Читать книгу La vida me debe una vida contigo - MJ Brown - Страница 27
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Vega
No me puedo creer que me haya colgado el teléfono y me haya dejado con la palabra en la boca. A mí, colgarme el teléfono a mí. Y todo porque le he dicho la verdad de lo que pienso. Todo porque le he dicho lo que, en realidad, ella también sabe y además piensa y se sigue negando a sí misma. El único problema de todo esto es que no quiere reconocerlo. Y eso no es un problema, eso es un problemón.
«¡¡¡Mierda!!!», grito llena de rabia, al mismo tiempo que lanzo mi teléfono bien lejos en señal de enfado, después de hablar con mi hermano e intentar, por enésima vez en lo que va de día, contactar con Vicky. La muy cabrita no se ha conformado con colgarme el teléfono y dejarme con la palabra en la boca, es que además la muy zorra (léase con cariño lo de zorra) ha desconectado el maldito teléfono.
«Oh. Joder. Joder. Joder», grito al darme cuenta de lo acabo de hacer, lanzar el teléfono como si estuviera practicando lanzamiento de martillo.
Me levanto del escalón del porche de mi casa, en el cual estoy sentada y corro. Corro para llegar hasta donde creo que ha caído el puto teléfono y, en el trayecto, me doy de bruces con un chico que camina en dirección contraria a mí, acompañado de un perro.
Es tal el golpetazo que nos damos, que yo me tambaleo hasta perder el equilibrio por completo y caigo de culo sobre la arena.
—¡Vaya mierda! —es lo primero que sale de mi boca. Ni perdona ni nada. A veces soy bastante bruta como podréis ir comprobando por vosotros mismos poco a poco.
»Perdona —consigo decir algo después, y muerta de la vergüenza, mientras hago un intento por levantarme. Digo intento porque, al verlo, vuelvo a sentarme de culo, y esta vez lo hago a propósito.
Madre. Mía. Cómo. Está. El. Chico.
Tiene los ojos azules más bonitos del mundo. Su pelo es rubio y lo lleva atado en una coleta, algunos mechones rebeldes se han soltado y resbalan por sus mejillas y, además, tiene los labios más sensuales y apetecibles que he visto en mucho tiempo. ¡Qué coño en mucho tiempo!, ¡en toda mi vida! Y su piel…, su piel parece muy suave y está muy bronceada. Mamma Mía.
—¿Española? —me pregunta arqueando una ceja hacia arriba y dando una calada al cigarrillo que sujeta entre sus dedos. No fumo y estoy en contra del tabaco, por lo de las enfermedades y todo eso. Pero me da muchísimo morbo ver a un hombre fumando. Y a este… pues que queréis que os diga, a este mucho más.
—Sí. ¿Se nota mucho? —respondo a su pregunta con otra y lo hago de manera algo irónica.
—Un poco —responde él en un español casi perfecto y esbozando una sonrisa. Ahora soy yo quien arquea la ceja hacia arriba.
Escuchar hablar español, después de tanto tiempo sin hacerlo, me resulta extraño. Y os preguntareis que por qué no escucho hablar nuestro idioma desde hace tanto tiempo. La respuesta es sencilla, estoy en Australia, concretamente en Byron Bay, la cuna del surf, pero eso ya lo sabéis, mi hermano o Vicky habrán hecho mención de ello en algún momento.
Un lugar que no es que tenga las mejores olas del mundo, pero tiene la famosa ola Byron Bay, un fenómeno que sucede de vez en cuando. Se produce cuando se juntan tres points al subir la marea, creando una larga ola que avanza hacia la derecha. Una ola que comienza en la punta del cabo y entra en la bahía con tubos regulares y sincronizados. Y solo por esa ola vivir en este lugar, merece la pena. Solo por esa ola.
¿Que por qué estoy aquí? Soy una trotamundos, un espíritu libre. Y porque también soy una cobarde. Sobre todo, esto último. Me vine huyendo después de todo lo que le ocurrió a Junior. Me vine para no sufrir. Porque no soportaba ver como mi hermano se consumía en una cama. No soportaba ver como la vida se iba pasando y él no era consciente de ello, debido a su estado de coma. No le he visto después de que despertara de su letargo, yo siempre le digo que ha estado hibernando como los osos, intento quitarle un poco de drama a todo lo vivido. Así soy yo. Los dramas se los dejo a mi madre, ella es muy de ellos, por algo es escritora.
