Читать книгу La vida me debe una vida contigo - MJ Brown - Страница 26
Оглавление15
Gordon
—Gordon, cariño. Perdóname. —Escucho aliviado la voz de Vicky al otro lado del teléfono mientras abro la puerta del apartamento que comparto con ella desde hace algún tiempo en Notting Hill.
—No hay nada que perdonar, mi vida. Perdóname tú a mí por llamar al teléfono de tu madre —me disculpo—. Pero llevo toda la tarde intentando contactar contigo a través del tuyo y siempre me da la señal de apagado o fuera de cobertura. Imagino que te has quedado sin batería —continuo.
—No. No me he quedado sin batería, lo he apagado después de discutir con Vega.
Me sorprendo al escuchar que ha discutido con Vega. Desde que conozco a Vicky, creo que no la he visto discutir con nadie y mucho menos la he escuchado hacerlo con ella. Ambas son un apéndice de la otra, aunque no se vean desde hace dos años, si no me equivoco en esto último. Si hay una definición de amistad distinta de la que recogen los diccionarios sería «amistad es la relación que mantienen Vicky y Vega».
—¿Quieres hablar de ello? —pregunto contrariado.
—Prefiero no hacerlo, al menos, por ahora. —Escucho como resopla al otro lado del teléfono—. Estoy cansada y mañana tengo que madrugar para ir al trabajo. ¿Te importa que lo dejemos para otro momento?
—Claro que no. Descansa, mi amor. Te echo de menos, Vicky.
—Yo también te echo de menos, Gordon. Sabes que te quiero, ¿verdad?
—Yo también te quiero Vicky —respondo—. Yo también —insisto.
—Hablamos mañana y te cuento que tal me ha ido en el trabajo. Estoy tan emocionada por volver a la oficina de mamá y trabajar de nuevo con Elena. Por cierto, ¿tienes ya el billete de avión para venir este fin de semana?
—Sí, hablamos mañana y me cuentas que tal ha ido todo. El billete también lo buscaré mañana. Hoy me ha sido imposible. Aún faltan algunos días para el viernes, tranquila mi amor.
—Descansa, Gordon. Hasta mañana.
Me aflojo el nudo de la corbata, me sirvo un whisky, me quito la americana y la tiendo en el respaldo del sofá y, por último, me dejo caer sobre él, me restriego la cara y paso una mano por mi pelo para mesarlo. Estoy cansado, el día no está siendo fácil.
No suelo beber demasiado y mucho menos en días de diario. Pero hoy no sé por qué, lo necesito. Será el encontrarme solo en esta casa de nuevo, me he acostumbrado a Vicky. Me he acostumbrado a tenerla en casa, en el trabajo y en mi vida. Sobre todo, en mi vida.
Al colgar la llamada, busco una lista aleatoria en Spotify, suena One en la voz de Mary J. Blige acompañada por Bono de U2. Saboreo un trago de whisky escuchando los primeros acordes de la canción y fijo la mirada en la foto que tengo como fondo de pantalla en el teléfono. Es una foto de Vicky de hace tan solo unos días, si no recuerdo mal es del pasado domingo, está sentada en el sofá de casa, recién levantada, tomando una taza de café con el pelo alborotado y con cara de sueño. Pero es que aquel día estaba tan bonita, que no pude resistirme a inmortalizar el momento. Estaba tan feliz, tan despreocupada…, era tan Vicky.
Era la Vicky que conocí hace algunos años. Una Vicky que poco a poco volvía a ser esa de la que me enamoré un día nada más verla. Tan segura de sí misma, con esa sonrisa eterna, esos ojos entre azul y verde que hablan cuando ella está en silencio, esos ojos que dicen todo lo que ella calla.
La primera vez que la vi recuerdo que llevaba puestas esas botas Converse negras que son tan parte de ella, una falda de tul negra hasta los tobillos y una sudadera gris con un unicornio dibujado en la parte delantera. Esbozo una sonrisa cuando esta imagen viene a mi cabeza, pues me doy cuenta de que, a pesar del tiempo pasado, ese recuerdo ha llegado hasta mí de manera nítida.
