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El ascenso

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Pero en primer lugar, antes de abordar el núcleo del tema –es decir, la forma en que Stalin logró imponerse a la cabeza del Partido Bolchevique durante los seis años siguientes a la “muerte política” de Lenin (cinco años después de su muerte real, en enero de 1924)–, volvamos brevemente a su trayectoria antes de 1922-1923. Porque en ese momento, cinco años después de la toma del poder por parte de los bolcheviques en octubre de 1917, Stalin ya era uno de los principales dirigentes bolcheviques y uno de los más cercanos colaboradores de Lenin, contrariamente a la leyenda difundida por Trotski, según la cual Stalin habría sido en esa época solo un oscuro apparátchik, un “hombre del aparato”, gris y sin envergadura.

Cuando, en la década de 1920, se les pidió a las personalidades comu­nistas que entregaran una breve noticia autobiográfica para ser publicada, Stalin fue uno de los pocos dirigentes que recordó sin ambages una infancia de pobreza y privaciones. Sus padres fueron siervos de nacimiento, antes de la abolición de la servidumbre en 1861. Su padre, Vissarión Dzhugashvili –un modesto zapatero georgiano instalado en la pequeña ciudad de Gori–, fue asesinado en una riña, cuando su hijo Soso, el futuro Stalin (nacido en diciembre de 1879), tenía solo diez años. En 1894, inscribieron a Soso Dzhugashvili en el seminario de Tiflis: era la única manera de que pudiera continuar sus estudios. Allí se educó durante cinco años y, al mismo, tiempo frecuentó círculos de tendencia marxista. Se ha atribuido a la orientación teológica de los estudios del joven Stalin el estilo didáctico, lleno de figuras de estilo oratorias, tan característica de la prosa estaliniana. En 1899, expulsaron a Dzhugashvili del seminario por faltar con frecuencia. Como muchos estudiantes de su generación, “iba al pueblo” y militaba en grupúsculos socialistas en contacto con el mundo obrero de las grandes ciudades del Cáucaso, Tiflis y sobre todo Bakú, la gran ciudad del petróleo, a orillas del mar Caspio. Primer arresto, en abril de 1902, y una condena a tres años de deportación en Siberia, de donde se evadió –como la mayoría de los deportados políticos– a principios de 1904. Al regresar al Cáucaso, se unió a los círculos bolcheviques locales, en un momento en el que los socialdemócratas se dividían entre mencheviques y bolcheviques, ascendió rápidamente en el pequeño ambiente revolucionario caucasiano y redactó su primer panfleto (Una rápida mirada sobre las divergencias en el Partido), cuyo sectarismo didáctico y vehemente le llamó la atención a Lenin. A fines de 1905, “Koba” (su sobrenombre en la clandestinidad revolucionaria),12 que había sido designado como delegado bolchevique para el Cáucaso –una promoción fulgurante al cabo de dos años de militancia–, se encontró con Lenin, por primera vez, en la conferencia que tuvo lugar en Tampere, Finlandia, y en cuyo transcurso los dirigentes bolcheviques se pronunciaron sobre su participación en la campaña para la elección de la primera Duma. A los veintiséis años, Stalin entró al “primer círculo” leninista. En abril de 1906, en el IV Congreso del Partido Socialdemócrata, que se realizó en Estocolmo, Koba representó a la corriente bolchevique caucásica, muy minoritaria frente a los mencheviques georgianos, en pleno auge tras su éxito en las elecciones de la Duma. Al año siguiente, estuvo involucrado en algunas “expropiaciones revolucionarias” (hold-up de bancos), supuestamente con el fin de alimentar las cajas del Partido. En la polémica que se desarrolló en el seno mismo del Partido Bolche­vique sobre esas prácticas, Lenin apoyó firmemente esas “acciones de partisanos”. Entre 1908 y 1913, Stalin (el “Hombre de Acero”, el nuevo apodo revolucionario de Dzhugashvili) alternó arrestos, condenas y deportaciones, seguidas por inmediatas fugas y períodos de clandestinidad. En 1912, fue nombrado, por cooptación, en el Comité Central del Partido Bolchevique, convirtiéndose así en uno de los diez principales dirigentes del movimiento clandestino. De modo que Lenin desempeñó un papel decisivo en su promoción. Consciente de la importancia crucial del problema de las nacionalidades para la causa revolucionaria, impulsó precisamente a Stalin a exponer el punto de vista marxista sobre esta cuestión: en 1913 apareció El marxismo y la cuestión nacional, un opúsculo a propósito del cual Lenin se refirió al “maravilloso georgiano” en una carta a Gorki. Gracias a este texto –sin gran originalidad–, en el que afirmaba que “la cuestión nacional en el Cáucaso solo puede resolverse llevando a las naciones y los pueblos atrasados a la corriente general de una cultura superior”, Stalin se convirtió en el especialista del Partido en política de las nacionalidades. En febrero de 1913, fue nuevamente arrestado. Lo enviaron a Turujansk (Siberia oriental), la más alejada y aislada de las regiones de deportación del Imperio ruso, y esta vez permaneció allí cuatro años, hasta la caída del zarismo, en febrero de 1917.