Mi hermano me conoce lo suficiente como para saber que siempre, bueno, casi siempre, bromeo cuando hablo. Bromear para mí es casi un mecanismo de defensa.
En este tiempo, desde que despertó, mi hermano y yo hemos hablado mucho por teléfono, he sido su confidente, y he seguido respetando la decisión que él tomó con respecto a su relación con Vicky. El respeto es fundamental para la convivencia y el día a día. Aunque a veces esto suponga no compartir ciertas decisiones.
Desde el principio pensé y, a día de hoy, sigo pensando que fue y es una locura lo que mi hermano hizo. También reconozco que fue una decisión valiente, o tal vez egoísta, no lo sé, nunca lo he tenido claro.
Tras el anuncio hace unos días de su salida de la clínica, donde ha estado ingresado durante las fases más duras de la rehabilitación y su regreso definitivo a casa, y coincidiendo que mi contrato en la escuela de Byron Bay como profesora de surf ha terminado, he decidido regresar a casa. Ya es hora de que lo haga. Ya es hora de volver junto a los míos. Ya es hora de abrazar a mi hermano y también de que tome cartas en el asunto. Tengo una misión que cumplir. Conseguir que Vicky y mi hermano se reconcilien. ¿Qué cómo voy a hacerlo? Ni idea, pero algo se me ocurrirá. Seguro.
Yo como Tom Cruise y su Misión imposible. Solo que yo espero que la mía sea posible.
—¿Es tuyo? —me pregunta, el chico contra el que he chocado, señalando al perro que le acompaña, y sacándome así de mis pensamientos. Menos mal. Si no llega a hacerlo, en estos momentos, estaría colgada de un arnés y secuestrando a Vicky el día de su boda con Gordon. Vale, vale, vale, me he venido arriba al pensar en Tom Cruise. Por Dios, si creo que hasta he escuchado la banda sonora de la película en mi cabeza.
«Vega, por Dios, céntrate», me recrimino mentalmente.
—¿Eeeeh…? ¿Mío? No —titubeo—. ¿Por qué iba a ser mío? —pregunto, señalando yo también al perro, con mi barbilla, mientras me levanto del suelo, ayudada por la mano que él acaba de tenderme y me sacudo con la otra la arena que se ha quedado pegada en mi trasero. Solo voy vestida con una camiseta y la braga de un bikini.
—El perro, no. El teléfono —me dice señalando la boca del animal y mostrando una sonrisa de medio lado. Sonrisa que, por cierto, imito. Estoy como boba.
Madre mía, debo estar quedando fatal delante de este pedazo de hombre. Me están entrando unas ganas tremendas de darme un par de bofetadas a mí misma para que se me pase esta empanada mental que se ha apoderado de mí. «Vega espabila», me digo mientras controlo mis manos para no darme ese par de tortas que no dejan de asomar por mi cabeza yque, por cierto, sin duda alguna merezco.
—Ay, joder. ¿Qué hace mi teléfono en la boca de un perro? —rebufo. Un amago de sonrisa se dibuja en su boca, pero, sin embargo, de ella lo que sale es una carcajada tremenda. Tuerzo el gesto al escucharlo reírse. ¿Se está riendo de mí? Puffff…
Acerco mi mano hasta la boca del perro, en un amago de rescatar mi teléfono, pero cuando estoy cerca de ella me lo pienso mejor, la retiro y la escondo detrás de mi espalda.
A ver, el perro tiene pinta de bonachón, pero estos animales, no sabe una cómo van a reaccionar. Puede que el perro piense que desde ahora el teléfono es su nuevo juguete y yo quiero arrebatárselo y, entonces, igual me ataca, me muerde la mano y me la arranca de un bocado. Yo qué sé. Se me va la cabeza. Se me va y mucho. Sigo sin centrarme.