Doy otro trago a mi whisky, me acomodo un poco más en el sofá y me dejo llevar hasta el día en que la vi por primera vez. Aquel día Vicky estaba sentada en una de las mesas de la editorial que por entonces dirigía Gloria, su madre. Esa a la que ha vuelto por unos días o tal vez semanas.
Aquel día mi padre y yo fuimos a hablar con Gloria por primera vez personalmente para interesarnos por la editorial. Una empresa pequeña que ella misma había creado y que, gracias a su tesón, trabajo y valentía, consiguió cosechar grandes éxitos y encumbrar a la fama a diferentes escritores. Entre ellos Hache Winter, Elena, la mejor amiga de Gloria, mujer de Aris y madre de Junior y Vega.
Vicky había comenzado a trabajar para su madre como correctora hacía tan solo unos meses, tras haberse licenciado en Filología en la universidad. Además, hacía sus pinitos como diseñadora gráfica, aunque esta actividad la veía como hobby, pero finalmente se ha dado cuenta de que es buena en este tipo de trabajos.
La editorial de Gloria, como ya os he dicho, era pequeña e independiente y el grupo editorial que dirige mi padre, Sunder´s Edition, la compró tras llegar a un acuerdo económico con ella. La única condición que puso Gloria, tras llegar a ese acuerdo de compraventa y antes de firmar el contrato, fue que su hija no perdiera el puesto de trabajo, cosa a la que ni mi padre, ni yo, pusimos ninguna objeción o impedimento.
Por aquel entonces, Vicky salía con Junior y estuvo un tanto reacia a abandonar su ciudad para trasladarse a Londres, ya que esa fue la única condición que puso mi padre, que Vicky trabajara en las oficinas centrales del grupo. El puesto de trabajo de Gloria seguiría en España para dirigir al pequeño equipo que tenía bajo sus órdenes y del que, por supuesto, nadie perdería su trabajo. Pero Vicky debería trasladarse hasta Londres para llevar a cabo su trabajo, esa condición era inamovible.
Si por algo se ha caracterizado siempre mi padre es por tener cerca de él a los mejores. Siempre. Y Vicky era y es muy buena en su trabajo como correctora de textos. Además, poco a poco empieza a despuntar en el equipo de diseño y maquetación del grupo como diseñadora de portadas para los libros que publicamos.
Hasta ahora, como diseñadora gráfica, lo único que ha hecho han sido pequeñas colaboraciones junto a otros diseñadores con más experiencia, pero el trabajo que va a realizar en España será íntegramente suyo, y lo hará con una de nuestras autoras estelares, Hache Winter.
Tras algunas conversaciones con ella, tanto por teléfono como personalmente, accedió a nuestras condiciones y se trasladó a vivir aquí, a Londres. Vicky fue un soplo de aire fresco en las oficinas centrales tan risueña, tan trabajadora, tan llena de vida y de alegría. Tan Vicky. Tan ella.
La invité a cenar a la semana de trasladarse a Londres, estaba sola y también un tanto desubicada. Echaba de menos a su familia, a sus amigos, a sus compañeros de trabajo, su casa, su entorno y, por supuesto, a Junior. Sobre a todo lo echaba de menos a él.
Aquella noche me habló de Junior, me habló de ellos y lo hizo con tanta pasión, con tanto amor, con tanto cariño, con tanta admiración, con tanto de todo…, que supe de inmediato que yo debía retirarme de esa guerra que ni siquiera había empezado y ya estaba más que perdida. Así pues, fui un caballero y acepté que jamás podría tener nada con ella, a pesar de todo lo que había empezado a sentir por Vicky: sin apenas darme cuenta, me había enamorado de ella.
Para Vicky, Junior lo era todo. Todo.
Es más, a día de hoy y aunque ella esté conmigo y vayamos a casarnos en apenas unos meses, creo que él sigue siendo su todo. Siempre lo será, siempre. Es algo que tengo tan asumido que soy plenamente consciente de que en nuestra relación en lugar de ser dos, somos tres. Ella, yo y la sombra de Junior, esa sombra que nos persigue constantemente, aunque hace mucho tiempo que dejamos de hablar de ella.
