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Junior

Levanto una de mis manos para chocarla con la de Lola, que me espera con la suya levantada al otro lado de la pasarela, de la cual estoy a punto de llegar al final. Este gesto se ha convertido en habitual entre nosotros cada vez que logro uno de mis objetivos, y debo aclarar que últimamente son muchos.

Trastabillo un poco antes de llegar, hay días en los que la emoción me puede y hoy es uno de ellos. Veo como Lola se embala colocándose frente a mí de una zancada y hace un gesto con sus manos para sujetarme. Frunzo el ceño al tiempo que muevo mi cabeza en señal de negación y apoyo de nuevo mi mano sobre la barra de la que me he soltado hace tan solo unos segundos.

—No —le digo con voz firme y segura.

—Tranquilo, Junior. No voy a hacer nada que tú no quieras. Pero debes tener en cuenta que tengo que estar alerta. No quiero que tu cara acabe empotrada sobre el suelo, tu nariz termine rota y salgas de aquí mañana hecho un eccehomo. —Muestra una sonrisa mientras me habla para que no suene a reprimenda.

Suspiro aliviado cuando por fin consigo mantener el equilibrio, yo también me he asustado y, por unos segundos, he pensado que terminaría con mi cara estampada contra el suelo. No sería la primera vez que esto ocurriera. A lo largo de todo el tiempo que ha durado mi recuperación y rehabilitación, han sido muchas las veces que me he caído de bruces, y todas y cada una de esas veces me he levantado. Todas.

—Creo que ya está bien por hoy —me dice Lola, dando una palmada al aire, cuando por fin alcanzo el final de la pasarela.

—Hoy hemos hecho sesión doble y me imagino que mañana querrás salir de la cama para irte de aquí y regresar por fin a casa. Y, además, pronto será la hora de cenar —sentencia Lola. Me tiende una botella de agua para que beba y una toalla para que me seque el sudor.

Lola es mi fisioterapeuta, pero en este tiempo también se ha convertido en mi amiga y mi confidente. Lola ha sido y es un gran apoyo para mí, especialmente, durante los momentos tan duros que he vivido en esta clínica. Ella ha sido ese hombro en el que he podido llorar siempre que lo he necesitado. Y debo reconocer que no han sido pocas veces.

—Espero tener hoy una cena especial de despedida —le digo después de beber un poco de agua y pasarme la toalla por la frente y la nuca.

—Si consideras especial la crema de brócoli y los filetes de pechuga de pollo a la plancha. Sí, es una cena especial de despedida. —Simulo que voy a vomitar cuando termina de darme el menú de esta noche y Lola se ríe cuando me ve hacerlo.

La vida me debe una vida contigo

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