«¡¡¡VEGA!!!», me grito interiormente cuando en mi cabeza aparece la imagen de ese perro corriendo por la playa con mi mano atrapada en su boca.
Frunzo el ceño y le digo que sí que creo que es mío. A ver no es que lo crea, es que estoy segura de que es el mío, porque, además de mí, no debe haber mucha más gente que se dedique al lanzamiento de teléfonos como deporte nacional. Algo que es bastante habitual en mí.
—Puede —le digo mientras tiro de mi camiseta, intentando hacer un vestido de ella y así tapar mis piernas.
«Vega pareces tonta», pienso mientras lo hago. Estás en la playa y no creo que este chico vaya a asustarse por verte en bragas. Además, son las bragas de un bikini. Un bikini bien bonito. Precioso, diría yo.
El bikini en cuestión es rojo y lleva unos topitos blancos. Esto os lo aclaro para que no os quedéis con la duda y las ganas de saber cómo es. Pero eso no viene al cuento. ¿Verdad? Estoy fatal, lo sé.
—Paco, devuélvele el teléfono a… perdona, no sé tu nombre, no me lo has dicho —me dice el chico sonriendo de nuevo. Joder, con la sonrisita de las narices.
—¿Paco? ¿En serio el perro se llama Paco? —pregunto abriendo mucho los ojos y removiendo mis rizos con las manos a un lado y a otro. Sí, tengo el pelo rizado, muy rizado, es herencia de mi madre y, además, lo llevo muy largo. Mientras lo hago, él me observa y se ríe. Otra vez.
Le debo hacer mucha gracia, porque desde que nos hemos encontrado no ha dejado de mostrar una sonrisa en sus labios. Una sonrisa preciosa, por cierto. Y también ha soltado alguna que otra carcajada.
Yo estoy mal, pero hay algunos que están peor. ¿A quién se le ocurre ponerle como nombre Paco a un perro? Por favor.
—Vega —contesto una vez que consigo dejar atrás mi divagación mental.
—Liam —me dice él a la vez que me tiende la mano en señal de saludo, cuando yo ya me he acercado a él lo suficiente y estoy poniéndome de puntillas para plantarle el primer beso de los dos que pienso darle en una de sus mejillas.
—Ah, dos besos. Mejor. Mucho mejor. Como en España. Sí. Me gusta —me dice sonriendo de nuevo, y acercándose a mí para besarme también.
Buah, que bien huele. Huele a mar, a olas, a salitre, a arena de la playa, a tabaco y todos esos olores mezclados hacen que su perfume sea especial, muy especial. Único diría yo. Y luego está ese acento medio español, medio extranjero. Muy sexy su acento, muy sexy su olor y muy sexy Liam. Mmmmmm… Sobre todo, Liam.
—¿Conoces España? —Madre mía, otra pregunta. Venga, Vega, que pareces la cotilla número uno del mundo.
—Mi padre es español —responde.
—Ya —mascullo pensando que este tipo se ha propuesto tomarme el pelo desde que nos hemos conocido.
—¿Y qué haces aquí? —Muy bien, Vega, otra pregunta más. De aquí a nada van a colocarme la banda de Miss Cotilla. Me la estoy ganando a pulso.
—Vivo aquí. Mi madre es australiana y siempre he vivido con ella. Bueno, ahora voy y vengo de un lado a otro buscando las mejores olas. —Vale esta parte me la creo, porque esa, en el fondo, es también un poco mi vida.
—Mi padre, aunque vive en España por trabajo, pasa largas temporadas aquí con nosotros.
—¿Y tú? —Ahora es Liam quien hace la pregunta. Donde las dan las toman, así que si tú preguntas él también. Tiene todo el derecho a hacerlo.
—Soy española por los cuatro costados —respondo acariciando mi cuerpo de arriba abajo y moviéndome de manera graciosa, o al menos eso creo. Soy bastante cómica y suelo gesticular mucho, en ocasiones demasiado. Liam se ríe a carcajadas y yo me contagio de su risa. Veis lo que os digo, que le hago gracia. Mucha gracia.
—¿Y qué haces aquí?
—Soy un espíritu libre —respondo.