Más adelante, yo mismo pude comprobar de primera mano el amor que se profesaban el uno al otro, cuando más de un fin de semana él vino hasta Londres para visitarla.
Juntos eran la viva imagen del amor, si el amor tuviera una imagen, claro está, sería la de Junior y Vicky juntos. Esas miradas, esos besos, esas caricias, esa complicidad. Ese todo entre ellos. Un todo que yo no he conseguido tener, un todo que ella y yo jamás conseguiremos, que jamás tendremos.
Conocí su historia por boca de ellos, me contaron cómo sabían que estaban destinados el uno al otro desde niños. De cómo para ellos el estar juntos era lo más normal del mundo desde que apenas levantaban un palmo del suelo. Me contaron su boda simulada, siendo unos niños y la historia de las anillas de refrescos. Anilla que, por cierto, Vicky sigue llevando enganchada en el cordón de una de sus zapatillas, una anilla que me recuerda a diario que él sigue estando anclado en sus pensamientos. Una anilla que nunca le pediré que se quite. Nunca lo haré.
Junior me mostró la suya también atada al cordón de una de sus zapatillas. Me pregunto, si él, tal como Vicky, también la conservará actualmente.
También me mostraron sus cordones de hilo rojo, atados alrededor de sus muñecas. Cordón que, por cierto, yo también llevo atado a una de las mías, pues yo también estoy, o estuve hace algún tiempo, no lo sé, vinculado a alguien a través de un hilo rojo. Pero eso es otra historia, tal vez más adelante os la cuente. O tal vez ni siquiera lo haga. A veces es mejor no remover sentimientos. No se debe hacer si todavía duelen. Y los míos, en ocasiones, siguen doliendo. Hay heridas que tardan en sanar o quizás nunca lo hacen.
Un cordón que, al igual que Vicky, no he sido capaz de quitar de mi muñeca, porque supongo que si lo hago será algo así como romper por completo el vínculo que aún me une con esa persona. A estas alturas y después de varios años, todavía no estoy preparado para hacerlo.
Al igual que Vicky no ha podido sacar ni de su corazón ni de su cabeza a Junior, tampoco yo he conseguido sacar de mi corazón y tampoco de mi cabeza a esa persona que un día lo fue todo para mí. Su recuerdo sigue estando muy dentro de mí. Tan dentro que es muy probable que si intento arrancarlo puede que incluso muera al hacerlo.
Puede ser que ni Vicky ni tampoco yo lo hayamos intentado con las fuerzas suficientes. Un recuerdo que me sigue quemando. Es uno de esos recuerdos que no sabes si te hacen bien o mal. Es un recuerdo enquistado. He intentado desecharlo más de una vez, pero no lo he conseguido, o tal vez no he querido hacerlo.
Esa persona fue, es y será el amor de mi vida. En eso, Vicky y yo estamos en igualdad de condiciones. Los dos tenemos un amor inolvidable, que nos acompañará siempre. Un amor que pudo ser, pero que, finalmente, no fue.
Sin embargo, yo, a diferencia de ella, nunca he sido capaz de contarle quien es la persona a la que estoy unida por ese hilo rojo. Nunca he sido capaz de hablarle sobre ella. Para mi alivio, he de confesar que ella nunca ha preguntado.
Pero sé que vosotros os estaréis preguntando qué significa Vicky para mí. Qué lugar ocupa ella en mi vida. Ella…, ella es la mujer de mi vida, y eso no quiere decir que por ello tenga que ser el amor de la mía.
El amor de mi vida un día lo tuve entre mis manos y, tal como lo atrapé, lo dejé escapar entre mis dedos. No supe conservarlo. No supe defenderlo. Se esfumó. Se evaporó. Dejé que lo hiciera. Dejé que se fuera.
Vicky es la mujer con la voy a compartir lo bueno y lo malo, de hecho, ya lo hacemos desde hace algún tiempo, desde el día que decidimos unir nuestras vidas. La quiero con locura y siempre la querré, a Vicky es muy fácil quererla. Muy fácil.
Vicky fue mi tirita para ese corazón que yo también tenía roto en mil pedazos.
Para ese corazón que pensé que nunca podría recomponer.
Para ese corazón que pensé que nunca podría volver a querer y amar a alguien.
