuelgue el teléfono. A Vega la conozco, pero a Vicky mucho más.

—Le he dicho que no me gusta su vestido de novia.

Hostias. ¿Ha dicho vestido de novia? Mi cuerpo se tensa al escuchar a mi hermana.

—Le he dicho que ese vestido no le pega, que ese vestido…—La corto no quiero seguir escuchando nada más. No puedo hacerlo.

—Vega… —Me quedo en silencio tras darme cuenta de que mi voz ha sonado más rota de lo que quería.

—¿Sííííi? —responde con voz repipi.

—¿Has dicho vestido de novia? —susurro.

—Sí, claro. Hoy ha tenido su primera prueba. —Mi hermana hace una pausa y después la escucho suspirar.

—Espera, Junior —rebufa—. No me digas que… no sabías que va a casarse.

Mi respuesta es no decir nada. Quien calla otorga. Y en estos momentos, sin duda, mi silencio está hablando por mí.

—Joder, lo siento, pensé que estabas al tanto de la noticia —se disculpa con la voz temblorosa.

—No te preocupes. No pasa nada. Antes o después iba a enterarme —tranquilizo a mi hermana, mientras mi respiración se acelera y la sangre me comienza a hervir en el interior de las venas.

—Bueno, pues como te decía que Vicky me ha mandado a la mierda. Pero yo le he dicho que allí hay overbooking y, sin dejarme terminar de hablar, me ha colgado.

»No ha nacido nadie que me cuelgue el teléfono a mí. Nadie —dice enfadada. Y yo…, yo simplemente suspiro aliviado, está tan metida en su propia conversación que estoy seguro de que ni siquiera se ha dado cuenta de que mi voz suena rota y de que yo también lo estoy tras saber que ella ha rehecho su vida. Ella va a casarse y no va a hacerlo precisamente conmigo.

Me recompongo e intento continuar con la conversación.

—A ver, Vega, sí ha nacido alguien que te cuelgue el teléfono y lo acaba de hacer —le rebato—. Y ese alguien se llama Vicky —sentencio.

—Qué mierda, Junior. Tienes toda la razón. Joder —resopla Vega.

Me río a carcajadas y ella lo hace conmigo.

—¿Has escuchado lo que te he dicho sobre el vestido? —insiste ella.

—Sí. Pero no me interesa —digo cuando ya casi estoy llegando a la puerta del jardín. Necesito aire. Necesito respirar. Me ahogo. Me asfixio.

—Joder, Junior. Debemos hacer algo con respecto a eso.

—¿Hacer algo con respecto a qué? —pregunto inquieto.

—Con respecto a la boda. Ya se me ocurrirá algún plan.

Un plan. Repito en mi cabeza. Todo lo que planea mi hermana siempre es peligroso. Muy peligroso.

—Bufff… miedo me da tu plan, Vega.

—Buah —protesta una vez más.

—Por cierto, ¿sabes guardar un secreto? —me pregunta cambiando el tema de conversación. No me sorprendo cuando lo hace, en Vega es bastante habitual. Ella habla por impulso sobre todo lo que pasa por su cabeza.

—Sí, sí se guardar un secreto. Venga, suéltalo.

—Vuelvo a casa en unos días, concretamente, para el cumpleaños de papá.

—¿Y cuál es el secreto que debo guardar? —pregunto contrariado. Me apoyo sobre una de las grandes columnas que hay en el porche y dejo que mi vista se pierda a lo lejos.

—El secreto es que no lo sabe nadie. Bueno, ahora lo sabes tú. —Escucho una risita a través del teléfono. Mi hermana tiene veintiséis años, pero a veces es como una cría de cinco y eso forma parte de su encanto.

—¡La hostia! —respondo.

Escucho a mi hermana reírse de nuevo al otro lado del teléfono. Esta vez lo hace más fuerte, con más ganas.

—¿Eso significa que te alegras?

—Claro. Joder, ¿cómo no voy a alegrarme? Pero ¿por cuánto tiempo vienes?

—Por tiempo indefinido. Necesito estar con vosotros. Necesito abrazarte hermanito. Bueno, eso y que además el contrato en la escuela de surf acabó hace unos días —resopla.

—Pero ya tengo planes. Quiero cumplir mi sueño y tengo que solucionar algunas cosas. ¿Estás contento? Dime que sí, Junior. Dime que sí lo estás.

Vega está entusiasmada con idea de volver y yo también lo estoy, aunque la noticia de la boda de Vicky me haya cogido un tanto desprevenido y, ahora, la vuelta de Vega ya no me parezca tan emocionante. Mejor dicho. Un tanto, no, la noticia sobre la boda de Vicky me ha cogido muy desprevenido. Suspiro e intento asimilar tanta información en tan poco tiempo.

—Claro que estoy contento. Ya sabes que te he echado de menos todo este tiempo. Yo también tengo ganas de abrazarte. Te necesito tanto, Vega —digo con los ojos abarrotados de lágrimas y con la voz temblorosa.

—Eyyyy… ¿No estarás llorando, verdad? Ya no queda nada para vernos. Pero recuerda que es un secreto. Creo que es el mejor regalo que puedo hacerle a papá. Creo no, estoy completamente segura de que es el mejor regalo que puedo hacerle.

—Hay barbacoa —respondo.

—Lo imaginaba. Si no tengo problemas con el vuelo, llegaré a tiempo para ella. Te quiero, Junior.

—Y yo a ti, Vega.

Mi hermana cuelga el teléfono.

Me siento en las escaleras que bajan al jardín, apoyo los codos sobre mis rodillas, escondo la cara entre las manos y dejo que las lágrimas rueden por mis mejillas. Dejo salir todo el dolor que tengo dentro y también la rabia. Necesito que ambas cosas salgan fuera. Necesito expulsarlas y la mejor manera que encuentro de hacerlo, en estos momentos, es llorando.

La vida me debe una vida contigo

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