Liam vuelve a reírse, pero esta vez yo no lo hago. No lo hago porque así es como me siento y, también, como me defino. Y, además, ya me está tocando la moral con tanto jijijí-jajajá. Por lo que esta vez he decidido no reírle la gracia y mi gesto es más serio de lo que ha sido hasta ahora.
—Perdona si te he molestado —se disculpa y su mirada queda fija en el tatuaje que llevo en uno de mis antebrazos, Free Spirit.
—No, tranquilo —replico chocando uno de mis hombros contra el suyo para quitar así un poco de hierro al asunto. Creo que se ha dado cuenta de que me he sentido algo molesta y no quiero que se sienta así. Pero en el fondo lo estoy, él puede ser un trotamundos, pero yo no puedo ser un espíritu libre. No me gusta que piense que una mujer no puede llevar la misma vida que un hombre. No me gusta. Bueno, a ver que esto todo son suposiciones mías, que el pobre no ha dicho ni una sola palabra sobre este tema. Vale, venga, ya me he montado otra de mis películas en la cabeza.
Liam por fin me devuelve el teléfono tras rescatarlo de la boca de Paco y limpiarlo con su camiseta, después, acaricia la cabeza del perro y este lo mira con la boca abierta y la lengua fuera en señal de agradecimiento.
Por cierto, Paco es un labrador precioso que parece tan noble o más que su dueño. Esto lo pienso ahora, claro, tras comprobar que el pobre animal no tenía ninguna intención de atacarme ni arrancarme la mano de un mordisco y tras tener de nuevo el teléfono en mi poder.
—Gracias —le digo mostrando una sonrisa.
—¿Un mal día? —pregunta sentándose en la arena, Paco lo hace a sus pies.
Liam me invita a hacer lo mismo, dando unas palmadas sobre la arena.
—No. Una conversación un tanto intensa, con demasiadas verdades —le digo y me siento a su lado cruzando mis piernas como si fuera un indio y aceptando así la invitación que me ha hecho hace unos segundos. No sé por qué, este chico me ofrece confianza.
—Mejor decir verdades que duelen que mentiras que hacen feliz solo por un momento —me responde mientras busca algo en los bolsillos del pantalón corto que lleva puesto.
—¿Te importa? —me pregunta, mostrándome una cajetilla de tabaco. Niego con la cabeza.
—Eso mismo pienso yo —le digo mientras cojo montoncitos de arena con mis manos para después dejarla caer, lentamente, como si de un reloj de arena se tratara.
—Pero por lo que parece que hay personas que no opinan lo mismo —suspiro al decir esto último.
—¿Un novio quizás? —su voz suena con algo de recelo. Desvía su preciosa mirada azul hacia el infinito, soltando el humo de la primera calada del cigarrillo que acaba de encender.
Me quedo callada ante su pregunta, acabamos de conocernos y ya está haciendo este tipo de preguntas un tanto íntimas. No respondo y dejo que mi mirada se pierda siguiendo las ondas del humo de su cigarrillo.
—Perdona, no debí preguntar eso. Demasiado personal. —Liam hace chasquear la lengua contra el paladar en señal de desaprobación a sí mismo y después le da otra calada al cigarrillo, arrugando un poco los labios y también los ojos. Esta vez la calada es un poco más profunda. Podría asegurar que se está regañando mentalmente.
—Mi mejor amiga. O tal vez debería decir mi ex mejor amiga. Creo que después de la discusión que hemos tenido hoy la he perdido para siempre —respondo y añado un pequeño suspiro al tiempo que me recojo los rizos en un moño en lo alto de la cabeza.
Yo y mis dramas. Por favor, Vega. No es más que un enfado. Ya verás como pronto se soluciona todo. Vicky está cansada nada más. Su vida es una montaña rusa de sentimientos desde hace años. Qué coño una montaña rusa, Vicky vive en puto parque de atracciones.
—¿Para tanto ha sido? —insiste Liam.
—Creo que me he pasado con mi sinceridad —confieso—. Ella va a casarse dentro de unos meses y le he dicho que se equivoca en esta decisión.
—Ufffff. Parece un tema delicado —resopla Liam y hace mover su cuerpo como si un escalofrío le hubiera recorrido desde arriba hasta abajo. Me río ante ese gesto.