Y yo, sin duda alguna, lo fui para ella y también para su corazón.
Cuando ocurrió el accidente de Junior, temí por ella, por su integridad física y psicológica. Perdió peso, apenas comía y dormía. Se pasó días, semanas y meses sentada en una silla esperando a que Junior se despertara o a que no lo hiciera. Su vida quedó condenada al verbo esperar.
Dadas las circunstancias, le concedimos un permiso especial en la editorial durante las primeras semanas. Después accedimos a su petición de trabajar desde la sede de España, desde el hospital y desde casa. Por fortuna su trabajo se lo permitía.
Yo personalmente me trasladé varias veces hasta allí, para acompañarla y para interesarme por la evolución de Junior. Y sin darme cuenta me convertí en ese paño de lágrimas donde ella necesitaba llorar a menudo.
Meses después de lo ocurrido, a regañadientes, tras escucharnos a todos y tras las súplicas de sus padres, para que fuera yo quien la obligara a regresar a las oficinas bajo la amenaza de perder su trabajo, finalmente, se incorporó de nuevo a trabajar en la sede central en Londres. Cuando lo hizo nos encontramos a una Vicky rota. Una Vicky que no era ni siquiera la sombra de lo que un día fue.
No me separé de ella ni un minuto, no quería que nada malo le ocurriera y que tampoco hiciera ninguna tontería. Así fue como poco a poco me fui ganando su confianza y su cariño, y yo, yo me fui enamorando de ella un poquito más cada día.
Le di ese cariño que yo también necesitaba. Yo había vivido en mi propio cuerpo lo que es sufrir la pérdida de esa persona que se ha convertido en el centro de tu universo. De la misma manera, yo sentí como mi mundo se paraba cuando ella se fue de mi vida. Yo la entendía mejor que nadie en aquellos momentos.
Y un día sin darnos cuenta nos besamos. Fue un beso tímido y lleno de cariño. Fue un beso lleno de agradecimiento, lleno de miedo. Un beso tembloroso. Un beso que nos prometimos que no volvería a repetirse. Un beso que, a pesar de las promesas, si volvimos a repetir pasado algún tiempo.
Dos meses, dos meses fueron los que estuvo viajando Vicky cada fin de semana a su lado, al lado de Junior. Dos meses en los que yo la acompañaba hasta el aeropuerto cada viernes y la despedía con un pellizco en el estómago. Un pellizco que me acompañaba hasta el domingo en que regresaba hasta allí para recogerla. Y cada domingo al recogerla, ella estaba un poquito más rota de lo que la había dejado. Un poquito menos Vicky. Un poquito menos todo.
Pero un domingo la recogí rota por completo. La abracé y mientras lo hacía pude escuchar como dentro de ella tintineaban todos y cada uno de los pedacitos en los que venía hecho, una vez más, ese corazón que yo estaba consiguiendo parchear. Nunca lo llegué a reconstruir del todo. Nunca lo he conseguido. Nunca lo conseguiré. Nunca.
Pegué mis labios a su cuello y le prometí en un susurro que volvería a recomponerla, que volvería a pegar uno a uno cada trozo de su corazón roto.
Un par de meses después de aquel día, nos miramos a los ojos y volvimos a besarnos tal y como habíamos hecho tiempo atrás. Solo que en este beso había muchas más cosas. Era un beso que nos demostraba que ambos estábamos preparados para volver a querer a alguien, que, aunque nuestros corazones seguían heridos, estaban dispuestos a intentarlo de nuevo y, si ellos lo hacían, ¿por qué no íbamos a hacerlo nosotros?
Y así fue como decidimos que ambos merecíamos ser felices. Que ambos merecíamos una nueva oportunidad y que la vida nos la estaba dando.
Y eso es lo que he hecho desde entonces. Cumplir mi promesa de volver a recomponerla a ella y a su corazón. Pero la pieza clave para terminar de recomponer ese corazón destrozado la sigue teniendo él. Ese pedazo que siempre me ha faltado y me sigue faltando lo tiene Junior. Siempre lo tendrá. Soy consciente de que el corazón de Vicky nunca será entero para mí, siempre lo compartiré con él. Con Junior.