Читать книгу La marca del ángel - Perry S. W. - Страница 13

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Los setos son un mundo diferente en otoño. El abrigo que tiene le queda demasiado grande y deja pasar el viento y la lluvia. Ya estaba viejo cuando lo había robado y ahora está hecho jirones. Elise anhela los días en los que la luz del sol la deslumbraba mientras vigilaba al pequeño Ralph, cuando le calentaba las extremidades y aliviaba los músculos de sus piernas agotados por el recorrido. Elise anhela volver a la época previa a la llegada del ángel.

Sueña con un verano incipiente de hace dos años: está tumbada en una carriola, la tarima que sale del pie de una cama y donde duerme una criada. Pero Elise no es ninguna criada, aunque sospecha que sus circunstancias serían mejores si lo fuera. Le ha tomado todo un minuto darse cuenta de que el Sombrero del Cardenal no es el lugar místico de seguridad imaginada del que su madre siempre le habla. Es, de hecho, un burdel. La familia se mudó allí desde el inquilinato en Bankside debido a la incapacidad de su madre de permanecer sobria el tiempo suficiente para pagar el alquiler.

Llegaron allí sin nada. Su madre, Mary, ni siquiera es dueña de la cama, aunque al parecer está tratando de comprarla. Elise lo sabe porque varias veces al día su madre lleva a extraños allí a cambio de dinero. La laboriosa compra exige una devoción religiosa que incluso el obispo de Londres admiraría, con muchos gemidos y gruñidos, y gritos de ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Jesús!

Elise ha asumido toda la responsabilidad del cuidado del pequeño Ralph, que se arrastra por el suelo como un cangrejo lisiado. Mendiga las sobras de las putas del Cardenal para alimentarlo cuando Mary está demasiado borracha u ocupada para recordarlo. Lo baña con el agua de la jarra de piedra que hay en el rincón cuando Mary no tiene reparo en dejar que apeste. Incluso arroja el arak de su madre por la ventana mientras Mary mantiene a flote el Sombrero del Cardenal ella sola.

Su madre parece indiferente cuando uno de los clientes de Mary deja caer una vela de sebo sobre la carriola donde duerme Elise, lo que prende fuego al colchón de paja y deja una quemadura amoratada a un costado de su joven mejilla. Elise, con un dolor intenso, tiene que ir sola al hospital de St. Thomas para rogar que le den tratamiento. En el camino, decide que las cosas tienen que cambiar.

Incluso entonces espera. No está dispuesta a abandonar a su madre del todo. Espera otros dieciocho meses. Para entonces, es claro que a Mary la aflige una enfermedad terrible por la que Elise no puede hacer nada. No tienen dinero para pagarle a un médico.

Una mañana resplandeciente de junio en Bankside. Mary ronca como una santa.

—¿Recuerdas la historia que mamá siempre nos contaba sobre un lugar mejor que este, un lugar donde dormiríamos en una cama de plumas de ganso y comeríamos carne de cordero todos los días? —pregunta Elise mientras alza a Ralph para ponerlo sobre sus hombros y besa su rostro desconcertado en el proceso—. Bueno, recordé dónde queda, de modo que ahora solo somos tú y yo, Ralphie. No mires atrás. ¡Nos vamos a Cuddington!

La marca del ángel

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