—Lo es. Pero es que detrás de todo eso hay una historia —me levanto y vuelvo a sacudirme el trasero para retirar la arena de él. He decidido irme. Creo que estoy hablando demasiado, y lo estoy haciendo con alguien a quien acabo de conocer, el tema de Vicky es bastante espinoso, y no tengo por qué ir aireándolo por ahí y, mucho menos, tengo que contárselo a un desconocido.
—Tengo que irme lo siento —me disculpo.
—Espera, Vega. ¿He dicho o hecho algo que te haya molestado? —Liam me sujeta por una de mis muñecas y tira de mí para que vuelva a sentarme. Pero yo consigo mantenerme en pie, por lo que él también se levanta y se queda a mi lado mientras hablo.
—No. No. No. Es solo que tengo que irme. Mañana tengo que madrugar y se me hace tarde. Además, he dejado mi casa abierta, le digo señalando con la cabeza la casa que está con la luz del porche encendida y la puerta abierta de par en par. Soy un desastre para todo, como podéis comprobar.
—¿Vives ahí?
—Sí.
Oh joder, no tendría que haberle dicho donde vivo, y si es un psicópata o un violador o un ladrón, o un secuestrador. Para, Vega, que te embalas. Deja de montarte historias en la cabeza, la escritora es tu madre.
—¿Puedo acompañarte? —Me encojo de hombros como respuesta.
—Como quieras, pero no creo que vaya a perderme —digo finalmente.
—Me pilla de camino a casa. Vivo al otro lado.
—Entonces tendré que aceptar tu compañía a la fuerza. —Hago un mohín con mi boca.
—Sí que eres sincera, sí —me dice sonriendo.
—Puedo invitarte a una cerveza si quieres —le digo de camino a casa. Yo y mis contrariedades.
—Creí entender que se te hacía tarde.
—Sí. Pero de todos modos pienso tomarme una antes de cenar y prefiero beber en compañía que hacerlo en soledad. —Ahora soy yo la que se ríe.
—Acepto tu invitación. Solo con una condición que mañana sea yo el que te invite.
—Mmmmm, déjame que lo piense —le digo llevando el dedo índice hasta mis labios para dar golpecitos en ellos.
Nos tomamos la cerveza sentados en el porche y hablando de cosas sin importancia, mientras observamos una de las puestas de sol más bonitas que he visto en mi vida, solo hay una que me guste más que esta y es la de mi paraíso.
Ese paraíso que descubrí siendo una niña, gracias a mis padres y al que muy pronto pienso volver. Ese será mi próximo destino y allí cumpliré mi sueño. Ese sueño que me persigue desde que descubrí el surf. Tener mi propia escuela.
Hoy, esta puesta de sol es mucho más bonita, o al menos a mí me lo parece, será porque estoy acompañada de Liam, o tal vez porque será una de las últimas que vea a este lado del mundo.
Miro de reojo a Liam, mientras apura la cerveza de un trago. Me gusta este chico. Lástima que tenga que irme en unos días. Lástima no haberlo conocido antes. Chasqueo la lengua contra el paladar en señal de disgusto.
—Tengo que irme. Se hace tarde. —Liam se levanta del escalón donde está sentado y deja el botellín vacío sobre el suelo.
Me levanto al mismo tiempo que él y le agradezco su compañía.
—Mañana saldré a surfear temprano, al amanecer. ¿Te apetece acompañarme?
—¿Qué te hace pensar qué hago surf?
—Supongo que esas dos tablas que tienes apoyadas sobre la pared no son precisamente de adorno. Y porque un alto porcentaje de las personas que visitan y viven en Byron Bay lo practican. —Me guiña un ojo.
—Ah, claro —le digo y noto como mis mejillas comienzan a sonrojarse. Cosa que es la primera vez que han hecho desde que Liam y yo nos hemos encontrado.
Si es que cuando te gusta un chico o te enamoras pareces tonta Vega. Me recrimino.
Si yo soy de las que cuando me gusta un chico, me empeño en hacer el ridículo una y otra vez. Forma parte de mi encanto. Yo no aleteo las pestañas en señal de coqueto, ni me paso la lengua por los labios en un gesto sexy. No. Yo hago el ridículo, y lo hago con todas las consecuencias, eso sí.
