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Junior

—¿Todo bien? —escucho decir a alguien. Abro los ojos y miro en derredor en busca de la voz que me ha sacado de mis pensamientos. No tengo que indagar demasiado para encontrarla, ni tampoco pensar mucho para distinguirla. Sin duda, es Lola y está sentada a mi lado. Estoy tan sumido en mis dilemas mentales que ni siquiera me había cuenta ni me había percatado de su presencia.

—Va a casarse —murmuro.

—¿Quién? —pregunta contrariada.

—Vicky —respondo con la voz algo temblorosa, todavía estoy impactado por la noticia.

—¡No me jodas! —responde con ímpetu.

—Acabo de hablar con mi hermana. Han discutido —chasqueo la lengua contra el paladar.

—¿Quién ha discutido con quién?

—Vega y Vicky —aclaro—. Ya sabes que son las mejores amigas. Vega estaba bastante enfadada porque le había colgado el teléfono tras una discusión por el vestido de novia de Vicky. Estaba tan cabreada, que creo que ni siquiera estaba siendo consciente de la bomba que estaba soltando por su boca.

—Lo siento, Junior. De verdad que lo siento. Supongo que en todo este tiempo has albergado algo de esperanza, por pequeña que fuera. —Lola pasa su mano por mi espalda en un intento de darme algo de consuelo. Siento como me acaricia la espalda arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo… Cierro los ojos y respiro de manera lenta antes de continuar hablando.

—No es que tuviera muchas esperanzas en recuperarla —confieso, aunque eso no es cierto, porque la verdad es que en mi cabeza no ha habido otro pensamiento más que el de recuperar a Vicky en todo este tiempo. Cada día de dolor en las sesiones de rehabilitación yo mismo me convencía de que merecía la pena porque era un paso más para llegar a ella, para volver a ella.

»Pero sí es cierto que siempre he estado aferrado a una, muy pequeña —continuo diciendo—. Esa diminuta esperanza era la que hacía que cada día luchara un poco más por salir de toda esta mierda. Ahora ya nada me importa. Ahora ya todo me da igual. Esta vez la he perdido para siempre. —Trago saliva y humedezco mis labios antes de seguir hablando, mientras entierro la cabeza entre las manos que tengo apoyadas sobre las rodillas.

»Pero también supongo que me lo merezco. Supongo, ¿no? Estoy convencido de que me lo merezco. ¡La eché de mi vida Lola, la eché, joder! ¡No le di opción a nada! —grito. Cierro los ojos en un intento de retener las lágrimas que amenazan con rodar por mis mejillas. Aprieto las palmas de mis manos contra ellos, pero las lágrimas tienen más fuerzas que mis manos y rompo a llorar.

»Fui un miserable. No. Soy un miserable —digo con la voz ronca y casi desgarrada por la emoción.

—Junior… no sé qué decirte, no se me ocurre nada más que decir que lo siento. —Lola pasa sus pulgares por mis mejillas para limpiar mis lágrimas.

—No tienes por qué decir nada. Ni siquiera merezco que estés aquí consolándome. Me merezco todo esto. ¡Me lo merezco! —grito de nuevo, pero esta vez lo hago enfadado. Estoy enfadado conmigo mismo por haber tomado la decisión incorrecta y, por supuesto, por no haberle dado ni una sola opción a Vicky. Ni una sola.

—No te castigues. No es justo. Hiciste lo que creías correcto por y para ella. Yo nunca he pensado que tu decisión fuera egoísta. Fue todo un acto de amor, dejar volar a la persona que quieres para que fuera feliz.

Lola saca un paquete de tabaco del bolsillo de su pantalón y enciende un cigarrillo.

—¿Puedo…? —le pregunto señalando el paquete con mi cabeza.

—No sabía que fumabas.

—No lo hago. Pero…

—Toma —me dice tendiéndome el cigarrillo que ella acaba de encender. Le doy una calada y, nada más hacerlo, el humo pasa quemando mi garganta. Toso, vuelvo a toser y una arcada sube hasta mi boca.

—Joder, Junior. —Lola da golpes en mi espalda. Mientras yo intento reponerme de esa quemazón que acaba de atravesarme.

Con los ojos aún vidriosos por el mal rato que acabo de pasar, le devuelvo el cigarrillo a Lola: mi etapa de fumador ha empezado y terminado con tan solo una calada.

Busco la bolsa de gominolas que llevo en el bolsillo de mi pantalón. Llevo una mora negra hasta mi boca, cierro los ojos y la saboreo.

Mi cabeza me juega una mala pasada como siempre que como moras negras. Así, mi cabeza me lleva hasta todos esos recuerdos que tengo de ella, de nosotros. Aprieto los ojos y dejo que mis recuerdos me lleven hasta ese día en que la besé por primera vez, en la playa. Hasta ese día en que jugamos a ser mayores y nos prometimos amor eterno. Hasta ese día en que ninguno los dos sabíamos que ser mayores iba mucho más allá de un beso en los labios.

La vida me debe una vida contigo

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