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El despertar del demonio
ОглавлениеNo cabe ninguna duda de que en ese momento se produjo una metamorfosis. Para desgracia del pueblo alemán, Hitler se convirtió en Wotan. El guerrero taciturno que, entre dos combates, prefería aislarse en la campiña belga o francesa, con una libreta de croquis en el bolsillo, empezó a buscar frenéticamente el contacto y la aprobación de otras personas, a las que les ofrecía encendidos discursos nacionalistas. Mientras se encontraba en el hospital militar de Pasewalk, en Pomerania, sus arengas eran una verdadera atracción: ya subyugaba a todos los que no se asustaban por su vehemencia. Había salido de allí con una obsesión, contraria a la de la mayoría de sus camaradas, que se sentían felices por volver a casa: permanecer en el ejército.
Ese fanatismo naciente se sumaría a otro: el del cuerpo de oficiales de la antigua Deutsches Heer,20 obsesionados por el peligro de que los bolcheviques dominaran al ejército, como había sucedido durante la Revolución rusa del año anterior. Un temor reforzado por el espectáculo de la efímera República Soviética de Múnich, que pronto sería sangrientamente aplastada, pero que en ese momento convenció al capitán Karl Mayr, responsable de la inteligencia militar en Baviera y al mismo tiempo superior de Hitler, de emplearlo como informante, a cargo de las “conspiraciones antinacionales”. Su misión como “soplón” de la nueva Reichswehr era separar la paja del trigo.
Consciente de las condiciones excepcionales de su recluta para expresarse en público, Mayr fue más lejos: lo mandó a tomar clases de Economía y de Historia Política a la Universidad de Múnich. Hitler salió de allí fascinado con los cursos del profesor Gottfried Feder: en 1933, lo convirtió en uno de los economistas oficiales del Tercer Reich. Su tesis era la siguiente: la sociedad capitalista debe deshacerse de los judíos, que al “controlar la finanza mundial”, reducen a los productores nacionales a la esclavitud por medio de la usura.
Cuando oí la primera clase de Gottfried Feder en la que habló de la servidumbre generada por los intereses del capital –escribió Hitler en Mein Kampf– comprendí de inmediato que se trataba de una verdad decisiva para el futuro del pueblo alemán. La separación categórica entre el capital bursátil y la economía nacional presentaba la posibilidad de luchar contra la internacionalización de la economía alemana, sin amenazar empero las bases de una economía nacional independiente con una lucha indiferenciada contra toda forma de capital.
¿Habrá que considerar que en este encuentro se produjo el nacimiento oficial del “nacionalsocialismo”? Pangermanismo, antisemitismo, anticapitalismo globalizado: todo eso estaba vinculado ahora en la mente de Hitler. Le escribió el 16 de septiembre de 1919 a su camarada de regimiento Adolf Gemlich, que le había preguntado sobre los judíos, que estos eran la “tuberculosis de los pueblos”. Contra ellos, dijo, conviene luchar de dos maneras: con un “antisemitismo instintivo” y un “antisemitismo racional”. “El antisemitismo instintivo se expresará en última instancia por medio de los pogromos. El antisemitismo racional, en cambio, debe conducir a una lucha metódica en el plano legal y la eliminación de los privilegios del judío. Su objetivo final debe ser, sin embargo, en cualquier caso, su destierro”.
A este rechazo, le agregó una razón más: los judíos eran los predecesores del bolchevismo y les allanaban el camino al agravar la injusticia social. Solo faltaba el Führerprinzip, que pronto serviría como cimiento del Estado totalitario más completo del siglo XX. Fue proclamado menos de un año después, cuando Hitler, emancipado de la tutela del capitán Mayr, fundó su propio partido.