—¿Te apetece? —insiste.
—¿El qué?
—Surfear mañana al amanecer —responde algo contrariado.
—Ah, sí…, claro que me apetece —consigo decir, metiéndome así de nuevo en la conversación.
—Bien.
—Bien —repito.
—A las cinco estaré en tu puerta.
—A las cinco —vuelvo a repetir.
—Hecho.
—Hecho —repito una vez más. ¿Veis lo que os decía? No puedo ser más ridícula. Liam se despide de mí levantando su mano para decirme adiós y le silba a Paco para que acuda a su lado mientras camina por la pasarela de madera que le lleva hasta su casa.
—¡¡¡LIAM!!! —le llamo antes de que desaparezca de mi vista—. Gracias —le digo, cuando se gira hacia mí, levanto y agito la mano con la que sujeto el teléfono móvil que Paco ha rescatado y que él me ha devuelto.
Liam me regala una sonrisa tímida.
—De nada, ha sido un placer —responde, levantando él también de nuevo su mano a modo de saludo.
«El placer ha sido mío», suspiro mentalmente.
Liam guarda sus manos en los bolsillos del pantalón corto con el que viste y se da la vuelta de nuevo para continuar su camino.
Me asomo para observarlo caminar. Mierda, ¿por qué estoy haciendo esto? Parezco una espía o peor aún parezco una adolescente vigilando al chico que le gusta.
Liam vuelve a girarse y me saluda de nuevo. Joder y además me ha pillado. Hago lo mismo y siento como mis mejillas se encienden, una vez más, tras darme cuenta de que he sido descubierta. Segunda vez que me sonrojo hoy y las dos veces por culpa de este hombre. Resoplo y lo hago tan fuerte que mis labios incluso vibran.
No te enamores Vega, no te enamores, me exijo. Que en dos días estas de vuelta en casa y Australia y Liam quedarán lejos. Muy lejos. Demasiado lejos.
Entro en casa, tras sacudirme los pies de arena, y recoger los botellines vacíos de cerveza que acabamos de bebernos.
Me preparo un sándwich vegetal para cenar y hago un nuevo intento de llamar a mi amiga, me da igual la hora que sea en España. Necesito hablar con ella y disculparme, sé que no soy nadie para meterme en su vida. Nadie. Pero no quiero que cometa un error. No quiero que lo haga y haré todo lo que esté en mis manos para evitarlo.
Me arriesgaré a salir mal parada por meterme donde no me llaman, pero quien no se arriesga siempre pierde. Y yo soy de las que me arriesgo, de las que me tiro a la piscina de cabeza, aunque la piscina no tenga ni una sola gota de agua.
«Apagado o fuera de cobertura» son las cinco palabras que obtengo por respuesta en todos y cada uno de los intentos que hago de nuevo por hablar con ella. Hay que ser obtusa y soberbia para apagar el teléfono y no querer hablar conmigo.
Humildad, Vicky, un poquito de humildad, es lo único que te estoy pidiendo.
Esto, hace un tiempo, no se habría quedado así, porque yo habría corrido hasta su casa para hacer las paces con ella y, así, poder dormir con la conciencia tranquila, pero hoy es distinto. Es más, casi seguro habríamos terminado compartiendo cama y riéndonos de nosotras mismas por el enfado. Sin embargo, hoy tendré que irme a la cama sin haberme reconciliado con ella. Nos separan demasiados kilómetros, concretamente 15.741, para correr hasta su lado, saltar sobre ella y abrazarla para después terminar las dos tiradas sobre el suelo muertas de la risa, como si nada hubiera pasado entre nosotras.
Esto de vivir en diferentes continentes es complicado a veces. A veces, no. Es complicado siempre. Muy complicado. Es como si viviéramos en diferentes galaxias, en diferentes planetas, es como si una de nosotras estuviera en la Tierra y la otra en Marte o en Plutón.
