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Capítulo 11

EL POLICÍA DEL DISTRITO llega al parecer sin que nadie lo hubiera llamado, como si tuviera un olfato para los muertos anónimos que el río devuelve casi a diario. Es un sujeto de aspecto agresivo con el entrecejo fruncido en eterna sospecha y una barba descuidada. Lleva un garrote de madera, su bastón de mando extraoficial. Viene acompañado de uno de los centinelas del sector: en Bankside, los oficiales de la ley patrullan en pareja, incluso a plena luz del día. Nicholas no los reconoce. No son los sujetos amigables que se apiadaron de él durante su descenso.

—¿Alguien sabe quién es? —pregunta el policía con voz desinteresada mientras mira el cadáver que rezuma agua del río y anguilas vivas que se retuercen en el embarcadero.

—Se parece un poco al joven Jacob Monkton —dice uno de los espectadores que reunió el coraje para volver a ver más de cerca lo que la marea había traído—, el hijo del vendedor de aves de corral de Scrope Alley. El muchacho tarado.

—Sí, es él —dice otro—. Alguien debería correr a avisarle a su hermano, Ned. Ha estado buscando a Jacob durante mucho tiempo. Pero será mejor que lo cubran antes de que llegue. Si Ned llega a verlo así, empezará a hacer agujeros en las paredes. Ya saben cómo es.

—Quienquiera que sea es un joven traicionero, a juzgar por su estado —se ríe uno de los carniceros—. Parece que se puso inquieto después de que lo colgaron y lo destriparon, y decidió escapar antes de que lo descuartizaran —se ríe a carcajadas de su propio chiste.

—Los órganos internos fueron extirpados —le dice Nicholas Shelby al policía en voz baja.

—¿Es usted culto? —pregunta el policía.

—No, en realidad no.

—Debe haberse caído del puente y quedar atrapado en una de esas… —dice el policía, al tiempo que señala río abajo hacia donde giran las ruedas hidráulicas en los arcos del puente de Londres. Incluso a esa distancia, el ruido que hacen al girar en la corriente se oye con claridad; es un golpeteo siniestro.

—Es posible —dice Nicholas, y guarda silencio. Sabe que el muchacho no murió por las heridas de aplastamiento que habría sufrido al caer en una rueda hidráulica, pero también puede adivinar por qué el policía ya concluyó que fue así. El concejal querrá un informe; el magistrado de la reina querrá un informe; el forense también querrá un informe; todos querrán un informe que le requerirá horas de trabajo, todo por menos de un chelín, a un hombre apenas capaz de escribir su propio nombre. A eso se le suma el hecho de que el muchacho era de origen humilde y que se sabe que sufría de una enfermedad de la mente, de modo que un accidente es, con mucho, el mejor veredicto.

Además, aquel tal vez no sea el mejor momento para denunciar un asesinato. No es raro que un testigo acabe en prisión mientras el juez se toma su tiempo para decidir si sabe más de lo que dice. Algunos pueden languidecer allí durante meses antes de que un magistrado decida que son inocentes. Y a pesar de los mejores esfuerzos de Bianca y Rose, Nicholas todavía no tiene un aspecto respetable.

Sin embargo, se ofrece a acompañar el cuerpo a la morgue de St. Thomas y a hablar con el forense para confirmar la conclusión del agente si es necesario. Al menos eso le dará tiempo. El policía lo mira de arriba abajo, rechaza su oferta y le dice que se vaya.

Nicholas ya ha visto suficiente de todos modos; lo suficiente para saber que la herida en la pierna del muchacho es igual a la del bebé muerto en la conferencia de Vaesy, solo que más grande. En cuanto a la evisceración, parece como si alguien hubiera arrancado las entrañas del pobre chico en un intento apresurado por encontrar un tesoro ingerido.

También notó, con un interés profesional que no ha podido quitarse de encima, los verdugones en las muñecas y los tobillos. El asesino debió haber atado al pobre muchacho antes de comenzar con su labor. Una imagen lóbrega entra a su mente sin invitación: un cuerpo joven arqueado que lucha y se retuerce de terror mientras el cuchillo comienza a cortar lenta y deliberadamente, con tanto cuidado como lo permite la obvia falta de habilidad.

Nicholas se da la vuelta y regresa por Mutton Lane. Prácticamente va saltando; es la alegría de saber al fin que, mientras el resto del mundo pensaba que era un loco delirante, en realidad tenía razón.

Puede escuchar las mismas palabras de Fulke Vaesy en su cabeza, solo que ahora tienen una dulzura que trae una sonrisa triste a sus labios: “Y entonces concluyó que se trata de un asesinato, ¿verdad? ¿Hace todos sus diagnósticos con tanta ligereza?”.

Ahora tiene un nombre con el cual trabajar: Jacob Monkton, el hijo del vendedor de aves de Scrope Alley.

Un muchacho con problemas mentales.

Un bebé con piernas deformes.

Y un asesino con un cuchillo ávido.

La marca del ángel

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