De vuelta en Petrogrado en marzo de 1917, tras la amnistía proclamada por el gobierno provisional, Stalin fue secretario de redacción del Pravda, el diario bolchevique. En la VII Conferencia del Partido, que se realizó a fines de abril de 1917, fue elegido en el Comité Central. Solo Lenin y Zinóviev tuvieron más votos que él. En momentos en que aumentaban en Finlandia, Polonia, Ucrania, las provincias bálticas y el Cáucaso las reivindicaciones de autonomía, e incluso de independencia, la cuestión nacional se volvió central en la evolución y el futuro del proceso revolucionario en curso. Siguiendo a Lenin, Stalin suscribió en ese momento la tesis según la cual toda nación tenía derecho a la autodeterminación y a la secesión. Después del golpe de Estado bolchevique del 25 de octubre de 1917, Stalin fue nombrado, en el nuevo gobierno, en el puesto clave de Comisario del Pueblo de las Nacionalidades. Pero en realidad, lejos de limitarse a ese solo sector, se convirtió en el hombre a quien Lenin le encargó todas las misiones especiales sobre los puntos más “calientes” de los frentes de la guerra civil. Durante el verano de 1918, fue enviado al “frente de aprovisionamientos” en la región de Tsaritsyn (la futura Stalingrado), con la misión de decomisar masivamente las cosechas para salvar a Moscú de la amenazante hambruna. En mayo de 1919, fue enviado al frente de Petrogrado con plenos poderes, en momentos en los que la ciudad estaba amenazada por el avance de los Blancos. Como responsable del Consejo Revolucionario de Guerra en el frente sudoeste durante el verano de 1920, Stalin desempeñó un papel luego muy controvertido en el fracaso final de la ofensiva soviética contra Varsovia: en un momento decisivo, se negó a enviar refuerzos para apoyar al cuerpo de ejército comandado por el general Tujachevski que marchaba sobre la capital polaca. Paralelamente a esas actividades de (lamentable) estratega militar, Stalin dirigió el inmenso aparato burocrático de la Inspección Obrera y Campesina, encargada de controlar el buen funcionamiento de las instituciones soviéticas. Fue también uno de los cinco miembros titulares del Politburó, creado en marzo de 1919 para coordinar la acción del Comité Central. Lejos de ser un oscuro apparátchik, como decía Trotski, Stalin fue uno de los más importantes colaboradores directos de Lenin y era muy apreciado por su apoyo sin fisuras, su sentido de la disciplina, su firmeza de carácter, su determinación y su total falta de escrúpulos y de piedad en la acción: virtudes fundamentales en tiempos de guerra civil. En abril de 1922, fue ascendido al puesto, aparentemente técnico, de secretario general del Comité Central. Ese cargo, que ocuparía durante treinta años, era muy estratégico: le permitió, en efecto, controlar todos los cambios y promociones de los altos funcionarios del Partido.

Sin embargo, en el otoño de 1922, estalló un importante conflicto entre Lenin y Stalin sobre la cuestión del marco federal en el que debía construirse la Unión Soviética. En septiembre, una comisión, presi­dida por Stalin y encargada de elaborar un proyecto de Estado Federa­tivo, entregó un texto que proponía la absorción de las Repúblicas So­vié­ticas (Ucrania, Bielorrusia, Armenia, Georgia, Azerbaiyán) en la RSFSR (República Socialista Federativa Soviética de Rusia), cuyo gobierno se convertiría en el gobierno de la federación. Lenin, ya enfermo, esbozó una versión totalmente distinta del proyecto, en el cual la federación reuniría a repúblicas iguales y no dominadas por Rusia. En tres notas que constituyen lo que se ha llamado impropiamente su “testamento”, Lenin condenó el “chauvinismo gran-ruso” de Stalin, con una valoración severa sobre ese hombre al que había calificado, diez años antes, como “maravilloso georgiano”.

El siglo de los dictadores

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