«Mañana será otro día», pienso mientras acaricio ese tatuaje que ambas compartimos, dos dedos meñiques entrelazados Un tatuaje que Sara, la amiga común de nuestros padres y tatuadora oficial de nuestras familias, nos tatuó cuando ambas cumplimos los dieciocho años de edad en señal de nuestra amistad, y también para sentirnos mayores. Mucho más mayores.
¡¡Buah!! Dieciocho años y además un tatuaje. Muy maduro todo. Sí. Muy maduro.
Nuestra amistad viene desde que éramos unos bebés. Vicky y yo solo nos llevamos nueve meses de diferencia. Nuestros padres son amigos desde hace muchos años, lo son desde antes de nacer nosotras. Vicky y yo no somos amigas, somos casi hermanas, y esa teoría además la corroboran nuestros padres que siempre nos han contado que yo fui concebida la misma noche en que Vicky nació.
¿Que cómo saben ellos eso? Muy fácil, Vicky nació en Las Vegas la misma noche en que mi padre, Aris Gon, El Angel, boxeador profesional, se proclamó campeón del mundo de los pesos pesados.
Sí, soy hija de Aris y Elena y, además, soy la hermana pequeña de Junior. ¡Oh!, que eso no os lo había contado. Yo y mis despistes. Pero seguro que ya lo sabéis, sé que tanto Vicky como Junior han pasado por aquí antes que yo y os habrán hablado de mí. Que yo no esté presente en alguna de sus conversaciones es algo tan difícil como extraño, tan extraño que seguro que podría ser un tema a tratar por Iker Jiménez en Cuarto Milenio.
A lo que iba, nueve meses después de aquello, de la proclamación de mi padre como campeón del mundo y del nacimiento de Vicky nací yo, así que las cuentas no fallan. Héctor, el padre de Vicky y, por cierto, mejor amigo del mío, siempre dice que yo soy el resultado de la fiesta privada que se montaron mis padres en la habitación del hotel para celebrar la victoria en el campeonato del mundo. Gloria, su mujer y madre de Vicky, siempre le da un codazo como respuesta, para que cierre su preciosa e inoportuna boca.
Mi nombre, Vega, también tiene que ver con esa anécdota. Si fui engendrada en Las Vegas, no había mejor manera de recordármelo a todas horas que llamarme así. Bien por mis padres. Un aplauso para ellos por recordarme a diario donde echaron el polvo del cual fui el resultado. Es broma. Me encanta mi nombre. Pero lo de imaginarme a mis padres engendrándome me da un poco de grima. Todo hay que reconocerlo.
Vicky y yo hemos vivido muchas cosas juntas, tanto buenas como malas. Siempre nos hemos apoyado. Pero en esto, a lo de su boda me refiero, no puedo hacerlo. De verdad que no puedo.
Y os preguntaréis por qué no estoy de acuerdo con esa boda. Pues muy sencillo, porque ella no va a casarse con Junior, pero eso también lo sabéis. No va a casarse con mi hermano, su alma gemela, su hilo rojo. Vicky va a casarse con el estirado de Gordon, ese pijo inglés. No es que lo conozca demasiado, ni siquiera nos conocemos en persona. Reconozco que tampoco me he preocupado en hacerlo, no me interesa. No me cae bien, bueno, en realidad tampoco me cae mal. Simplemente no me cae. Eso es.
En resumidas cuentas, Vicky no es para Gordon y Gordon no es para Vicky. Punto y final.
Vicky es para Junior, siempre lo ha sido. Al igual que Junior ha sido, es y será para Vicky. No tengo ni un solo recuerdo de ellos en el que no los vea juntos. Siempre juntos. Siempre. Por ello, no me cabe ninguna duda de que ellos deben compartir su vida con la del otro.
Pero el accidente de Junior… Ese maldito accidente… Ese maldito combate… Ese maldito día…, las decisiones equivocadas y todas esas trabas que, a veces, nos empeñamos nosotros mismos en ponernos han hecho que todo cambiara.
Joder lo que nos gusta una zancadilla. Si es que somos tan extraños que, si no encontramos una piedra en nuestro camino con la cual tropezar, nosotros buscamos una para hacerlo, y esa piedra, justo esa, es la que hace que te caigas de bruces contra el suelo.